Paula 1226. Sábado 20 de mayo de 2017.
"Me llamo Richard y mi nombre me gusta. Varias veces le pregunté a mi mamá por qué me puso un nombre en inglés, pensaba que se había inspirado en alguna estrella de cine o algo así. Me dijo que escogió ese nombre porque era acorde a las aspiraciones que tenía para mí: Richard tenía realce, sonaba como alguien importante".
"El otro día vi un partido de Everton con Colo Colo y ahí jugaban Kevin y Dilan: eso es Chile. Las poblaciones están llenas de gente que se llama Jennifer o Kevin. Me dio risa cuando (Juan Cristóbal) Guarello dijo que pensaba que Richard Sandoval era un jugador de fútbol. Antes Rafael Gumucio había dicho que le debía todo a mi nombre y que encontraba llorones a los escritores de la clase popular. Tener esa visión ratifica una posición de clase; es creer que alguien es cuma por llamarse Richard y que por eso tiene la visibilidad que tiene. Y es creer que un libro es malo per se, por el origen social del escritor".
"Soy de San Bernardo. Hablo de ese lugar en mi libro, porque fue el escenario de mi infancia. A fines de los 80 todavía era como un pueblo: cazábamos lagartijas o jugábamos a la pelota en un potrero. Iba a buscar a mi mamá a un local que se llamaba Tertulia, que estaba frente a la Plaza de Armas, donde ella trabajaba vendiendo helados. Y andaba con mi papá en su Renoleta, el auto de sus sueños, que se quedaba en panne".
"Mi papá murió cuando yo tenía 11 años; esa es la marca de mi vida. Quedamos solos, tres hermanos con mi mamá; soy el más chico. Mi mamá tuvo que salir a trabajar de nana para que pudiéramos estudiar. Siempre he tenido una relación cercana con ella; soy regalón. Asumí un rol de protector con ella a los 11 años: la acompañaba a todos lados para que no le pasara nada".
"Entré a Periodismo en la Universidad de Chile en 2006 y en la primera clase el profesor hablaba en un lenguaje que no entendí nada. Los códigos, las referencias, los autores; era un nivel superior. Fue un shock. Se me hizo difícil. Tomaba una micro, la 611, que partía en San Bernardo y atravesaba siete comunas. Me demoraba 2 horas en llegar a clases, abatido. Colapsé. Me dio depresión. Tuve que congelar, ir al siquiatra, tomar remedios, terapearme para volver a estudiar al año siguiente; ahí encontré un grupo de amigos increíble".
"Recuerdo el impacto de ir a las casas de los compañeros en Vitacura y Las Condes. Eso me hizo reflexionar cómo guía las posibilidades de expresión de una persona el tamaño del lugar donde vive: una casa enorme, con sala de estar y un patio cuidado. Versus vivir en una casa de 25 m². Eso da rabia".
"Aún vivo en San Bernardo con mi mamá. La nuestra es una vivienda social, pareada, con un solo baño y chico, y dos piezas. Le hicimos una ampliación. También arreglamos el piso y la pintamos cuando me puse a trabajar. Ahí le dije a mi mamá que yo iba a pasarle la plata que necesitaba y que dejara su trabajo. Es mi tributo a ella, que se comprometió con mi sueño. Porque si mi mamá no hubiera salido a trabajar de nana, no habría podido cambiarme en la media a un colegio subvencionado en el que había que pagar una mensualidad de 40 lucas, que era mucho para nosotros. Y no habría llegado a la universidad".
"Escribo sin ocultar mi origen social. En 2010, cuando creamos Noesnalaferia, no había cabida para hablar de la cultura popular. Nosotros quisimos hablar desde ahí y creo esa fue una de las claves del éxito que ha tenido. Reivindicar la pertenencia y el origen. Sentirse orgulloso de ser periférico".