Sacarse el condón sin consentimiento: la historia de tres víctimas de un abuso invisibilizado

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Un día de julio Catalina (19) invitó a un hombre a tener sexo a su casa. “Yo lo conocía hace mucho tiempo, desde 2017, y siempre se mostró súper respetuoso. De hecho, cuando llegó fue muy amable y no vi nada que me indicara que las cosas no saldrían como yo pensaba. Llegó súper temprano, deben haber sido las 8 o 9 de la mañana, y lo primero que hicimos fue salir al balcón a fumarnos un cigarro, todo súper tranquilo. Conversamos normalmente, uno que otro beso y abrazo, y después de un rato pasamos a mi pieza. Estábamos semidesnudos y juro que vi que sacó un condón de su bolsillo. Pensé que con eso ya estábamos listos”, cuenta.

Pero cuando terminó todo, Catalina se dio cuenta de que su cama estaba manchada y que ella botaba más fluido que el propio. “Lo miré y me di cuenta de que no tenía puesto el condón. Él se levantó y se empezó a vestir, mientras yo estaba en shock. No sabía qué decir. Lo único que atiné fue a preguntarle si se había puesto el condón. Su respuesta fue: ‘lo siento, es que no estaba cien por ciento erecto, así que preferí hacerlo así a quedar en vergüenza’”. Ella no se atrevió a decirle nada. Después de unos minutos se armó de valor y le pidió que se fuera. “Le dije que lo que había hecho estaba mal, que necesitaba estar sola. Él me tomó y me abrazó. Sentí miedo. Le dije que por favor no me tocara. Se cambió de ropa, me abrazó de nuevo, se disculpó y se fue”, recuerda.

A penas salió de su casa, Catalina se metió a la ducha. Sentía miedo y asco, incluso le vino una especie de crisis de pánico. Y es que nunca esperó que esto fuera a salir mal. “Cuando entré a Instagram para bloquearlo me di cuenta de que me había dejado de seguir antes. Y nunca supe más de él. Yo creo que sí se dio cuenta de que había hecho algo mal, pero no me dio la sensación de que haya tenido una culpa sincera, porque si hubiese sido así, no me habría dado una excusa tan tonta como no querer quedar en vergüenza”, reconoce.

La práctica del stealthing, o en español, el sacarse el condón sin consultar ni obtener consentimiento verbal durante una relación sexual, se ha hecho mundialmente conocida en el último tiempo. Tanto así, que países como España, Suiza, Alemania y, hace unas semanas, el Estado de California, lo han reconocido como abuso sexual, lo que le permite a las víctimas emprender acciones civiles en contra de sus agresores.

En Chile, algunas diputadas encabezadas por Maite Orsini presentaron hace unas semanas un proyecto de ley que busca reconocer esta práctica como abuso sexual para darle el castigo correspondiente, en un rango de 61 a 540 días. En su Instagram, la legisladora reflexionó sobre esta práctica: “algunos seguramente pensarán que somos exageradas, pero razones hay varias, como la posibilidad de traspasar infecciones de transmisión sexual, embarazos no deseados o dañar psicológicamente a alguien. En mi opinión, la más importante es la protección del consentimiento. No es no y cuando se dice sí, se dice bajo ciertas condiciones. No está bien que hombres presionen para quitarse el condón y menos aún que lo hagan sin consentimiento y a escondidas”.

Y es que justamente el consentimiento pareciera quedar en tierra de nadie cuando una vez que una mujer accede a tener sexo, se torna en algo que nunca quiso, como que sea sin condón. Y la culpa gira en torno a ella, que fue la que accedió inicialmente.

