¿Te pasa, que para decidir qué vas a comer, más que sentir tus ganas, tu estómago y lo que realmente quieres, vas directo a tu mente decidiendo qué elegir desde tus creencias, reglas, infinitas ideas aprendidas de dietas pasadas y normas impuestas o auto impuestas? ¿Tiendes a hacer del acto de comer una acción meramente mental?
Hemos crecido -o la gran mayoría lo ha hecho- en un entorno donde las pautas y normas alimentarias han estado silenciosamente debajo de cada decisión. En donde el “cuidarse” para tener una figura delgada era normalizado. Y muy bien visto. Sin embargo, al pasar de las generaciones, nos hemos encontrado con que esas reglas alimentarias han hecho que nos desconectemos de nuestro cuerpo, que tengamos una relación ambivalente con la comida, que la restricción por comer cosas que nos gusten a ratos se vuelva un hábito, y que le sensación de culpa esté latente cuando nos salimos de “algunas reglas”.
¿Me puedo salir en el fin de semana? ¿Puedo tener un día libre? ¿Tienes una lista de los alimentos permitidos y no permitidos? son algunas de las preguntas que escucho comúnmente. Y es que están tan integradas en nuestras formas, que ni siquiera nos cuestionamos si nos aporta esta dualidad del todo o nada, de lo bueno o lo malo, de lo permitido o lo prohibido, de salirse o no salirse cuando en realidad eso nos aleja profundamente del acto de sentir, de permitirle al cuerpo saber qué es lo que quiere, qué realmente necesita y atender a nuestras ganas de comer y confiar en que podemos decidir cuánto y cómo comer.
¿Por qué esperar hasta el fin de semana para comer algo que me gusta? Muchas veces comemos alimentos “prohibidos” solamente porque es el día en que podemos y no necesariamente porque queremos. Los comemos porque creemos que será la única oportunidad para comerlos antes de que pase una nueva semana. Y así seguimos perpetuando que las reglas decidan.
Deberíamos comenzar a integrar en nuestras mentes que el acto de comer no se basa en reglas, estructuras ni pautas, sino en entender que es un acto social, emocional, político, mental y fisiológico también. Un acto variado y que cambia de acuerdo a la etapa de la vida, del entorno y del contexto. Nuestro cuerpo cambia, nuestros gustos, intereses y motivaciones también. Y todo lo anterior impacta en nuestras rutinas y hábitos.
El acto de comer también es mental y es inevitable que no pase por el filtro de juicios sin embargo, reducirlo solo a eso lo transforma sin duda en un acto que nos lleva a la culpa.
Comer siempre ha sido y seguirá siendo también un acto biológicamente necesario, mentalmente curioso y emocionalmente gozoso. No nos olvidemos de incorporar y validar otras partes necesariamente nuestras en este acto que nos nutre.
Camila es Nutricionista – Health Coach. Instagram: @camilaquevedot