Hace más de 10 años, cuando Romina Pistolas (36) recién llegaba a Australia en busca de nuevas oportunidades, se le cruzó una chilena. Karla, que llevaba ya un tiempo viviendo en Adelaide, pronto le reveló cómo se ganaba la vida. Era stripper y le iba increíble. Esto fue una gran, gran, sorpresa para Romina, porque ya lo había considerado como una opción, pero lo había descartado porque tenía un cuerpo “normalito, chileno”, a diferencia de las rubias, pechugonas y altas que vio bailar al primer club al que entró. Pero Karla era como ella: chilena, bajita y piernona.
“Si bien siempre he sido muy segura de mí misma, nunca pude alcanzar el canon de belleza tradicional. Al igual que muchas otras chilenas comunes que tenemos antepasados indígenas, mi piel es morena, mi cuerpo es gordito de piernas y brazos, soy baja y narigona. No calzo con todo eso que me inculcaron que era lo bello.
Cuando llegué a Australia y quise empezar a trabajar en el negocio del striptease tuve un primer encuentro con ese mundo. Fui a los clubs en Sídney a ver si me gustaban y me encontré con que todos los cuerpos de las bailarinas eran perfectos. Hechos a bisturí, claro. Unas tetas exorbitantes y sus vaginas eran tal como las que crecí viendo en el porno. Todo metido hacia adentro y sin ningún pelo. Yo miraba la mía y me daba cuenta de que era distinta. Me cuestionaba si habría cabida para mi cuerpo latino, chico y piernón dentro de esta hegemonía perfecta. Estuve quince minutos ahí, me di cuenta de que eran perfectas y las miré a todas como se mira algo medio borroso, las puse a todas en un mismo cuerpo y me fui. Y ahí se acabó mi sueño de la ‘plata fácil’”, dice.
Por eso se sorprendió tanto cuando se encontró con la chilena que, dice, tenía el mismo cuerpo que ella. “Me reveló que era stripper y que le iba increíble, incluso mejor que a las rubias, blancas, delgadísimas y con un cuerpo perfecto que había visto antes. ‘El club puede que las contrate, pero a las que les va realmente bien son las que tienen cuerpos normales’, me dijo. Con eso me atreví y empecé a bailar”, dice Romina.
“Mejorar” para ser deseadas
Cuando entendió que estaría por lo menos unos años trabajando en eso, Romina se propuso invertir en sí misma, que era lo que sus compañeras de trabajo hacían. Ponerse pechugas, labios, hacerse el BBL (Brazilian Butt Lift) y cambiar la nariz eran la meta para cumplir estos estándares.
“Empecé a trabajar pensando que iba a juntar plata para operarme. Pero esas ganas se desvanecieron cuando me empecé a dar cuenta de que a pesar del gran esfuerzo económico que hacían estas cabras que se operaban enteras, del dolor, la recuperación y el trauma de pasar por un quirófano, su gran y notorio cambio no se traducía en más dinero.
Efectivamente algunas se sentían con más confianza, pero eso era porque ellas así lo sentían. Me di cuenta muy pronto de que, en realidad, no es necesario operarse porque todos los cuerpos son deseables. Mi cuerpo normalito chileno al menos sí lo era porque lo veía reflejado en los clientes que pedían mis bailes. Creo que lo que les gusta es la personalidad y no cómo te ves”, afirma.
En un momento incluso, aunque engordó bastante, dice que le seguía yendo igual de bien. “Luchaba contra la dismorfia corporal a diario, claro que sí. ‘Romina, recuerda que es la mente’, me repetía todas esas noches. Yo sabía que me pedían por mi personalidad y me sentía segura por eso, hasta que en un momento el mánager de mi club me llamó y me dijo que mi guata era muy grande y me echó. Me iban a dar un mes de gracia por si en ese tiempo bajaba los 10 kilos que me sobraban según mi jefe, con la condición implícita de que, si lo hacía, me podía quedar. Lo pensé porque me gustaba mucho ese lugar. Incluso lo intenté, pero lo hice a mi ritmo, era imposible bajar esa cantidad de peso en tan poco tiempo y no me quería enfermar. Pasó el mes y me echaron. No había bajado lo suficiente”, cuenta.
