Si tuviera que resumir en una sola palabra lo que es para mí la maternidad, esa palabra no sería amor, ni sería dolor, ni alegría, ni miedo o desesperación. Pero pese que estas son las emociones que me invaden a diario, y a veces varias de ellas al mismo tiempo, siento alegría y orgullo por la hermosa criatura que he traído al mundo y a la vez angustia por todo lo que le podría pasar. Siento ternura al observar lo tranquila que duerme y también un poco de envidia porque hace mucho tiempo que yo no lo consigo. Siento rabia porque no me deja comer en paz y voy de mala gana a consolarla, pero ella al verme me sonríe y mi rabia se derrite y me invade el amor, la alegría. Y luego la culpa. ¿Cómo ilustrar de manera efectiva la ensalada de emociones y sensaciones que trae consigo el convertirse en mamá? Creo que con la palabra resistencia.

La vida ahora se trata de resistir. Comienzas resistiendo los dolores del parto o de la cesárea. Y cuando aún estás recuperándote, comienza el dolor en los pezones, los que tu guagua destruye cada día un poco más. De tanto mecer a esa criatura -que parecía tan liviana-, pronto comienza el dolor de espalda, de brazos y de muñecas. Y de tanto quedarte dormida amamantándola, también sufre tu cuello. Pero resistes, porque eres mamá y porque es tu guagua y es hermosa y adorable.

Con el paso de los días y semanas, debes aprender a vivir con sueño. Aunque darías un brazo por poder volver a dormir a pierna suelta aunque sea un día, resistes. La cría llora a las tres de la mañana y te levantas a atenderla, tambaleando, chocando con las paredes y las puertas. Te instalas a alimentarla y otra vez resistes -o al menos tratas- el sueño para no seguir maltratando tu cuello. Se duerme, la dejas en su cuna, se despierta, la vuelves a tomar en brazos, la meces, la paseas, se vuelve a dormir. Y apenas detecta el ademán de dejarla, vuelve a reclamar. Así te pasas la noche con ella, resistiendo el sueño. A esas alturas también el hambre y las ganas de ir al baño.

Pero no sólo tu hijo o hija te hace resistir. También debes resistir las críticas que con mucho amor algunas señoras te hacen respecto a la forma en que amamantas o por cómo lo arropas. O con que la acostumbras mucho a los brazos. Pero tú les sonríes o las ignoras. Y resistes. Y así aprendes a resistir las ganas de mandar a todos a la punta del cerro con sus consejos inútiles y también las ganas de darlos a otras mamás más novatas. Resistes, además, las críticas soterradas del pediatra, el nutricionista o el especialista de turno: que no le pongas chupete, que no uses toallitas húmedas, que le des más pecho, que no le des tanto pecho, que cumplas los horarios.

Y así, la lista crece y crece. Resistes las ganas de tomarte ese mojito que parece que te hace guiños en cada lugar al que vas o las de comer tal cosa porque a la guagua le da alergia o porque se puede hinchar. Resistes la tortura de cambiar esos pañales y resistes las ganas de llamar a tu mamá para preguntar por cada punto que le aparece a tu guagua en la piel o cada vez que la caca huele más feo de lo normal. O simplemente para preguntarle cómo rayos sobrevivió ella contigo. Y las ganas de llamar al doctor porque estornudó o porque tiene un poco de tos. Y las de llamar a todo el mundo para contarle cada una de sus gracias y publicar cada foto que le tomas.

Resistes las ganas de quitársela al padre cuando juega a lanzarla en el aire. Resistes, casi siempre, las ganas de decirle "te lo dije" cuando se lastima o vomita por tanta vuelta. Resistes la envidia que te da verlo roncar a tu lado mientras tú amamantas a las tres de la mañana y las ganas de despertarlo para pedirle un vaso de agua o conversar. Resistes las ganas de gritarle "¡Esto es tu culpa!". Resistes las ganas de gruñirle cuando te dice que tienes que darte un tiempo para ti.

Y resistes también la angustia, porque dentro de esa mamá hay una mujer, una persona que tenía una vida, una carrera y mil cosas que ahora parecen haberse esfumado. Y en esas eternas noches de cólicos, sientes ganas de lanzarla por la ventana o de agarrar tus cosas y simplemente desaparecer. Pero resistes. Noche tras noche te repites como un mantra: Resiste, esto es sólo una etapa. Resiste un poco más. Resiste.

Daniela (36) es mamá y comunicadora audiovisual.