Reviso fotos de hace veinte años y me sorprendo de lo linda que me veía en relación a lo mal que creía verme cuando me las saqué. Detrás de cada una de mis fotos de juventud está el recuerdo de haberme autocriticado por complejos físicos que hoy me parecen absurdos e inexistentes. También recuerdo a mis amigas, quienes salen conmigo en esas fotos, quejándose o burlándose de ellas mismas por salir con los brazos gordos, o la cara redonda o narigonas o lo que fuera que les molestara de su cuerpo, al punto de pedirme que por favor no se las mostrara a nadie. Ahora las veo y me parecen hermosas. Me encantaría decir que ya no soy así de autocrítica, pero la verdad es que, a pesar de haberme liberado de esos complejos de juventud, aun me pillo observando en las fotos que me saco detalles incómodos de mi cuerpo que seguramente en veinte años me parecerán imperceptibles. ¿Por qué será que nos cuesta tanto aplicar esa misma amabilidad que tenemos con el pasado en nuestros cuerpos actuales?
La diseñadora gráfica Eleonora Aldea, que de forma muy honesta suele compartir en Instagram sus experiencias sobre la aceptación del cuerpo, subió hace algunas semanas una foto suya del 2017, en la que se ve sonriendo ante la cámara. La foto es el retrato de una mujer joven, feliz, atractiva, que, sin embargo, sale cubriéndose la guata para que no se le note algún rollo. Junto a ella comparte también un texto que escribió ese mismo año, en el que relata la voz interna que la violentaba en aquella época cada vez que veía las fotos que otros le sacaban, una enemiga interna que le decía que su cuerpo jamás sería suficiente. “Me compara no solo con otras mujeres, sino conmigo misma, ve las fotos del pasado y me reprocha no ser así ahora”.
Actualmente Eleonora hace la misma reflexión que tuve yo al mirar mis fotos de juventud; la incapacidad que tenemos las mujeres de mirar la belleza de nuestros cuerpos en el presente. Sospecho que esa autopercepción alterada puede convertirse en un espiral sin fin, en el que siempre miraremos el cuerpo pasado con nostalgia, reprochando el actual, como si estuviésemos condenadas a nunca observarnos con objetividad y cariño. “Cuando veo esas fotos me pregunto por qué no andaba feliz por la vida”, dice Eleonora. “Estaba preocupada por puras tonteras. Aún hoy me sigue pasando lo mismo; esa misma sensación de querer estar más flaca, de querer estar más dura, más joven… Una se da cuenta del sinsentido de esa preocupación, que claramente no tiene que ver con el cuerpo, sino con la mente; nos percibimos siempre de una manera errónea. No me cabe ninguna duda que en unos años más voy a mirar las fotos de ahora y pensaré lo mismo, que no lograba verme como era”.
La psicóloga Cecilia Fortin dice que ese fenómeno que ocurre al mirar nuestras fotos es muy común entre las mujeres y algo que observa en terapia. “Proyectamos nuestras incomodidades, inseguridades y juicios internos en la materia, y la materia que nos es más cercana es nuestro propio cuerpo. En él se proyecta todo aquello que encuentro más inaceptable de mí, que encuentro feo internamente o no querible. A esta autopercepción se le suma una sociedad que establece que las mujeres deben tener el cuerpo de una manera y no de otra. Esa exigencia social hace que nos disociemos del cuerpo, que lo tratemos de manera crítica, como un objeto que debemos dominar para cumplir con ciertas características estéticas, en vez de verlo como parte del yo. Se crea entonces un diálogo interno constante de crítica, como si tuviéramos al lado a una enemiga que nos juzga todo el día, que dice que nos vemos gordas o viejas. Algo que no aceptaríamos de nadie y que, sin embargo, lo aceptamos de nosotras mismas”.
Alejandra Energici, académica de la Facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado, quien ha realizado varias investigaciones en torno al cuerpo femenino, dice que la posibilidad de mirar con objetividad el propio cuerpo es difícil para las mujeres. “El cuerpo jamás se puede mirar con total objetividad porque la relación con nuestro cuerpo está muy atravesada por nuestra relación con el mundo. No podemos pensarnos en un vacío cuerpo-percepción. Es como el pez en el agua; el pez nunca ve el agua donde está nadando. Muchas veces pasa que vemos las fotos de cuando éramos jóvenes desde otra relación con el mundo, logramos ver nuestro cuerpo como algo hermoso cuando ya el mundo es un lugar más cómodo y menos amenazante para nosotras”.
Para Alejandra, llegar a ese estado no es algo fácil para las mujeres. “Existen muchas reglas y normas sobre el cuerpo femenino, y también por el acoso y el maltrato que recibimos. Tendemos a llegar a esa liberación ya mayores, porque a medida en que vamos envejeciendo nos vamos liberando de ciertas normas respecto al cuerpo. Entendemos que un cuerpo bonito no es un cuerpo que tenga que ser bonito en todos los sentidos. Cuando estamos en ese lugar creo que recién podemos mirar nuestro cuerpo con menos juicio y más cariño.”
Eleonora Aldea coincide en esa sensación de liberación que llega con los años. “Con la edad me siento mucho más en mi cuerpo que antes y es muy paradójico, porque estoy con el mayor peso que he tenido en mi vida. Sin embargo, siento que al estar más abundante en mi cuerpo, se me ha quitado la presión de ser atractiva estándar, de esa forma tan hegemónica. Y siento una liberación. A medida en que uno se pone más vieja le va importando menos esos complejos, y también lo que otres piensen del cuerpo de una”.
Pero mientras no lleguemos aún a esa liberación que prometen los años y la madurez, Cecilia propone ciertas prácticas que pueden ayudarnos a mejorar la relación con nuestro cuerpo presente. “El primero es desidentificarse de esa enemiga interna, porque no eres tú, es una crítica despiadada que te está causando daño. Hay que empezar a atraer a la buena amiga interna, esa que te apaña, que te dice que te ves bien, que eres linda”.
En segundo lugar, señala como importante empezar a relacionarse con amor con esas partes del cuerpo que uno más rechaza, las que saltan a primera vista cuando vemos la foto que nos acaban de sacar. “Si es mi guata, entonces hacerle cariño, pensar en esas partes del cuerpo como lugares que hemos exiliado, que hemos maltratado, y empezar a tratarlas con amor. Eso va generando un cambio en la relación con nuestro cuerpo. Es un ejercicio que suena simple, pero es difícil, porque aquello que rechazo de mí no es el rollo físico, sino el rollo interno. Cuando trato a una parte de mi cuerpo con amor se libera el dolor almacenado. Hay que sentarse a mirar nuestras fotos del presente con ojos amorosos, como si esa que sale allí fuera nuestra hija, o una amiga, alguien a quien tú quieres y a la que no se te ocurriría jamás decirle que se ve mal”.