Paula 1207. Sábado 27 de agosto de 2016.
"Vinimos a este país llenos de esperanza. Tan agradecidos por el potencial. Pero aun así dicen: ¿por qué dejamos la puerta abierta a esta gente? Traemos drogas, criminales, terroristas, mientras nos reproducimos. Nos reproducimos. Pero tú inmigraste aquí también. Ves lo que la gente de aquí no ve. Ves la soledad. El aislamiento. Lo que se siente estar lejos de tu país y de tu familia. Lo que es intentar encajar aquí. Lo duro que es simplemente estar". River, capítulo 4/ A Better Man / BBC1-Netflix.
Historias de pelo afro
"En 2014, antes de instalarme definitivamente, vine a Chile por primera vez, con mi pelo liso, pero desde algún rincón escondido, fuera de mi voluntad, se asomó un rulito. Mi pololo chileno lo vio y me preguntó: 'pero cómo, ¿no eres lisa?'. A mí me dio mucha vergüenza. Como mi madre, como mis amigas, como todas las mujeres afrodescendientes que conocía, me venía alisando desde niña. Desde los 11 años. Con plancha, con cremas, con todo tipo de químicos en peluquería o en casa. Frente a él tuve que reconocer que era crespa, que mi pelo verdadero es afro. Fue él quien me convenció de dejarlo natural, pero para eso, debido a lo tremendamente dañado que estaba después de toda una vida de tratamientos, primero me lo tuve que cortar al rape. Como un chico. Eso fue en enero de 2015. Imposible de olvidar. Me veía horrible. Comenzó a crecer, los rulitos a aparecer y me puse a ver tutoriales en Youtube para aprender a cuidarlo. Hoy me miro al espejo y digo: "qué maravilla mi pelo". También pienso en que este proceso es consecuencia de mi llegada a Chile. Y es muy curioso haber tenido que estar en otro país para aceptarme".
El relato de la brasileña Aline Araujo (vendedora en una tienda de ropa) es idéntico al de la cubana Francys Souchay (estudiante de Técnico en Operaciones Mineras) y al de las colombianas Juliette Micolta (vendedora en un minimarket) y Saray Mera (estudiante de Inglés, modelo y paseadora de perros). No se conocían hasta la sesión de fotos que las reunió para este especial. Allí fue cuando comenzaron a compartir sus historias del "pelo malo" (el pelo liso, el de las blancas, es el "bueno") y a coincidir en que ya fuese en Brasil, Cuba o Colombia, para sus abuelas, madres, hermanas, amigas y ellas, el pelo había sido un tema de conflicto en el desarrollo de sus identidades, marcadas hasta no hace mucho, hasta la llegada a Chile, por una negación de una parte fundamental de sus raíces. "La esclavitud del pelo" se atreve a decir Francys, mientras las cuatro miran en la pantalla de un celular la tabla que toda mujer afro conoce en detalle: la de texturas de rizado y que va del 4C/4B, el denominado kinky hair, al 2A/1 o straight hair (liso). "En este grupo hay dos 4C y dos 4A", bromean. Juliette agrega que "me gusta que me miren por mi pelo. Es bueno saber que existes para otro debido a tu apariencia, especialmente cuando se trata de tus raíces". Aunque, como para dejar fuerade juego todo cliché, agrega que Beyoncé, Rihanna y Zoe Kravitz son sus principales referentes para elegir peinados, los turbantes que suele ocupar y el septum (piercing) que se puso en la nariz.
Michael Jordan, 50 Cent y el bling bling
Don Gómez (gruero), Fliriny (barbero), Wildlove Dorce (mecánico) y Big G (personal trainer) son los nombres artísticos de los cuatro haitianos que en Chile fundaron en 2012 la banda de reggaetón New Vision C (así se encuentra en Facebook), que tiene una nutrida agenda de presentaciones en Quilicura, donde vive una significativa comunidad haitiana, incluidos ellos. Sobre el escenario cantando en créole, francés e inglés; en las oficinas de Extranjería de calle San Antonio o en alguna de las actividades de domingo de la agrupación No Somos Racistas en el Parque Forestal; juntos y por separado son imposibles de obviar. Sacados como de un video de los raperos 50 Cent, Rick Ross, P. Diddy o Drake, que reconocen como referencias de sus looks, también observan cada uno de los movimientos estilísticos del fenómeno musical haitiano Jason Derulo. De esas estrellas nacen los pelos que cambian seguido y diseñan ellos mismos (para luego poner sus cabezas a disposición del peluquero del grupo), la ropa deportiva, las zapatillas imponentes, los gorros y el bling bling (incluidos los rosarios que cuelgan de sus cuellos) que lucen en las calles y paraderos del Transantiago. Ese lenguaje es el que dialoga y se retroalimenta de otro igual de poderoso: el lenguaje del baloncesto, los códigos de Micheal Jordan. "Las zapatillas Jordan, que aquí llegan en pocos modelos y son caras, son fundamentales en nuestro estilo. Es parte de nuestra cultura", dicen los New Vision C de la marca, cuyos precios no bajan de los cien mil pesos. Entonces, prefieren comprar por internet en Vietnam y alternar con Supra, Nike y Adidas. Lo mismo pasa con la ropa y los cinturones –"nos gustan los de marcas con el logo metálico a la vista"– que adquieren online en Haití o encargan a quienes los visitan. "En Haití se dice que quien no se viste con ropa de marca está desnudo", afirman.
