Con la llegada de la pubertad también llegan las pechugas. Sean grandes o no tanto, a los 12 o 13 años, empiezan a aparecer las miradas masculinas y el acoso se transforma en parte de las cosas con las que hay que saber lidiar. “Porque así es la realidad”, te dicen.
La cosificación a la que son sometidas las mujeres y las niñas con pechugas grandes muchas veces nos hace querer escondernos para ocultar ese maldito “atributo” que nos expone a ser objeto de la mirada del otro. Un otro que no le da pudor acercarse mucho, ni tirarte un beso mientras se refugia en su auto. Y así, poco a poco, nos hacen querer taparnos más, salir más abrigadas o pasar por calles más tranquilas. Así también nos quitan terreno sobre nuestro propio cuerpo.
Para Colomba (25) tener las pechugas grandes ha sido una preocupación desde séptimo básico. “El acoso empezó de chica y eso me limitó mucho. Dejé de hablar en clases y levantar la mano porque veía que mis compañeros comentaban mis pechugas y yo no quería llamar la atención. Empecé a esconderme. Podían haber 40 grados de calor y no me sacaba el chaleco nunca porque me sentía muy observada”, dice.
El impacto transversal de la cosificación
La cosificación que ha recibido Colomba afecta transversalmente su vida. Desde la ropa que se pone hasta cómo vive su sexualidad. “Nunca me voy a olvidar de la vez que le pregunté a un chiquillo con el que estaba saliendo por qué se había metido conmigo. Pensando que me iba a decir que le gustaba estar conmigo, fue muy doloroso escuchar su respuesta. Me dijo que nunca iba a tener la oportunidad de estar con una mujer con las pechugas más grandes que yo”, recuerda.
Por las bromas que recibía en el colegio o la forma en la que era recordada como ‘la pechugona’, ha sido muy claro para Colomba que sus pechos se han transformado en una gran etiqueta que viene antes de ella misma y su personalidad. “Es un estigma y te híper sexualizan. A veces ocupo ropa normal, pero como se me nota un poco más de escote, se piensa que estoy provocando o insinuando. Eso ha calado harto en mí. Quiero sacármelas para dejar de sentirme así de cosificada”, reflexiona.
La sexualización indeseada de las pechugas, como advierte Colomba, cala profundo. Empieza con la vergüenza. No queremos que se vean los pezones, la caída natural de las pechugas o el rebote de ellas porque eso podría atraer más miradas. Para reducir al máximo la experiencia visual de los que miran descaradamente, salimos preparadas y un sostén firme o una camisa que cubra se convierten en los mejores aliados para salir con algo más de seguridad y tranquilidad.
La mirada del otro sobre el propio cuerpo es algo complejo y profundo de asimilar, sobre todo cuando es una mirada “cosificadora” que reduce a un lugar sin autoridad, explica Stephanie Otth, psicóloga clínica UC y máster en Género, Representación y Sociedad de la University College de Londres. “Frente a ello las mujeres pueden desplegar distintos modos de organización defensiva, como una respuesta de protección o autoresguardo; algunas pueden identificarse y restarse de los lugares y aislarse, menoscabando sus posibilidades de desarrollo, sintiéndose inseguras consigo mismas y su cuerpo”, asegura.
El que mira un escote en la calle disfruta de ese cuerpo para su satisfacción, pero cuestiona si ocupa espacios importantes por tener las pechugas grandes. Según Mariana Gaba, psicóloga y directora del Departamento de Género de la Universidad Diego Portales (UDP), cuenta que, por definición, se piensa de nosotras que tenemos menos habilidades, competencias y capacidades de manera transversal en todos los campos. Más aún si somos hegemónicamente bellas y sexy, dice. “Cuando las mujeres le hacen ‘check’ a varias casillas de estos estereotipos hegemónicos de la belleza y tienen pechos grandes, muchas veces se refuerza ese mito de que lo que tienen, lo tienen a costa de ese cuerpo y no por habilidades o capacidades intrínsecas”, asegura Gaba.
