"Mi conexión con el verde viene por crecer en un lugar muy ligado a la naturaleza. Tuve la suerte de vivir en una casa rodeada de árboles y de tener a unos papás amantes del jardín. Siempre fui un niño muy outdoor y prefería estar jugando afuera que encerrado en cuatro paredes. Me acuerdo que casi todos los fines de semana partíamos el familión completo a algún vivero o parque. Aunque mis papás estaban a cargo del diseño de nuestro jardín, siempre me dieron la libertad para que yo pudiese intervenirlo. Junto a Jesús, el jardinero de toda la vida y de quien aprendí y admiro un montón, armamos una huerta que ya no está y el espacio al que yo ahora, pese a no seguir viviendo aquí, lo autodenomino como mi rincón verde.
Hace siete años que me independicé y me fui del hogar de mi familia. Y la verdad, es que me ha costado un poco adaptarme. Ahora vivo en un edificio en Providencia, y aunque sea un fanático de la vida urbana, me hace falta abrir mi ventana y encontrarme con la naturaleza. En mi departamento tengo un balcón chiquitito con varios cactus y suculentas, sin embargo, no tiene lo explosivo del verde. Lo que hago es regarlas cada dos semanas como parte de una estrategia: la que sobrevive se queda allá y la que no, me la traigo a mi rincón verde. Las instalo en este espacio porque a las de aquí les presto mucha más atención. Vengo mínimo dos veces por semana y me quedo horas trabajando en él.
No fue fácil sacarlo adelante. Al principio era como un iglú, pero todos los inviernos se me caía. Después, armamos este espacio, uno que ha ido mutando físicamente y también en lo funcional. Antes lo usaba principalmente para la reproducción y por tanto, cumplía más con el rol de invernadero, pero ahora es un lugar al que le voy metiendo de todo. Plantas mías, de mis amigos, mi colección de huesos, de botellas, etc. Soy muy cachurero y este lugar representa un poco eso. Siento que este espacio se convirtió en una especie de clínica. Me gusta recibir plantas ajenas y revivirlas. Así que cuando vengo, reviso cómo están mis pacientes verdes.
Mi última misión fue la de reproducir Bellotos del norte, un árbol que está en peligro de extinción. Agarré muchas semillas que estaban tiradas bajo él, en un parque en Providencia, las traje al invernadero y sembré cerca de 80. Y para Navidad, cuando ya habían crecido, se los regalé a todos mis amigos.
Como somos una familia bastante grande, cuando vengo aquí, siento que me escondo del resto. Es como mi refugio. Mi hija mayor, la de tres años, sabe perfecto que cuando no estoy compartiendo es porque estoy en el invernadero. Para interiorizarla con este mundo, le digo que le ponga animales de juguetes a los maceteros. No es fácil que los niños enganchen con algo así, pero siento que le está empezando a gustar.
Una de las cosas que más me gusta de las plantas es la paz y tranquilidad que transmiten. Uno pone las manos en la tierra y se siente una calma inmediata. Está comprobado que la conexión con la naturaleza, como ingresar a un bosque por ejemplo, crea un efecto positivo en las personas. Además, el trabajar con ellas es súper gratificante porque siempre te entregan un feedback y así, puedo saber si lo que estoy haciendo está bien o mal. Son muy guiadoras.
Soy un gran fanático de los árboles. Me gusta esa nobleza de que crecen por mucho tiempo y que pueden ser eternos. Mis favoritos actualmente son los que están en la zona central, como el Belloto, Quillay, Peumo y Boldo, porque han sobrevivido miles y miles de años a este clima que no es fácil.
Creé Ladera Sur con la intención de conectar a las personas con la naturaleza. Siento que se ha ido perdiendo un poco ese vínculo y este proyecto busca volver a poner en primera plana el verde. Soy consciente de que estos temas están interesando cada vez más, pero lo que urge es hacer un cambio rápido. El planeta nos necesita hoy, no mañana".
Martín del Río tiene 34 años, es publicista y fundador de Ladera Sur.