Con un poco de vergüenza confieso que, aunque no me ha faltado el interés en aportar al cuidado del planeta, soy una novata en el reciclaje de la basura. A lo largo de mi vida independiente solo he realizado aislados esfuerzos por juntar algunos desperdicios con la intención de llevarlos a un punto limpio, pero siempre llegaba a ese punto en que la cantidad era tal, que terminaba por rendirme y, en un apuro, despachar todo en la comodidad del camión de basura diario. Mi empresa, La Anticuaria, justamente tiene la filosofía de darles otra vida y nuevos usos a muebles y objetos que algunos quieren dar de baja. Pero, paradójicamente, en la pequeñez del residuo diario estaba en deuda. Ese será mi desafío de fin de año.
En un paseo al lago Rapel, una amiga ecologista, hizo la pega de separar cada lata de cerveza, cada cartón, cada botella de vidrio y todas las cáscaras de frutas y verduras. En ese entorno natural, en que cada pedazo de papel en la naturaleza era una horrible mancha en el paisaje, el incentivo a contribuir era total. Comencé a reflexionar que inconscientemente he sido una activa militante en la reutilización de desechos. Descubrí que mi mal de Diógenes me ha hecho guardar algunas cosas para darles segundos usos: las cajas de cartón para embalar las antigüedades de mi empresa, las bolsas de plástico para cubrir mis cerámicas, relleno todas las botellas de agua, reutilizo el aluminio y plástico para cubrir alimentos y los frascos de vidrio para guardar la comida de mi guagua (a propósito, dense un minuto para mirar lo que hace Greenglass.cl con botellas de vidrio desechadas).
Uno de los bonitos reciclajes que he hecho de manera inocente desde chica, en mi fascinación por el cachureo, es guardar todas las botellas que me parece podrían usarse como florero. En estos tiempos de luz, calor y enorme diversidad de plantas y flores, tiene sentido que algunas botellas con historia queden en nuestras casas y creemos rincones florales conscientes que nos recuerden que somos capaces de dar nueva vida a objetos que, en su mejor escenario, terminarían en plantas de reciclaje.