Una reducción mamaria ante el acoso
El impacto que este estigma tiene sobre las mujeres con pechugas es tan grande, que muchas deciden someterse a cirugías. En Chile, más de 15 mil personas se someten a algún tipo de cirugía plástica al año, ya sea por temas estéticos o de salud, y dentro de las operaciones reconstructivas más usuales está la “mamoplastía reductiva” o “reducción mamaria”, procedimiento solicitado por mujeres y varones que consiste en extraer grasa, tejido glandular y piel de la mama para reducir su tamaño y peso. Una intervención que permite dejar el busto de un tamaño más proporcional al cuerpo de cada paciente.
Si bien muchas se someten a este tipo de cirugía para aliviar los dolores lumbares que conlleva tener pechos grandes, el acoso callejero es también uno de los grandes factores para tomar esta decisión. Sentirse acosadas por esto tiene un impacto enorme en las vidas de estas mujeres, asegura la psicóloga, terapeuta sexual y de parejas, Claudia Ferrer (@sexualidad_feliz).
“El porcentaje de mujeres que disminuye sus pechos es 60% mayor que las mujeres que se ponen implantes mamarios. La mayoría lo hace por una razón de salud, específicamente, para aliviar su dolor de espalda y también para sentirse más cómodas al hacer deporte o a la hora de dormir. Sin embargo, cuando les pregunto ‘¿cómo te sentirías si tu hija tuviera los pechos grandes igual que tú?’, la mayoría de ellas dice que prefiere que no sea así porque recuerdan situaciones de acoso, abuso y violencia sexual que han vivido en la calle, en el trabajo e incluso dentro de su misma familia”, asegura la psicóloga.
Aunque Colomba aún no lo ha hecho, ya lo decidió. “Decidir operarme tiene que ver con finalmente sentir libertad, porque me siento presa de esta parte del cuerpo. Puede ser que tus pechugas te gusten, pero al final las implicancias que conllevan socialmente te limitan. Para mí, operarme es reclamar mi independencia con el cuerpo y mi identidad como persona, no como persona pechugona”, dice.
La pérdida de la soberanía corporal frente al acoso
Atrapadas en un cuerpo que nos expone a situaciones desagradables, muchas veces perdemos nuestra propia capacidad de agencia, explica Otth. “La cosificación no sólo significa la reducción de la experiencia de ser mujer a su dimensión corporal y sexual, sino que en esa dimensión no hay cabida para un sujeto con autoridad, decisión u opinión. Eso es lo complejo; en la cosificación quedamos atrapadas, perdemos la posibilidad y capacidad de agencia, de poder ser y actuar en el mundo con libertad”, asegura.
Y es que ocultar el cuerpo de las miradas denigrantes es una pérdida de terreno y de soberanía sobre el propio cuerpo, agrega Mariana Gaba. “Es una situación bien particular porque estás cumpliendo con un mandato de algo que supone que se valora, pero como todo lo que tiene que ver con la sexualidad, esa sexualidad nunca tiene que ser vinculada a la autonomía tuya como mujer porque está al servicio de la mirada, el toqueteo y el goce del otro”, dice.
Si bien el camino hacia la aceptación para Colomba ha sido largo y ha estado marcado por la culpa, hoy asegura que ha podido sentirse linda y tranquila consigo misma. “Algo que me sirvió mucho fue el maquillaje. Poder ver la belleza de una forma creativa, distinta, enfocada en mi esencia y no en relación al cuerpo fue clave. Entender que no depende de ti que te acosen o no es muy liberador”, dice. “Creo que es importante dejar de creer que hay algo malo con una misma y que una tiene la culpa de ser como es y que por eso pasan las cosas que pasan. Soltar las cadenas de la culpabilidad y aceptar radicalmente que es un problema del otro y no de una fue lo mejor para mí”.