Estaba decepcionada. Le dio mucha rabia. Pensó cómo el mánager que llevaba más de 20 años en el negocio del deseo todavía no lo entendía. “Yo era una de las que más plata hacía. Él pensaba que la gente iba a ver esos cuerpos delgados que estaba trayendo al club, cuando éramos las con guata suelta, como él me dijo, las que traíamos a más clientes. Pero Richard también creía en la mentira, todavía no podía verlo”.
Según Romina, la gran mentira es que los cuerpos deseables son los hegemónicos. “Creemos que tenemos que mejorarnos a nosotras mismas para alcanzar unos estándares que nunca alcanzaremos. Y esto sucede porque este mundo capitalista quiere rentar de nuestros cuerpos a partir de nuestras inseguridades. Les sirve que tengamos dismorfia corporal y que pensemos que hay un estándar porque hay una industria que comercializa con ello.
Yo digo que todos los cuerpos son deseables porque tengo la certeza de que así es, pero ni yo me salvo de los complejos. En general, soy segura de mí misma, pero por supuesto que siempre trato de verme lo más linda posible y de comprarme ropa que me haga sentir que todo está en su lugar. No logro pasar esa barrera personalmente. Sin embargo, experimentar del deseo que no se miente a sí mismo, me ha hecho sentirme tan segura como para atreverme ahora a incursionar en la literatura, a creerme el cuento de que puedo ser talentosa por ese lado que es súper intelectual cuando quizás nunca me hubiera sentido capaz si no hubiera sentido esta seguridad corporal”, confiesa.
La industria del canon de belleza
Aunque las cirugías estéticas a las que se someten muchas otras bailarinas no significan un cambio en la clientela o en qué tan deseadas son, sabiéndolo, muchas pasan por el bisturí igual para sentirse más seguras consigo mismas. Así lo hizo una de las amigas más cercanas de Romina en Australia, la socióloga, sexóloga y stripper Gabriela Rivas (@empowered_intimacy_), quien después de haber pasado por dos operaciones dolorosas, sigue pensando en qué más se va a hacer. Todavía no está feliz con su cuerpo.
“El trabajo de stripper me ha empoderado porque uno se da cuenta de que la intimidad y la atracción es una cosa muy energética, algo más mental y espiritual que físico. Es tu carisma, no es cómo te ves”, reconoce Gabriela.
Y sigue: “Se ha estudiado que el cómo te sientes con tu cuerpo es una de las principales preocupaciones de las mujeres que interfieren en su placer y su deseo. Para poder alcanzar el orgasmo y encontrar el placer en tus interacciones sexuales hay que estar completamente inmerso en el presente, casi en estado de meditación. Cuando estás preocupada en cómo se ve tu cuerpo dejas de disfrutar del placer. Así de importante es que descubramos, todas, que hay distintos tipos de belleza”, asegura.
Sin embargo, reconoce también, que la aceptación no es un proceso fácil. En su caso, el ponerse implantes mamarios le ayudó a subir de peso sin obsesionarse con ser flaca. Ahora es más curvilínea y está en un peso que jamás se había permitido estar sintiéndose cómoda consigo misma. “Igual sigo pensando en qué otro procedimiento hacerme. Yo creo que no tiene que ver con cómo una se ve objetivamente, sino que con esa necesidad de valer lo suficiente, de ser esa imagen ideal que la sociedad y tu familia te inculcan. Es como un consumismo del cuerpo perfecto”, agrega Gabriela.
Un asunto de valor
Para Romina el descubrimiento de esta gran mentira de que sólo hay un tipo de cuerpo que es deseado, fue trascendental porque influyó en decisiones importantes de su vida. “Pensamos que no somos lo suficientemente valiosas y nos quedamos de repente con personas que no nos valoran. Yo me terminé casando con un gringo, que era un imbécil, solamente porque era alto, rubio y tenía los ojos verdes. Y yo había escuchado en mi vida que había que mejorar la raza. Pero no me llegaba ni a los talones de ninguna forma”, dice.
“Por eso es que es necesario que comencemos a valorarnos de otra manera. En mi caso fue a través de este oficio. Pero eso es un detalle. Es necesario que todas las mujeres comprendamos que podemos ser deseadas independiente de cómo nos veamos físicamente. Muchas veces nos pasa que nos valoramos sólo si nos valora el otro. Pero no. Tenemos que comenzar a valorarnos nosotras mismas”, concluye.