Los responsables de mi amor hacia el verde son mis tíos paisajistas. Me acuerdo que cuando chico me encantaba ir a verlos porque encontraba que tenían la casa más linda de Santiago. Su jardín era como una selva, repleta de árboles y plantas. Y era muy interesante el cómo lograban conectar la naturaleza con la arquitectura. Tenían piletas con flores de agua integradas por todas partes y rincones muy verdes. Todo eso generaba una energía muy agradable en el ambiente y lo convertía en un espacio muy cómodo para estar. Escucharlos hablar de plantas era una de mis actividades favoritas y ahora me siento muy orgulloso por haber heredado esa pasión y poder compartirla con los dos.
Cuando salí de la universidad, y tuve mi primer trabajo, me fui a vivir con mi pareja a un departamento. Ahí me di cuenta que, además de necesitar visualmente del verde, mi vínculo con las plantas era mucho más fuerte de lo que pensaba. Así que decidimos que formarían parte de nuestro espacio y lo llenaríamos de diferentes tipos. Esa fue la primera vez que me interioricé tanto con el cuidado. Tiempo después terminamos y tuvimos que dividirlas. Igual fue un poco trágico porque sentí que me estaba separando de mis hijos. Pero la historia tiene un final feliz. Nosotros volvimos, puertas afuera esta vez, y cada vez que voy a verlo a su casa, las plantas no dan más de alegría. Él se ríe cuando digo eso, sin embargo, estoy seguro que sí me sienten.
Me instalé en este departamento y se me murieron casi todas las plantas que me habían tocado a mí. Fue terrible, sobre todo porque siempre he pensado que tengo manos verdes. Y aún lo creo, pero reconozco que hay algunas que son súper mañosas. Además, pienso que este espacio está sobrecargado de energía, se siente algo extraño y creo que eso les hizo daño. Para limpiarlo llamé a una bruja blanca quien hizo una purificación profunda en el ambiente. Sufrí mucho con lo que pasó, sin embargo, soy muy creyente de los procesos y entendí que podía tratarse de un nuevo comienzo.
De a poco fui rearmando mi rincón verde y hasta el momento debo tener unas 25 plantas en total. Me encantaría que fuesen muchas más, pero tampoco quiero comprar ya que prefiero que se me presenten en el camino, que estén aquí por una razón. E igual ese método me resulta. Antes me moría por tener un trébol morado y un día llegó mi roomate con ella en sus manos porque se la habían regalado.
Creo que siento una conexión especial con ellas porque, como soy signo piscis, me cuesta compartir mis emociones, pero con las plantas todo fluye más fácil. Cuando las cuido siento algo tan fuerte, que comienzo a liberar temas y aclarar mis pensamientos. Es un vínculo difícil de explicar. Me encanta estar con ellas y las veo como una verdadera compañía, es como que me nutren el alma. Y les hablo como si fuesen mis hijos o una mascota. También me gusta ponerles diferentes tipos de música y mantras; prenderles inciensos y cambiarlas de lugar según la época del año.
Las regaloneo porque estoy totalmente seguro que sienten todo lo que pasa a su alrededor. Son seres vivos a los que si uno les da amor, te lo devuelven. Cuando florecen no es por nada, sino que es un reflejo de todo el cariño que han recibido. Es tanto lo bien que me han hecho, que hace unos meses decidí tatuarme una especie de enredadera en la parte inferior del brazo. Llevo dos sesiones, de cinco horas cada una, y me falta la tercera.
Mi planta favorita son los Mantos de Eva. Cuando veo que florecen no lo puedo creer porque es súper difícil. Y si pasa, le hago una encuesta al dueño de la planta para saber cómo lo logró. El que tenía desafortunadamente se murió y como todavía el destino no me trae uno nuevo, no lo puedo reemplazar. Y mi regalón de este espacio es el cactus de San Pedro. Lo rescaté en un vivero en el norte cuando estaba a punto de morirse y apenas lo instalé acá le dije que era el rey de la casa. Y se lo tomó tan en serio que no ha parado de crecer.
José Eyzaguirre tiene 29 años y es publicista.