Para muchas personas las fiestas de fin de año significan sentirse presionados a encontrarse con familiares con los que han tenido una relación dañina y, en el peor de los casos, a revivir un trauma. Cuando alguien decide alejarse completamente de un familiar o bien “borrarlo de su vida”, puede deberse a un “sufrimiento relacional crónico”, que según explica Esteban Gómez, psicólogo clínico y director de la Fundación América por la Infancia, es “un dolor que tarde o temprano deriva en un trauma complejo”.
Leonor González (25) ha vivido desde pequeña una relación agresiva con su hermano menor, y cada vez que se juntan en familia, significa revivir el hecho de que durante toda su vida ellos ignoraron que él la agredía. “Mi hermano menor siempre ha sido muy agresivo. Cuando éramos chicos, si hacía pataletas no lloraba, sino que me pegaba”, cuenta. “Era terrible, porque cuando lo contaba a la gente le costaba creerlo: por ejemplo, él siempre era muy amoroso con mis amigas cuando iban a la casa, entonces cuando les hablaba sobre los golpes, me decían que ‘cómo podía hablar así de mi hermano’. Otra vez, en la angustia de una pelea, terminé llamando a Carabineros y cuando bajé a buscarlos y volví, él estaba esperándolos en la mesa, con un vaso de agua listo para ofrecerles”, recuerda Leonor.
Un estudio de la Universidad de New Castle en Australia denomina como estrangement –”tratar como a un extraño”– a la acción del “alejamiento completo de un familiar” y la define como “la condición de estar física y emocionalmente distanciado de un familiar ya sea por decisión propia o porque otra persona decidió aplicarlo a ti”. Sin embargo, es exactamente en el definir al otro como un “extraño” donde los especialistas encuentran el área más delicada de tomar una decisión como esta.
Valentina Martínez, terapeuta familiar especialista en trauma y directora de Fundación Templanza, asegura que “si un familiar viene a agredirte, eso no lo convierte en un extraño: sigue siendo alguien significativo, con el que incluso pueden haber habido afectos recíprocos y que ahora está teniendo un efecto dañino en tu vida”. Ahí aparece la disyuntiva entre querer tomar la decisión de alejarse para siempre de una persona que nos hace daño y la cultura en la que vivimos que lo impide. La terapeuta Valentina Martínez dice que “hay ideas respecto a la familia que dicen que los vínculos consanguíneos son lo más importantes, y en esa idealización, podemos quedar entrampados en relaciones destructivas o “tóxicas”. Hay que poner en cuestión esta lógica de que, bajo cualquier circunstancia, hay que estar con la familia en las buenas y en las malas”.
De hecho, según un estudio 2015 realizado por la organización británica Stand Alone, que se dedica al estudio cualitativo de las experiencias de personas separadas voluntaria e involuntariamente de miembros de su familia, “los factores más comunes para el alejamiento de alguien con un familiar cercano fueron el abuso emocional, los enfrentamientos de personalidad y valores, y las expectativas no coincidentes sobre roles y relaciones familiares”. Sumado a esto, el 68% de los encuestados se sintió juzgado por esta decisión, y el 90% consideraba Navidad como la época más difícil para enfrentar este tema a nivel familiar”.
La teoría del espejo roto y el mejor camino para proteger las emociones
Para Christianne Zulic, psiquiatra infanto-juvenil con Magíster en Estudios Avanzados de la Familia y la Pareja de la UAH, el tratamiento de un trauma relacional complejo no es posible si se intenta borrar a una persona de un día para otro sin entrar a revisar el problema de manera sistémica. La especialista cuenta que “cuando hay una agresión en un vínculo familiar –y que pueda provocar las ganas de alejarse– es como romper un espejo: con el dolor, uno solo ve los trozos del vidrio roto y cuesta mucho integrar la totalidad de la otra persona”.
En ese momento “la terapia ayuda a pegar esos pedazos, que te permite ver no solo la cara oscura de quien fue esta figura compleja en tu vida, sino que también los otros matices”. A Pilar Inostroza (34) le pasó con su madre. Desde que tenía dos años, ella la abandonó en casa de sus abuelos hasta los 14. “Yo no tenía recuerdos de su cara, y cuando nos llevaron de vuelta a su casa fue un infierno, porque mi mamá tiene trastorno límite de la personalidad y es extremadamente violenta. Viví llena de agresiones verbales y psicológicas y a los 18 años nunca más volví a su casa”, dice.
Más que basar la culpa en una sola persona, se trata de ver el sistema completo, donde se encuentran determinantes sociales que pueden caracterizar por qué esta persona cayó en cierto tipo de agresión o si hay determinantes desde la familia, transgeneracionales o individuales. Así es más funcional para la salud mental enfrentar el problema desde la comprensión profunda, y no en el escape.
En vez de alejarse completamente, hace poco, Pilar trató de volver a relacionarse con su mamá. “Descubrí que nada había cambiado. A pesar de que no guarde rencor, sé que no puedo estar tener ningún lazo afectivo con ella porque todo se transforma siempre en violencia. Decidí alejarme, pero segura de que es lo mejor para mí desde el entendimiento”, dice.
“Hay que sanar la parte de nuestra historia que nos llevan a conectarnos con ese tipo de personas y no con otra que me podría ofrecer más seguridad emocional y respeto”, dice el psicólogo clínico y director de la Fundación América por la Infancia, Esteban Gómez. Como la reparación y el alejamiento consciente no son inmediatos, el proceso de sanar nuestra historia también nos ayudará a considerar cuáles son nuestros límites para resguardar nuestra integridad mental.