La culpa y las consecuencias psicológicas

“Ojalá hubiera sido una sola vez, pero me ha pasado varias”, cuenta Sofía (24). Dice que la primera vez tenía 17 y fue en el Cajón del Maipo. Se fue con un grupo de amigos de paseo y una noche, después de una fiesta, aceptó la invitación de uno de sus amigos para dormir en su cabaña. “En ese minuto accedí a tener sexo con él, hasta que avanzó a un punto en que ya no me gustó porque se puso violento y le pedí que parara, pero él siguió. Sentí miedo y no me atreví a pararme o decirle algo más porque él tenía mucha más fuerza que yo, y no había nadie alrededor que me pudiera ayudar. En un momento en que me rendí, pensé que no tenía escapatoria, así que le pasé un condón que tenía en mi banano y le pedí que se lo pusiera”.

Aunque él accedió, después de un rato Sofía se dio cuenta de que se lo había sacado. “Quedé impactada. Y aunque me enojé, me dio miedo manifestar mi enojo así que le pasé otro condón para que se lo pusiera. Se lo puso, siguió, pero después de un rato me di cuenta de que se había sacado de nuevo porque estaba tirado en el piso junto al primero”.

Sofía reconoce que lo primero que sintió al día siguiente fue culpa. Se cuestionaba por qué no lo había frenado, por qué le había impedido que se sacara el condón o incluso por qué no andaba trayendo más en su cartera. “Hoy soy capaz de ver que en ese momento no pude hacer nada más por cambiar esa situación, pero cuando estaba ahí, sentía que yo era la que tenía que pedir perdón y no él. Estaba súper avergonzada”.

La herida que deja el abuso inunda distintos aspectos de la vida. Insomnio, ansiedad, angustia y falta de deseo sexual son los efectos más comunes que deja el stealthing, según la experiencia clínica de Francisca Carrillo, psicóloga especialista en psicoterapia del trauma, violencia de género y abuso sexual de la Fundación Templanza. “Cuando las personas no son capaces de verbalizar ni darse cuenta de lo que les ocurrió, pueden presentar síntomas de angustia y de una ansiedad difusa, que no se sabe de dónde viene. Incluso uno, como terapeuta, se da cuenta que la persona ha vivido experiencias donde hubo un traspaso de límites y un uso de su cuerpo y psiquis no consensuado y que por ende, hubo alguien que abusó de ella directamente”, asegura.

“Dependiendo de los factores personales y contextuales, esto puede tener consecuencias a nivel sexual. Se genera un miedo alrededor de la relación sexual, lo que se puede manifestar en falta de deseo y una dificultad para sentir placer o llegar al orgasmo. Esto, porque la vida sexual requiere de una apertura, de una entrega hacia otro, hacia el placer, se requiere una baja de las defensas y una apertura psíquica para ser sentido. Al contrario, el mecanismo del miedo evoca una alerta de las defensas”, indica.

Cuando ocurre el stealthing, explica, “se pierde algo que es fundamental en cualquier relación y en el acto sexual, que es la relación sujeto-sujeto, lo que corresponde a una relación simétrica. Al ser usada como un objeto, la persona puede generar un trauma. Además, se le suma el miedo y la consiguiente ansiedad y angustia frente a la posibilidad, por ejemplo, de contraer una enfermedad de transmisión sexual o un embarazo no deseado”.

“Para que una experiencia de violencia o de abuso se convierta en un trauma psicológico, hay que considerar la capacidad psíquica de la persona para tramitar el acto en sí y la reacción del entorno. Por ejemplo, pueden haber distintas consecuencias con dos personas que reaccionaron distinto: alguien que se da cuenta en el momento de que hubo un traspaso de límites y logra verbalizarlo, enfrentarse al agresor y quizás consigue que el agresor se disculpe, está mucho más empoderada que alguien que no logra darse cuenta de esto, que empieza a sentir un malestar físico y psíquico y no puede ponerle nombre a lo que pasó.

Lo mismo, por ejemplo, si la primera persona va a su grupo más cercano y le cuenta a sus amigas o a su familia lo que pasó y las personas la apoyan y deciden que esto está mal, lo verbalizan, denuncian y la denuncia llega a un puerto, tiene un mejor pronóstico que alguien que después de lograr verbalizar que le pasó algo malo, va donde sus amigas o familia a contarles y la tratan de loca o de exagerada, ahí, en esa incredulidad, aumenta el sentido de culpabilización”, asegura.

