Cada año en diferentes países aparecen nuevos grupos de mujeres que se organizan para financiar iniciativas sociales. Sus objetivos son mejorar las condiciones de vida de otras mujeres y niñas, así como crear redes de innovación y emprendimiento en áreas tan diversas como la educación, la cultura, el medio ambiente o la tecnología. Lo que se conoce en el mundo como filantropía femenina es una nueva forma de organización mucho más solidaria y corresponsable porque –según datos del Centro de Filantropía de la Universidad de Indiana (EEUU)– las mujeres son más generosas, cooperadoras y afines a los problemas de sus pares que los hombres.
Así lo ha evidenciado también la abogada Rosa Madera, fundadora y CEO de Empatthy, representante en Chile del Comité de Mujeres Líderes de América de la OEA y parte de la iniciativa social Por Todas, quien cuenta que si bien no hay estadísticas oficiales sobre el porcentaje de mujeres dedicadas a la filantropía a nivel mundial, la evidencia muestra que son muchas y de sectores muy variados y transversales, y reconoce que es por una razón muy sencilla: ellas, por lo general, empatizan mucho más con sus pares que los hombres, sean estas jóvenes, niñas o en edad adulta. “El sexo se relaciona con la empatía, y no lo digo yo, hay muchos estudios en los que las mujeres puntúan más alto en las escalas que la miden”, dice.
Sin embargo, agrega que también hay un punto débil sobre el que hay que poner atención. “Se reconoce que generalmente las iniciativas de mujeres no cuentan con fondos suficientes para llevar adelante los objetivos propuestos por muy loables que estos sean. Las emprendedoras tienen más dificultades para obtener financiación que los hombres y, por esta razón, la creación en 2007 de Women Moving Millions fue fundamental. Desde ese año, la iniciativa ha inspirado a más de 290 miembros para que comprometan más de 600 millones de dólares a organizaciones e iniciativas que busquen soluciones a los problemas de mujeres y niñas en todo el mundo”.
¿Existe una brecha de género también en filantropía?
Se ha avanzado pero aún existe, y América Latina y el Caribe son una cruel expresión de ello. Los recursos privados para fines públicos dedican un muy bajo porcentaje para apoyar iniciativas de mujeres y niñas; sus políticas y programas por lo general no tienen en cuenta la dimensión de género y las mujeres, a pesar de ser las principales activistas, están casi ausentes en las decisiones de las organizaciones filantrópicas. Hoy las filántropas con poder son una minoría y que no tienen visibilidad pública. Y esto es complejo, porque las mujeres son quienes están al frente de gran parte de las batallas para no sólo enfrentar los problemas actuales en sus comunidades, sino también para imaginar en articulación con otras mujeres sociedades más justas, inclusivas, amigables y prósperas. Más aún en tiempos de la pandemia del Covid-19. No obstante, y a pesar de los discursos, son poco tenidas en cuenta.
¿Quiénes son las mujeres que están liderando la filantropía femenina?
Entre los casos conocidos está el de Melinda Gates, que fundó junto a su marido la Fundación Bill y Melinda Gates en el año 2000, dedicada a promover la igualdad en educación y salud, entre otros asuntos. Melinda se ha abanderado con la lucha contra la brecha de género que existe en los sueldos del sector tecnológico, por ejemplo. Y progresivamente han aparecido otras mujeres de generaciones posteriores y entornos sociales muy diversos. Un ejemplo de ello son las causas impulsadas por la actriz Emma Watson, que ayuda en la lucha por la equidad de oportunidades para mujeres, niños y adolescentes; la activista Malala Yousafzai, que con su fondo apoya el trabajo de los defensores de la educación en los países en desarrollo y ayuda a reforzar la educación secundaria de las niñas en todo el mundo; o Drew Gilpin Faust, presidenta de la Universidad de Harvard, que dedica gran parte de sus investigaciones a temas sobre las mujeres, la sociedad y estudios de género. En 2016, la revista Forbes identificó a las 10 mujeres filántropas más poderosas del mundo en áreas como las finanzas, la ciencia, la universidad, la política, las empresas de tecnología, la industria del cine y de los grandes grupos de comunicación, entre otras. Son sin duda mujeres con poder, referentes, con capacidad económica y recursos para invertir en programas de desarrollo y crecimiento para ayudar a otras mujeres.
