Mi rincón verde: Constanza Lagos y Pablo Tenhamm
Pablo: Ambos venimos de un linaje de dedos verdes. En mi caso, mi abuela, quien no tuvo la oportunidad de estudiar y llegó como inmigrante a Chile desde Alemania a sus cuatros años, me enseñó un montón. Tuvo que trabajar desde chiquitita y cuando cumplió 20, logró juntar los recursos necesarios para independizarse y comprar un campo ubicado en el Noviciado. Nadie daba ni un peso por ese terreno porque se decía que la tierra era infértil, sin embargo, ella lo transformó en un lugar increíble. Yo crecí, tomado de su mano, viéndola cómo reproducía plantas, regaba y las cuidaba.
Constanza: Lo mío viene desde mis papás. Los dos siempre han tenido una relación muy bonita con la naturaleza. Me acuerdo que de pequeña íbamos a veranear a parques nacionales y como mi mamá es bióloga y mi papá bioquímico, me entregaban el típico dato científico de cada árbol y planta que encontrábamos a nuestro alrededor. Y por otro lado, también crecí con la cosa más sentimental del día a día. Mi casa estaba llena de verde y parte de mi rutina cuando niña era ir a jardinear.
Pablo: Después de conocer a la Coni e irnos a vivir juntos a una casa que está muy cerca de acá, llegamos a este hogar en el Barrio Yungay. Lo que más nos llamó la atención al llegar fue el jardín común del pasaje. Es enorme, pero, en ese minuto, estaba totalmente abandonado. Y nos propusimos levantarlo con el fin de que la comunidad pudiese compartirlo y disfrutar, pero por sobre todo, para que los niños tuviesen un lugar agradable donde jugar.
Constanza: Además, este es un barrio que históricamente siempre ha tenido mucha situación de calle y cuando nos instalamos aquí, era habitual encontrarse con gente usando el patio común para dormir. Junto a los vecinos, decidimos enfocar nuestras energías en repararlo, ya que si algo se ve cuidado, ocurre un efecto de pertenencia. Y eso, crea una especie de barrera invisible de respeto por no pisar el trabajo ajeno. Luego de siete años, nos atrevemos a decir, muy orgullosos de todos, que este espacio sí tiene identidad, que es de la comunidad. Cuando quedé embarazada de nuestro primer hijo, reconozco que me empecé a obsesionar con enverdecer todo para que él pudiese crecer en un ambiente ligado a la naturaleza, cosa que es muy difícil de lograr cuando se vive en pleno Santiago Centro. Y en esa desesperación, empezamos a buscar diferentes formatos para tener plantas en la casa. Antes, cuando vivía con mi mamá, teníamos miles de suculentas y cactus, y como ya les había agarrado la mano, decidimos optar por esa especie. Sin embargo, sufrieron mucho acá porque no recibían la luz directa del sol que necesitaban, así que, solo dejamos las que sí estaban en contacto con la iluminación del sol y nos aventuramos a probar con otro tipo en el patio interior. De a poco, fuimos llenando de plantas que se pudiesen adaptar a un espacio más oscuro como el helecho, filodrendo, peperomia o gomero.
Pablo: Ese espacio, el patio interior de nuestra casa, terminó por convertirse en nuestro rincón verde principal, donde todo ocurre. Cada vez que entro, se siente una frescura diferente. Y muchas veces me instalo simplemente a mirar. Esa es una de las cosas que más me gusta de las plantas, que son como una herramienta para abstraerse de todo. Y sentimos que es un placer cuidarlas. Es muy rico instalarse, fumarse un cigarrito y estar en silencio, sintiendo los olores que emite la humedad. Tratamos de hacerlo dos veces a la semana, idealmente los martes y domingos. Y todo ese proceso implica revisar cada una de sus hojas, limpiarlas si están sucias, podar, ver si hay nuevos brotes, etc. La verdad es que es una relación súper interactiva y fluida.
Constanza: Mi relación con nuestro rincón verde tiene que ver un poco con el sostenimiento de la vida en un contexto donde se está matando todo. Para mí, es como nuestra pequeña resistencia. Y terminó convirtiéndose en un oasis que hace olvidarnos que estamos en medio de la ciudad. Además, creo que tener un espacio rodeado de plantas y, por sobre todo, la oportunidad de interactuar con algo viviente y no inerte, es súper gratificante. Y lo mejor es que todo el mundo puede acceder a ese beneficio, simplemente hay que proponérselo. Cuando vienen nuestros amigos, opcionalmente, eligen el patio interior de la casa para compartir. Y si con Pablo tenemos que ponernos de acuerdo para conversar o discutir algo, siempre lo hacemos ahí. Yo pienso que eso se da porque es un lugar súper acogedor y agradable para estar. Y pese a lo pequeño que es, tiene un techo muy alto al que le pintamos un bosque para que se viera aún más cálido. Pero también tenemos otros espacios ocupados por plantas, y en realidad, casi toda la casa es nuestro rincón verde.
Pablo: Dedicarnos a la venta de plantas e impartir talleres como actividad en común fue algo que ocurrió en el camino, no es que lo hayamos declarado. La Coni y su mamá hacen terrarios y tienen unos que llevan hasta 17 años cerrados. Yo le pedí a mi suegra que me enseñara la técnica, creada por botánicos ingleses para poder viajar con plantas, y quedé fascinado. Es un pequeño hábitat encerrado en vidrio, pero que dentro de él, pasa de todo. Con un terrario y una lupa para observarlo, soy la persona más feliz del mundo. No te dejan sorprender. Y como son seres vivientes, uno hace una composición y no se queda ahí, sino que evoluciona todo el tiempo.
Constanza: Lo interesante de este sistema es que pese a ser súper contemplativo, uno igual puede interactuar con ellos. Empezamos con los terrarios primero, y después, gracias a internet, descubrimos las kokedamas, una técnica japonesa que permite sostener una planta en unas pequeñas bolitas de musgo y sustrato. Hasta el momento vendemos y hacemos talleres de estas dos técnicas, pero tenemos ganas de crecer y explorar nuevas cosas.
Pablo: Mi planta favorita es el musgo. Encuentro que son maravillosos, evocativos y diferentes. Y como son tan pequeños, tienen algo de abstracción, ya que al observarlos cambia la escala. Son sorprendentes todas las cosas que puedes encontrar mirándolos. Hace poco me compré unos lentes de dentista para poder contemplarlos. Encuentro que tienen una cosa muy linda, que no tienen otras plantas, y es que se aprecian en la medida que están juntos. Funcionan como comunidades y son muy colectivos.
Constanza: La mía es el gomero que tenemos en el patio interior. Llegó hasta acá luego de que una vecina se nos acercara para regalárnoslo. Nos comentó que la planta significaba mucho para ella, ya que tenía la misma edad de su hija, quien en ese momento, tenía 21 años. Sin embargo, no se le había dado fácil cuidarlo. Lo recibimos casi muerto, solo tenía dos hojas. Y una vez que le cambiamos la tierra y los instalamos, no dejó de darnos brotes. Se nota que está feliz acá.
Pablo Tehnamm (34) y Constanza Lagos (33) son artistas visuales y creadores de la tienda de arte y naturaleza @lacasaylaplanta.
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