"Hace varios años soy secretaria en un centro de salud, así que durante la pandemia seguía trabajando porque estábamos en medio de la campaña de vacunación contra la influenza. Como parte del protocolo, a todas las personas que se vacunaban se les preguntaba por síntomas de Covid-19 y la mayoría indicaba estar bien. El último día que fui a trabajar, antes de que nos mandaran a todo el equipo a cuarentena obligatoria, se vacunaron sin problemas casi 250 personas y yo seguí mi rutina como cualquier otro día. Después de que terminó mi turno, me fui a entrenar al estadio –porque todavía no teníamos instrucción de aislamiento total en ese momento– compartí con otros atletas y al llegar a mi departamento en la noche, me llamó la enfermera jefa del área de infecciones para avisarme que debía quedarme en cuarentena obligatoria.
Habíamos vacunado a un médico que tenía Covid-19 y nos llamarían de la Seremi todos los días para chequear nuestros síntomas, pero debíamos permanecer aislados.
En ese momento ya sabía algunos de los riesgos porque había visto información en las noticias. Pero de todas maneras pregunté a mis jefes en el servicio de salud. Todo esto ocurrió al principio de la pandemia y quería asegurarme de cuáles eran realmente las precauciones que tenía que tomar: ¿realmente no tenía que salir a ningún lugar? Me confirmaron que que debía estar completamente encerrada. Ahí me asusté y también empecé a sugestionarme. Hubo unos días, al principio del encierro, en los que tuve mucho dolor de cabeza. Se me inflamó la garganta y, aunque no tuve fiebre, lo primero que pensé es que me había contagiado. Pero como soy fanática del atletismo, y poco antes de que empezara toda esta emergencia sanitaria me había comprado una trotadora para mi departamento, mi parámetro siempre fue: si no puedo correr es porque me contagié.
Justo dos semanas antes de que me informaran de la cuarentena obligatoria había decidido no darle otra oportunidad a una relación de pareja que llevaba mal mucho tiempo. Sabía que era uno de esos vínculos que debía haber cortado hace rato, y ahora la cuarentena me obligaba a cumplir con la promesa que me había hecho a mí misma de no volver con él.
Lo tomé como una señal. Sentía un tremendo apego emocional a esta persona y teníamos una de esas relaciones que van y vienen pero que no se cortan. Él me engañó muchas veces, me mintió mucho, pero a pesar de todo eso era yo quien siempre iba tras él. Necesitaba que alguien me tomara de la mano, me abrazara y me hiciera sentir protegida.
Esa misma necesidad de cariño hizo que los primeros días de cuarentena fueran súper difíciles para mí. Al principio no pude trabajar desde la casa porque no tenía acceso al sistema del hospital y mi conexión a Internet funcionaba muy lento. Eso implicaba que tampoco podía comunicarme con mis hijos ni con mis amigos. Tampoco podía ver películas o series para distraerme. Nada. Estaba completamente sola y aislada.
Corría todos los días en la trotadora y los primeros días no comí mucho. A medida de que iba pasando el tiempo, aumentaba la ansiedad. La parte más difícil es cuando llega la noche y te das cuenta de que no has hablado con nadie. Ni una sola palabra en todo el día. A veces a pesar de que intentaba, no podía dormir más de dos o tres horas. Lloré muchas veces, me angustié mucho.
Durante el encierro me llamó la psiquiatra del Cosam y me dijo que aumentara las dosis de un medicamento que me recetó para poder descansar. Nunca en mi vida había tenido que tomar pastillas para dormir, de hecho, para mí levantarme temprano era un gran sacrificio.
A medida de que fueron pasando los días, las cosas fueron decantando por su propio peso. Logré tener acceso remoto a los sistemas y pude trabajar, mejoró mi conexión a Internet y pude comunicarme. Comencé a disfrutar de mi espacio, mis cosas. A poner música de relajación. También me di cuenta de que no necesitaba de esta persona, que por lo demás ni siquiera había sido capaz de escribirme o preguntarme cómo estaba en todos estos días. Fue como si se lo hubiese tragado la tierra cuando más lo necesitaba y eso me hizo darme cuenta del tipo de persona que es. Pero también de que realmente no me hacía falta. Eso fue grandioso. Me di cuenta de que se puede vivir sin depender de alguien. Aprendí que no necesito una relación tóxica para sentirme acompañada.
Ahora soy capaz de cuidarme y mantenerme sana porque, a pesar de que fue difícil, seguí todas las instrucciones y no me expuse ni tampoco expuse a otros. Afortunadamente ya cumplí con mi cuarentena y nunca tuve que dejar de correr en mi trotadora: no me contagié. Volví a mi trabajo y más contenta que antes, porque sé –gracias a este tiempo de aislamiento– que incluso cuando estás solo puedes sentirte acompañado. Basta con recibir un mensaje o una llamada de alguien que quieres, no tiene por qué ser una pareja.
Tenemos que mantenernos comunicados con otros. Y si te hace falta alguien con quien hablar, no tienes por qué esperar que alguien te llame. Yo fui la primera en escribirle a mis amigos cuando necesitaba sentirme acompañada en el encierro.
María Angélica Morales (46) es secretaria en un centro de salud y fanática del atletismo.