¿Qué diferencia a una mujer de un hombre en esta área?
Esta es la pregunta que se hizo la Doctora Debra Mesch en un estudio publicado en 2012 para el Centro de Filantropía de la Universidad de Indiana (EEUU). La conclusión fue que las mujeres somos más generosas que los hombres. Y no es el único estudio al respecto. El año pasado se publicó en la misma Universidad el Women Give 2017: Giving makes us happy, que demuestra que la cuestión de la influencia de las mujeres como grupo social –que más aporta en educación y al emprendimiento mundial de mujeres y niñas– va creciendo. Los datos son reveladores, puesto que indican que las mujeres tienden a ser más cooperativas en los equipos de trabajo, ordenadas, metódicas y con un profundo sentido social. Estas características les son inherentes y, por tanto, al parecer la filantropía está en el ADN del género.
¿Las mujeres han cambiado el paradigma de la filantropía?
Exactamente, porque no se trata sólo de entregar dinero, sino de usar los recursos que las personas tienen a su alcance y aplicarlos para mejorar el mundo. Y las mujeres, por nuestra naturaleza, nos involucramos más profundamente en nuestros proyectos. Además hacemos un trabajo en red debido a que la colaboración es una cualidad muy femenina. En filantropía uno de los problemas es que siempre se ha trabajado de manera focalizada: unos trabajan en tercera edad, otros en primera infancia, otros en medioambiente. Pero si trabajas en medioambiente puedes toparte con necesidades de niños o de tercera edad, de vivienda, de salud. En este sentido, un trabajo sistémico tiene mejores resultados y la filantropía femenina ha incorporado ese cambio de sistema, desde una mera entrega de recursos a un concepto de colaboración.
¿Por qué es tan importante centrarse no solo en mujeres, sino que también en niñas?
Hasta la fecha, la mayoría de las personas hemos experimentado en carne propia cómo la pandemia afecta nuestras vidas en distintos ámbitos, como nuestra capacidad de salir de casa, trabajar, ir al colegio, universidad, acceder a los servicios públicos. Sin embargo, estos impactos no son los mismos para todos. Epidemias anteriores, como el VIH/sida, el SRAG, la gripe H1N1 y el ébola han demostrado que los más vulnerables –ya sean países, comunidades, hogares o personas– a menudo son los más afectados. Y uno de estos grupos son las mujeres y las niñas. Todavía nos pasa que vamos a comunidades rurales, a una hora de Santiago, y nos encontramos con niñas que dicen que les encantaría ser ingenieras, pero que no lo ven posible porque no es algo para mujeres. Y es lógico, no tienen referentes. Pero es necesario llegar a ellas para abrirles el mundo, para que vean que las mujeres son capaces de mucho más.
¿Tiene que ver con el concepto de ‘lentes de género’?
En cualquier proyecto o programa, cuando te pones los lentes de género o gafas moradas, cambia la perspectiva. Vemos, por ejemplo, los problemas que enfrentan las mujeres para salir adelante. Si uno ve ejemplos, hasta yo misma que estoy muy bien relacionada en mis proyectos nunca me atreví a pedir grandes fondos. No sé si es un tema de pudor o es que tenemos un poco más de aversión al riesgo y al tema del crecimiento. Somos más prudentes y no soñamos tanto en ese crecimiento exponencial de nuestros proyectos, pero no porque no seamos capaces, sino que por factores como la falta de referentes o la combinación de lo profesional con lo doméstico.
¿Cuál es el beneficio de aportar en proyectos de mujeres?
El efecto multiplicador. Se ha demostrado que, por ejemplo, aportar en primera infancia tiene un efecto multiplicador porque inviertes un dólar y recibes siete. Aquí pasa lo mismo. Y aunque todavía no hay datos duros sobre el efecto de trabajar con mujeres y niñas, quienes comenzaron a hacerlo ya hablan del efecto multiplicador que tiene, porque las mujeres trabajamos en sistemas y en red, esto quiere decir que cuando apoyas a una mujer o a una niña, estás apoyando a la comunidad en la que vive. Es como el concepto de economía del bienestar –la presidenta de Nueva Zelanda, es un buen ejemplo de eso– que tiene que ver con que si bien es genial y necesario el crecimiento económico, cuando se acompaña de un bienestar social es mejor.