¿Por qué es importante que sea ley?

Para la diputada Maite Orsini, autora principal del proyecto, discutir públicamente sobre el consentimiento y la violencia de género es parte de su rol como diputada. En particular, asegura, porque “urge profundizar la regulación legal del consentimiento sexual en Chile y creo que ese es el objetivo detrás del proyecto ‘Sin consentimiento es violación’”.

En la creación del proyecto que busca penar el stealthing, dice, “tuvimos en cuenta el contexto general del aumento de la violencia de género en la pandemia, tanto en violencia intrafamiliar producida por el encierro de la víctima con su agresor, como de un aumento de la violencia en internet en el marco de la digitalización de nuestras relaciones sociales”. Por otra parte, cuenta, “consideramos el panorama internacional con la serie de casos y países que legislaron o castigaron estas conductas, como España, Suiza y Alemania”.

Pero fue la resistencia del feminismo hacia el aumento de la violencia la que impulsó meteóricamente la acción ante quienes, incrédulos, desechan la idea de proteger el consentimiento cuando es algo que “no se puede probar”. “Me he topado con muchos comentarios en redes sociales que dicen que probar esto en un juicio sería imposible. Lo que es notable de esto son dos cosas: primero, la creencia machista de que el relato de la víctima no tiene peso probatorio; y segundo, que el problema no es la práctica, sino que ésta no se puede probar. Esto creo que responde a que el patriarcado considera el consentimiento de la mujer como una valla que hay que superar, que está ahí como un obstáculo entre ellos y la realización de su deseo sexual. En definitiva, nos ven como objetos”, asegura.

Actualmente, el proyecto que permitirá sancionar esta agresión se encuentra en tramitación y ya pasó a la Comisión de Mujeres y Equidad de Género de la Cámara de Diputado. Una ley que Lucía (23), espera con ansias, porque también vivió stealthing. Cuenta que tenía un amigo que siempre fue considerado “raro”. “Nos conocíamos hace años y yo sabía que él estaba en una onda distinta, media sensorial. Era más lanzado. A veces tenía arrebatos medios extraños en donde entre los amigos le parábamos el carro”, recuerda.

Asegura también que cuando le ocurrió esto, se encontraba en una situación muy vulnerable, tenía depresión y sentía que él, su amigo, le hacía bien. “En cierto sentido, él sí me estaba ayudando a salir de ese estado, así que yo estaba entregada y confiaba mucho en él. Pasaron las semanas y me empezó a demostrar que yo de verdad le gustaba, me piropeaba todo el rato, hasta que comenzó a surgir la atracción. Se notaba que había una tensión sexual, así que cedí, nos dimos un beso y se abrió un mundo nuevo con él”.

Cuenta que lo del condón, fue la primera vez que tuvieron sexo. “Estábamos en mi casa y empezamos a darnos besos, sabía que íbamos a tirar, así que saqué unos condones que tenía en el velador y le pedí que se pusiera uno. Yo estaba feliz de hacerlo, pero con condón, hasta que empezó a excusarse de que no le entraba. ‘Toda la vida me ha pasado lo mismo y siempre las minas me dicen que no importa’, me dijo. Me empezó a manipular y lo encontré muy raro. Se lo cuestioné y me dijo que iba a probar. Se lo puso mal a propósito, se lo sacó y lo tiró. En ese momento yo ya no pude parar la situación. Su insistencia era tal, que tuve miedo de parar. Tiempo después una amiga me contó que este tipo se había metido con una amiga de ella y que la manipuló exactamente como me había manipulado a mí con el tema del condón. Me dejó con una sensación de que lo hace para dárselas de ganador y para controlar todo a su pinta, algo que tiene que ver con el ego y por supuesto con el machismo”.

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