"Mi familia está compuesta por mis dos hermanos y mis dos papás, quienes llevan casi 40 años de matrimonio. Yo soy la menor, bastante concho la verdad, y la única mujer. Mi mamá perdió a su mamá cuando era muy joven, a sus 9 años, así que creció sin tener un ejemplo muy claro sobre cómo era la maternidad, situación que siempre la ha perseguido.

A veces, excusa un poco sus errores en eso y la verdad es que yo la entiendo. Creo que las madres son extremadamente importantes para entender qué tipo de mujer uno quiere ser y ella no pudo tener ese ejemplo. Yo, en cambio, sé perfecto que gracias a su crianza hay cosas que repetiría y otras que no. Aunque, honestamente, creo que permanecerán muy pocas conmigo. Y eso no significa que la quiera menos.

Nuestra relación ha sido más distante que cercana. Nosotras vivimos juntas hasta el año pasado, pero fue más de grande que hice la reflexión de por qué nos costaba encajar. Mi hermano mayor es un poco oveja negra de la familia. Pasaba de colegio en colegio y el que lo seguía, en cambio, era el alumno perfecto. Muy exitoso en lo académico y también en lo social. Yo siempre he estado al medio del asunto. Ni tan buena, ni tan mala. Eso provocó que tuviese dos extremos con los que mi mamá me comparó todo el tiempo. O hacía las cosas muy bien como uno o muy mal como el otro. Y así mi identidad fue bastante pasada a llevar.

Como consecuencia, aprendí a refugiarme mucho en mí misma y a no contar con la ayuda de mi mamá para mis problemas. Me daba miedo sentir que cada vez que le dijera algo iba a entrar a compararme con mis dos hermanos. Cuando chica me tragué eso durante varios años, sin embargo, en la adolescencia comencé a enfrentarla, lo que provocó que cada conversación terminara en peleas. Ya de grande entendí que solo debía evitarla. Me da mucha pena decirlo, pero hubo un tiempo en el que sentí que yo no era suficiente para ella y me esforcé mucho por ser igual de perfecta que mi hermano. Quería que se sintiera orgullosa de mí y sabía que corría mucho riesgo al parecerme al otro. A él, de todas formas, sí creo que le tocó mil veces más difícil, porque siempre fue un incomprendido. Aunque ya tiene 34 y la relación mejoró un montón, todavía quedan heridas por sanar.

A pesar de todo, mi mamá siempre hizo un esfuerzo por recuperarme y acercarse a mí. Porque su daño jamás fue intencionado. Ella es muy querendona y constantemente anda buscando cómo darme en el gusto, sobre todo ahora que no vivimos juntas. Creo que separarnos nos hizo súper bien en ese sentido. Y ahora -aunque también hace mucho tiempo antes-, está reparando el daño causado. Siento que quiere hacerme sentir especial. Por ejemplo, trata de hablar temas con los que sé que en realidad no se siente tan cómoda. Eso me causa demasiada ternura porque la he visto sonrojar, pero ahí está constantemente remándola por acercarse. Yo estoy súper dispuesta a hacerlo, sin embargo, reconozco que a veces me vuelve a surgir el resentimiento. Y es que tengo súper metido en mi subconsciente el no sentirme suficiente y eso hace que esté siempre exigiéndome más y más.

Ahora que vivo con mi pololo -con quien llevamos ocho años juntos-, me he planteado mucho qué tipo de familia quiero formar con él. Sí quiero ser mamá, pero también me da mucho miedo. A veces pienso que aunque tenga una guía sobre las cosas que haría y las que no, también puede pasar que surjan nuevos problemas. Pero también sé que es parte de la vida y que todos vamos a cometer errores en ese ámbito.

No creo que existan las mamás perfectas y eso no significa que esté mal. La mía no lo fue y ahora me encanta verla reír y saber que está bien. La quiero y la necesito. Y, por sobre todo, la entiendo. Sé que no es fácil ser mamá, que nadie te enseña y que a ella se le hizo aún más difícil al perder a la suya tan joven. Yo le perdono sus errores y sé que nos quedan muchos años para seguir aprendiendo. Juntas, como siempre".

Teresita tiene 28 años y es kinesióloga.