Relativamente cerca están los dominicanos. La ropa deportiva, las zapatillas, idealmente Jordan, y las joyas son un factor común con los haitianos, pero sus inspiraciones son distintas. Alberto Rodríguez (trabaja en un local de La Vega Central) cuenta que El Alfa y Shelow Shaq, máximos exponentes del hip-hop, el rap y el reggaetón de su país, son los referentes de la cuidada apariencia que logra con las zapatillas que una tía le envía desde Nueva Jersey, Estados Unidos, y sus compras en Costanera Center y en el Barrio Franklin. "Si quiero algo más elegante, voy a la Zara", dice.
Como en los haitianos, aros, collares y grandes relojes de marca (originales y copias) también provienen de la cultura de la música callejera. Otro capítulo son los anillos. Fanático del béisbol, especialmente del Washington Nationals, donde tiene a un primo haciendo carrera, cuenta que en República Dominicana todo niño quiere ser un beisbolista profesional que logre una visa en Estados Unidos. El sueño no se detiene ahí: "tu equipo gana la final y cada jugador recibe un anillo de oro con el logo a la vista y tus iniciales grabadas por dentro. Si al año siguiente vuelves a ganar, recibes otro anillo". El espejo de ese símbolo de triunfo, y ascenso social, son los anillos que esos jóvenes no deportistas usan en las calles dominicanas. Y desde hace un tiempo, en las calles de Chile.
De padres indios, Smita Vyas nació en California, Estados Unidos. En la Pontificia Universidad Católica estudió Traducción e Interpretación Español/Inglés y actualmente es gerente general de una empresa de servicios de idiomas. "Cuando llegué a Santiago, hace 4 años, recuerdo esa sensación de ser observada en la calle y en el Metro, y haberme sentido diferente", dice. En su frente, un bindi que usa en ocasiones especiales. Este mes, por ejemplo, lo llevará cuando vía Skype se contacte con su familia para celebrar la relación entre hermanas y hermanos.
En los extremos, los haitianos Dieckson Etienne y Jules Job. Ambos llegaron a Santiago hace pocos meses y apenas hablan español. Al medio, el dominicano Alberto Rodríguez. Los tres comparten su interés por los relojes y las zapatillas de marca. Rodríguez cuenta que se compra unas 10 al año y que sus preferidas son las Jordan.
El coreano Vicente Yun Sang Doh; el chileno de madre coreano-chilena y padre chileno Jorge Ji Soto; y la coreana Woo Kyeong, quien nació en Corea y llegó a Chile a los 6 años.
El peluquero y barbero dominicano José Peralta trabaja en el epicentro de la peluquería dominicana, en galería Plaza de Armas. Tiene un tatuaje de Michael Jordan en un lado del cuello y el nombre de su padre en el otro. Las intervenciones en cejas son la moda del momento entre sus compatriotas.
De pie, la cubana Francys Souchay. Sentadas de izquierda a derecha: la colombiana Juliette Micolta, la brasileña Aline Araujo y la colombiana Saray Mera Cocio.
El actor y modelo cubano Fedor Sánchez y la chileno-argentina Teresita Bledel, diseñadora de accesorios.
Pierre Noel Hollywood, haitiano, trabaja en una tienda de ropa en Patronato.
La belga Michele Le Boulengé, que llegó hace cuatro décadas a Chile, tiene involuntariamente algo de ese gran ícono de la moda llamado Iris Apfel. Como Iris, ya sea en el Instituto Chileno Francés de Cultura, donde trabaja, o en la organización de beneficencia De Buena Fe, donde es voluntaria, se le ve con sus anteojos, pañuelo al cuello y pulseras. La argentina María Wyrouboff, de padre ruso y madre suiza, es chef de Le Cordon Bleu de París e instructora de Bikram yoga. Llegó a Santiago en 1986 y desde entonces dice que con su metro 75 de estatura y talla 41 de calzado, cada vez que puede compra zapatos en Alemania o Australia.
Los haitianos de la banda de reggaetón en New Vision C: de pie, Billy G, Widlove Dolce y Fliriny. Abajo, Don Gómez.
El colombiano Ángel Morales (primero de izquierda a derecha), personal trainer y administrador de un restorán en Santiago, cuenta que "uno de los impactos culturales que he vivido en Chile es la diferencia en el cuidado de la apariencia que hay entre hombres y mujeres de mi país y los chilenos. Los hombres colombianos nos cortamos el pelo cada 8 días, o menos, si tenemos una reunión importante. Nos hacemos las manos y las cejas, tratamientos faciales, incluso muchos nos depilamos. El cuidado de los dientes es sagrado. En mi casa de Cali somos 5 hombres y todos abordamos de la misma manera nuestra presentación personal. Junto a él, la chef brasileña Michele Stein, a quien suelen confundirla con rusa o alemana, y los argentinos Lucas Rodríguez Ratier, editor audiovisual y músico, y Martín Grinfeld, músico. Fotografía hecha en la esquina de las calles Loreto y Buenos Aires, en el barrio Patronato, junto al mural del artista Álvaro Izquierdo.