Ser madrastra no es fácil. Parto con esta declaración porque hay que sincerarse, nadie nos enseña a asumir un rol así y aunque podamos tener las mejores intenciones, el peso de la historia y sobre todo de la cultura es más fuerte. Me tocó serlo a los 23 años, cuando en mi proyecto de vida la maternidad se veía lejano, y entonces, asumir ese rol, además de acercarme a la maternidad de manera abrupta e inesperada, me hizo hacerlo sin ninguna experiencia. En este contexto, es complejo entender los vínculos de padre e hijo y entonces surge todo aquello que siempre leímos en libros, vimos en las películas y en dibujos animados: que el amor del hombre que quieres, se divide, que incluso a veces hay que pelear por él y no compartirlo.
Recuerdo perfecto el momento en que mi pareja me contó que tenía un hijo. Lo recuerdo porque mi pololo anterior también era padre y en esa relación me sentí postergada miles de veces, entonces juré nunca más meterme con un hombre con hijos. Recuerdo también todas las veces que me enojé, sin decirlo obviamente, porque teníamos que cambiar un panorama a causa de su paternidad. Pensaba todo el tiempo que se trataba de una competencia, incluso, y esto suena terrible, en ocasiones tenía la esperanza de algún día ser más importante que su hijo.
Hoy, varios años después y siendo madre, me parece totalmente patético y egoísta mi manera de relacionarme con ese vínculo de padre e hijo, lo vine a entender recién cuando yo me transformé en madre. Y aunque me avergüenza haber pensado y sentido así, de cierto modo lo entiendo, porque toda la vida nos han enseñado que las ex parejas de nuestras parejas son un enemigo silencioso, una amenaza, e inevitablemente eso también lo llevamos a los hijos e hijas. Nadie nos enseña a separarlo.
El texto Madres y madrastras: modelos de género, heterodesignación y familias reconstituidas de Beatriz Moncó de la Universidad Complutense de Madrid, dice que de madrastras poco sabemos a través de la historia sino es su defensa de los hijos propios y sus bienes frente a los que corresponden a los hijastros. De madrastras conocemos también lo que nos dicen los cuentos tradicionales e infantiles, que sin duda alguna han marcado claramente esta figura con trazos negativos, y que sus valores y representaciones culturales han llegado hasta hoy día, independientemente de que realmente se puedan encarnar o no en una persona en concreto. Solo basta con buscar algunos ejemplos y surgen con rapidez. Como en Hansel y Gretel, donde la madrastra convence al padre para que abandone a los niños en el bosque; o la Cenicienta, que la madrastra utiliza a la hijastra de criada y le prohíbe ir al baile a conocer al príncipe. También en Rapunzel cuando la madrastra encierra a su hija postiza en una torre o en Blancanieves directamente la intenta matar.
Elizabeth Palamara es psicóloga, se ha dedicado a trabajar con familias ensambladas, y creó la escuela de madrastras en Chile. Dice que “ser madrastra es un rol sumamente complicado, no sólo porque socialmente es bastante cuestionado con estereotipos que van desde la bruja malvada capaz de envenenarte, hasta una mujer indolente y egoísta que no le importan los hijos ajenos, sino que también porque desde pequeñas soñamos con otros ideales y jamás con convertirnos en madrastra. No es algo que deseamos, no nos hemos preparado y dispuesto para esto”.
Sin embargo, hoy en día con el aumento explosivo de los divorcios, especialmente en los primeros años de matrimonio –según datos del INE, en la última década el número de divorcios en matrimonios que han durado 5 años o menos aumentaron en un 525%, pasando de ser 578 en 2006 a 3.035 en 2016– es muy probable que, en algún minuto de la vida, muchas mujeres tengan que cumplir con el rol de madrastra, y que los niños se críen con padres y madres “extra”. En ese sentido, “es necesario recibir ayuda y también avanzar hacia terminar con el estigma con el que carga esta figura, que es fruto del sistema patriarcal en el que vivimos, porque nace desde la competencia entre mujeres”, explica la psicóloga experta en género, Loreto Vega. “Madres y madrastras se han construido como modelos dicotómicos, sin embargo si el hecho biológico, la custodia y la convivencia separan las figuras de madres y madrastras el cuidado las une. Finalmente en el imaginario de la madrastra perversa hay mucho más de constructo que de realidad, y cuando hay realidad, surge también desde estos constructos y mandatos. Por eso es necesario que socialmente apuntemos a que la madrastra es una experiencia maternal más, y no como ha sido hasta ahora, una experiencia muy invisible e incomprendida por el entorno social. Porque una madrastra puede querer igual a la criatura de su pareja que la madre biológica, pero no se entiende este afecto”, agrega.
Y Palamara concluye: “Cuando una mujer va tener un hijo, todo el mundo está dispuesto a ayudar, dar consejos, existen páginas, libros, profesionales que te ayudan, pero cuando alguien se embarca en ser madrastra solo hay comentarios como ‘esos niños no son tu responsabilidad’, ‘madre hay una sola’ o ‘no te importe lo que pase con ellos, no son tus hijos’. Como madrastra es normal que se sientan celos, frustración, arrepentimiento y rabia. Pero debemos entender de dónde vienen esos sentimientos y apoyarnos en los procesos de crianza y maternidad, ya sea de los hijos biológicos como los. Lo importante es tener expectativas realistas, porque no existe una sola forma de ser familia, si no tantas como podamos imaginar”.