Hace unos días, en la mitad de una pelea, mi hija de 6 años le dijo a su hermano de 8 que tenía muy mala suerte de no haber tenido una hermana mujer. Mi primera reacción fue enojarme, la regañé por haberle dicho algo tan feo, y luego con calma, hablamos de la importancia de los hermanos. Me preguntó para qué servían, y le dije que su hermano iba a ser su compañía toda la vida; que es cierto que a veces pelean y deben repartirse las galletas o los juguetes, pero que al final del día, son más cosas las que comparten que las que se reparten. A pesar de eso, ella siguió con su punto. Me puso el ejemplo de sus primas, las hijas de mi hermano, dos niñas que tienen solo un año de diferencia. “Ellas si que tienen suerte, porque las dos son mujeres y siempre van a jugar juntas”, me dijo.
Y a pesar de que le seguí argumentando para que entendiera que tener una hermana o un hermano siempre es un regalo de la vida –más allá del género– luego igual me quedé pensando. Y es que yo tuve la suerte de vivir ambas experiencias: tener un hermano y una hermana. A los dos los adoro, mi hermano es como mi gemelo, porque además nos llevamos solo por un año. Pero si soy sincera, la relación con mi hermana es distinta. Con ella tengo una complicidad que hace que nos entendamos con solo mirarnos.
Ella nació cuando yo tenía casi 7 años, entonces para mí fue como una muñeca a la que quería cuidar. Y así fue nuestra infancia. La regaloneaba, la peinaba, la vestía y jugaba con ella. A pesar de la diferencia de edad compartimos mucho tiempo juntas y viví a su lado todos los hitos importantes de la niñez y adolescencia. Recuerdo perfectamente la sensación que tuve cuando creció y tuvo su primera historia de desamor. Lo sufrí como si me estuviera pasando a mí; como también me alegré de sus logros y aprendizajes. Y ella también de los míos, porque con el paso del tiempo, ya no era solo yo la que la cuidaba: poco a poco nos empezamos a transformar en amigas, en compañeras. Fue así como descubrí que tener una hermana en la red de apoyo inmediata me ayudó a sentirme menos sola en la vida. A tener menos miedo.
Y con esto no digo que no tengamos nuestras diferencias, obvio que las hay, pero aunque ocurran siempre he tenido la certeza de que mi hermana será mi compañera siempre, es como si por su naturaleza femenina fuese una figura de protección. Incluso aunque sea menor que yo. Cada vez que paso por algo difícil, la primera persona en la que pienso es en ella; nos apoyamos en todos los aspectos de la vida, desde lo profesional hasta en el cuidado de los hijos y nuestros diversos conflictos de pareja. Es el vínculo más poderoso que he tenido en la vida y es también el que me ha enseñado de la importancia de tener a otras mujeres en mi vida. Por eso, ese día cuando terminé de conversar con mi hija y de convencerla de que no tenía que hacer una diferencia con su hermano porque él va a ser su compañero toda la vida, igual me quedé con una sensación extraña. Como si le estuviera “mintiendo”, porque sé que la relación con una hermana es distinta y especial. Sólo espero que ella encuentre a sus hermanas de vida y con ellas construya ese vínculo femenino, sororo y poderoso, que nos hace la vida mucho más fácil y feliz.
Maite Cabezas tiene 33 años y es nutricionista.