Romance en horario prime
Juan Ignacio Vicente, gerente de contenidos internacionales de Mega, es el hombre que salió a buscar por el mundo nuevas producciones que pudieran funcionar en la televisión chilena y volvió con la teleserie turca Las mil y una noches, que se convirtió en fenómeno televisivo y allanó el camino para las otras series turcas que han programado después también con éxito: ¿Qué culpa tiene Fatmagül? y Ezel. ¿Qué es lo que Vicente vio en ella, si no entendía un carajo de lo que decía en turco?: Grandes historias de amor.
Paula 1166. Sábado 31 de enero de 2015.
Una de las cabezas tras el fenómeno de las teleseries turcas es el gerente de contenidos internacionales de Mega Juan Ignacio Vicente (40), más conocido como Iñaki. Con casi dos décadas de experiencia en el mundo de la televisión y grandes aciertos en su carrera profesional –fue el responsable de poner en la pantalla de Canal 13 otro milagro de la ficción: la brasileña Avenida Brasil–, este periodista de la Universidad Católica y magíster en Televisión y Cine de la Universidad de Temple, Filadelfia (EE.UU.), arribó hace un año a Mega junto al nuevo director ejecutivo del canal, Patricio Hernández. ¿En qué consiste su trabajo? Entre otras cosas, en recorrer las ferias de televisión más importantes del mundo y ver qué contenidos podrían resultar exitosos en Chile. Así fue como un día, junto a Hernández, decidieron fijarse en mercados que nadie estaba cotizando. La idea era abrir la mirada a las producciones de Medio Oriente, Corea o India.
Con este plan en mente, fueron a una feria en Cannes donde se juntaron con proveedores de Turquía y vieron por primera vez un tráiler de Las mil y una noches. Y, aunque Vicente asegura que la sinopsis era de pésima calidad, su instinto televisivo detectó inmediatamente –por la belleza de las imágenes y de la música y por su ritmo narrativo– que tenían frente a ellos una tremenda historia de amor, desgarradora, que atrapaba mágicamente en su mundo. Vieron los primeros 10 episodios en turco –porque no disponían de subtítulos–, hicieron focus group y entonces dieron el salto: decidieron comprarla para traducirla y doblarla en Chile, a pesar de que nunca la producción había sido emitida en un país de habla hispana. Los guiones fueron traducidos por un vendedor de kebabs de Bellavista (recomendado por la Embajada de Turquía) y los diálogos doblados por el estudio de doblaje Dint, que no dudó en usar términos tan locales como plata en vez de dinero y altiro, un típico chilenismo para decir ahora.
"La audiencia está llena de intangibles muy difíciles de leer, que tienen que ver con las emociones del país, con lo que se está hablando y escuchando. Creo que con las teleseries turcas nos conectamos con una necesidad en un minuto preciso: la gente quería ver una buena historia de amor, quería enamorarse del galán de la teleserie".
Un mes después, Las mil y una noches estaba al aire. Comenzó marcando unos tibios 11 puntos de rating que, tres semanas después, se habían convertido en 27. Había nacido el fenómeno. Pero el impacto de estas teleseries no quedó ahí. No solo otros canales chilenos emularon a Mega y empezaron a comprar y a transmitir ficciones turcas, sino también otras cadenas latinas. Esto ha hecho que su éxito en Chile se esté expandiendo a toda Latinoamérica. En Argentina, por ejemplo, la historia de amor entre Onur y Scherezade se ha transformado en el último mes en el programa favorito de los telespectadores trasandinos.
¿Por qué crees que las teleseries turcas sintonizaron tan bien con la audiencia chilena?
Hay tres motivos. Primero: porque hay una identificación cultural con sus protagonistas. Uno perfectamente podría ver a Ezel o a Fatmagül caminando por Santiago. Físicamente se parecen a nosotros, por eso sus personajes inmediatamente parecen cercanos. Segundo: tienen una excelente calidad de producción. Y tercero, y esto es lo más importante: son historias de amores imposibles preciosas, simples y emocionales. Y contenidos de este tipo habían estado ausente del horario prime desde hacía mucho tiempo. Miramos la competencia: TVN tenía una buena historia con Vuelve temprano, sobre una familia que perdía un hijo, y Canal 13 tenía otra buena historia, Secretos en el jardín, sobre asesinatos ocurridos en los años 80. Por lo tanto, había una ventana para nosotros, una posibilidad de entrar con una historia de amor clásica y tradicional, que lograra emocionar a un público que estaba, probablemente, deseoso de eso.
¿Cómo logras identificar lo que quiere ver la gente?
La audiencia está llena de intangibles muy difíciles de leer, que tienen que ver con las emociones del país, con lo que se está hablando y escuchando. La persona que diga "yo sabía que esto iba a funcionar" miente, porque aquí nadie tiene una bolita de cristal. Podemos tener intuiciones, estudiar a la audiencia, ver qué tiene la competencia; pero saber que algo va ser un fenómeno, no. Creo que con las teleseries turcas nos conectamos con una necesidad en un minuto preciso: la gente quería ver una buena historia de amor, quería enamorarse del galán de la teleserie. Y en Las mil y una noches todas se enamoraron de Onur, incluso le decían "mi Onur". Es alucinante porque se enamoraron de un tipo que era un cabrón, que le paga a una mujer por tener sexo y que después se enamora de ella y gracias a eso se redime, pero el público lo acepta y lo acompaña en ese proceso.
¿Cómo ha afectado el éxito de las teleseries turcas a la producción de telenovelas nacionales?
A Mega creo que le ha afectado positivamente. Nuestro foco es tener producciones nacionales al aire en los mejores horarios. El fenómeno más grande que hemos tenido en el último año es Pituca sin lucas, no Las mil y una noches. Por un lado, las teleseries turcas nos han servido para estudiar qué puede funcionar y ver cómo lo aplicamos a nuestros productos. Por otro lado, el fenómeno ha generado un remezón bastante fuerte en la industria, es cierto, pero no creo que tenga que ver solamente con que a las turcas les vaya a ir mejor siempre. De hecho, Canal 13 puso al aire una turca y la sacó porque le fue pésimo. Su éxito no tiene que ver con la procedencia del producto, si es turca o no; tiene que ver con el contenido, con lo que transmite: si emociona o no. Cuando un producto logra que el público se identifique emocionalmente con la historia y la persona que lo está viendo dice "qué ganas de que me hubiese pasado eso" o "¿qué hubiese hecho yo?", es un éxito absoluto, es un fenómeno.
Tú consumes televisión como parte de tu trabajo. Los programas que eliges para poner al aire, ¿te gustan personalmente?
Sí, sobre todo las teleseries mexicanas. Lo paso bien viéndolas. Ahora vamos a dar un gran proyecto: Muchachita italiana viene a casarse, un remake de una producción mexicana que fue muy exitosa en los 70 sobre una mujer que se casa con el hombre equivocado mientras se enamora del tipo incorrecto. Y está increíble. Su tecla es también el amor imposible.
¿Qué tiene el género de la telenovela que cala tan hondo en Chile y en el resto de Latinoamérica?
Este género es propio del continente, está en su esencia. En una gran conversación que tuvimos con uno de los productores turcos, él nos contó que antes de 2002 sus productos de ficción eran pésimos, que no los veía nadie, que eran fomes y mal hechos. Entonces decidieron mirar miles de horas de Televisa y anotar en una tabla lo que funcionaba en las telenovelas mexicanas. Y pescaron todo eso y lo mejoraron con buenos actores, buenas locaciones y buenos guiones. Lo hicieron mejor los turcos, pero aprendiendo primero de nosotros. ·
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