"Cuando tenía un año llegué a vivir a esta casa en Lampa, junto a mis papás y mi hermana. Todos mis recuerdos y sensaciones se concentran en este lugar: el olor de la tierra mojada, el sonido de las hojas de los árboles con el viento, el cacareo de las gallinas, la tranquilidad. Creo que haber crecido acá influyó mucho en mi personalidad y agradezco que así sea. No me imagino de otra manera, no me interesa ser otra persona.

Mi amor por la naturaleza empezó a manifestarse a los cinco años. Siempre me gustó, pero a esa edad me hice consciente de lo mágica que puede llegar a ser. Me encantaba acompañar a mis papás a la feria del barrio porque siempre salía de ahí con unas semillas de flores. Las sembraba y cuidaba, hasta que se morían. Eso me hizo darme cuenta que las plantas son de temporada. Después me dio por los cactus. Fui juntando de a poco, y terminé creando una pequeña colección. Lo que me cautivó fue el tema de las semillas. El cómo una piedrita insignificante se convierte en algo tan fantástico.

Hace dos años me encontré con un rábano abandonado en el refrigerador. Lo tomé y lo planté en una cajita. Con el tiempo creció y le salieron semillas nuevas, así que de uno, empezaron a crecer muchos otros. Mi papá se dio cuenta de lo que estaba haciendo y me motivó a construir una huerta en el jardín. Ahora ese lugar es como mi templo. En primavera tengo lechuguitas de todo tipo, tomates, acelgas, ajíes, rabanitos y hierbas medicinales. Y al lado de mi huerta, están mis gallinas, que son como mis mascotas. Me gusta compartir con ellas e ir todas las mañanas a ver si pusieron huevos. Mi abuela sabía que yo soñaba con tener un gallinero así que me regaló siete gallinas de su campo. Lo triste fue que todas esas murieron porque una noche entraron los perros. Por eso ahora cierro la puerta con tres candados.

Encuentro que la naturaleza es increíble, que es vida y que hay que valorarla como tal. Y me da mucha pena que la humanidad no le toma la importancia que merece. Siento que es porque está un poco perdida porque no hay mejor solución que conectarse con la naturaleza para entender quiénes somos. Es nuestra esencia y la necesitamos como motor de vida. Aquí nació todo, gracias a la agricultura somos lo que somos. Sin ella estaríamos viviendo en cavernas cazando animales. Porque todo cambió cuando el ser humano aprendió a dominar la naturaleza, a cultivar cosas, a generar su propio alimento. Y ahora la estamos olvidando, como si no valiera nada.

Me encantaría tratar de incentivar a mis amigos con este tema, pero a veces me frustro porque siento que no hay cómo hacerlo. Ellos están todo el día pegados a sus celulares. Yo tengo el mío pero lo uso solo para buscar cosas en internet. No soy de redes sociales, no les encuentro el sentido. ¿Para qué voy a querer andar publicando todo lo que hago? ¿O viendo qué está haciendo el resto? Creo que es una pérdida de tiempo. Cuando estoy en los recreos, todos empiezan a revisar su Instagram y nadie dice nada. Se pierde esa conexión humana. Además, dejan de maravillarse con la simpleza de la vida, porque internet no tiene límites, está lleno de cosas increíbles, y cuando ven una planta, no les pasa nada. A la gente no le interesa que una semillita se transforme en algo ¡Eso sí que es mágico!

Renunciar al mundo de las redes sociales me ha hecho ser un poco distinta a mis compañeros, pero en realidad no es algo que me acompleje. Me daría un poco de lata ser igual a todos. Sí tengo mi grupo de amigos, pero no soy de necesitarlos todo el tiempo. Disfruto de la soledad algunas veces y creo que eso es porque he aprendido a vivir conmigo misma, a conocerme. Es que me pasa que necesito un respiro del resto porque, la gente de mi edad al menos, está enfocada en cosas más superficiales. Por eso me encanta saber que, cuando llego a mi casa, puedo meter las manos en la tierra y conectarme con mi esencia. Mi huerta se transformó en mi desahogo, en mi vía de escape.

Me gusta mucho el tema de reutilizar las cosas. Yo hago mi propia tierra a partir de las hojas de los árboles que caen en otoño. Las junto por un largo tiempo, las voy mojando y dando vuelta, si es que es necesario, hasta que se transforman en tierra de hoja. Eso se demora como un año. Y después las uso para la huerta. Es que no soy muy fanática del abono que venden, no creo que les haga bien a las plantitas. Igual no tengo mucha experiencia en el cuidado, pero he ido aprendiendo a través de lo que veo. Hace poco me di cuenta de algo súper interesante: hay plantas que funcionan mejor cuando están juntas y otras que su unión les hace mal. El año pasado junté papás con ajíes y fue fatal. En cambio, los rábanos con las lechugas, crecieron muy bien juntos. Se supone que es por los nutrientes, ya que si consumen los mismos, se los pelean. Y cuando se hacen amigos es porque cada uno necesita distintos.

No tengo una planta favorita, pero sí una por la que siento un cariño especial, porque fue la única que sobrevivió a las temperaturas extremas de todo el año. Esa es el orégano. Y aquí sigue, siendo de las pocas que aún está viva. Es que ahora es muy difícil que una planta dure toda su temporada ya que estamos viviendo temperaturas muy extremas. Los inviernos son muy helados y el verano muy caluroso. Y uno de los grandes culpables de eso es toda la basura que generamos. Si uno se hace cargo de eso, estará sembrando su propia semillita en este mundo".

Sofía tiene 15 años y es alumna de primero medio.