Considerando el aumento en consultas por ansiedad, trastornos del sueño y cuadros depresivos durante los últimos meses, no habría de extrañarse en que unos de los problemas que se prevén post Covid-19 sea la salud mental de las personas. Teniendo eso en cuenta es que las OMS entregó diferentes medidas para cuidar este aspecto de la vida de las personas, dentro de las que se encuentran mantener la actividad física, seguir conectados a través del teléfono o Internet con familiares y amigos y mantener una alimentación saludable.
Se trata de cosas que para una persona que tiene sus necesidades básicas cubiertas y, en cierta medida aseguradas, parecen sencillas de realizar, pero según un informe del Ministerio de Desarrollo Social entregado en 2018 en Chile un 4,5% de la población no cuenta con servicios higiénicos y un 9,8% vive hacinado. Y según la Cepal, en un reporte que da cuenta del impacto de la crisis por Covid-19, se anticipa que el porcentaje de personas en situación de pobreza en Chile llegará al 13,7%.
La OMS habla de un ciclo vicioso en relación a la pobreza y la salud mental. Explican que “los trastornos mentales generan costos por concepto de tratamiento de largo alcance y de productividad perdida”, los cuales podrían contribuir considerablemente a la pobreza. Pero de la misma forma, son aspectos de la pobreza tales como la inseguridad, un bajo nivel educacional, una vivienda inadecuada y subnutrición, conocidos factores asociados a los trastornos mentales.
El organismo internacional asegura, incluso, que la depresión prevalece de 1,5 a 2 veces más entre las personas de bajos ingresos.
Sobre la relación entre pobreza y salud mental en Chile y cómo la pandemia ha afectado desde esta perspectiva a las personas de menores ingresos, la Directora Nacional Técnica de Apoyo, Cuidado y Desarrollo de Autonomía del Hogar de Cristo, María Isabel Robles, asegura que: “La salud mental tiene que entenderse desde una perspectiva integral, donde hay un vínculo invisible entre lo físico, lo sicosocial y lo espiritual. Pero si lo aterrizamos a como viven las personas, nos encontramos con determinantes sociales que afectan a su salud mental, concretamente la pobreza, la inequidad, la falta de acceso a servicios, el estrés que viven al experimentar dificultades como situaciones de violencia y precariedad”.
“En Chile tenemos una brecha de cobertura de alrededor de un 80% en la atención primaria respecto a temas de salud mental, o sea solo el 19% de las personas que requieren atención por algún trastorno de salud mental incipiente tiene acceso a cobertura”, explica y aclara que cuando se habla de atención primaria se refiere a los primeros diagnósticos y abordajes de las enfermedades, que son fundamentales a la hora de tratar un trastorno mental.
De este porcentaje de personas que son atendidas, Robles dice que acceden a atención insuficiente desde un punto de vista de cuánto tiempo se les dedica y a la periodicidad de los tratamientos, que tienden a ser muy espaciados.
A nivel secundario, en lo que se refiere a centros comunitarios de salud mental (COSAM), también se percibe una oferta insuficiente en relación a los parámetros internacionales. Según estándares de la OMS, debería haber un centro de atención por cada 40 mil habitantes, pero en Chile existe un COSAM por cada 140 mil personas, con una concentración en zonas urbanas, lo que excluye a las personas que viven en la ruralidad o en zonas más pequeñas.
“Ya a nivel de hospitalización tenemos brechas importantes en psiquiatría infanto adolescente y adulta, y el 50% de la oferta se encuentra en la Región Metropolitana, por lo que hay desigualdades en la distribución de esa atención a lo largo del país”, explica.
Diagnósticos tardíos, mayores problemas
Debido a que la salud mental no siempre es un problema que se manifieste físicamente, como una herida o una discapacidad física, las personas en situación de pobreza no reciben atención a tiempo y solo son ayudados cuando el problema ya es latente, evidente y urgente.
Esto se debe a que muchas enfermedades relacionadas a la salud mental tienden a agravarse con el tiempo cuando no son tratadas, lo que deriva en una cronicidad mayor. “La probabilidad de que el problema se transforme en una situación de discapacidad es mucho más alta”, dice Robles y explica: “La OMS ha comprobado que la mayor generación de discapacidad en el mundo es a partir de problemas de salud mental de las personas, cronificación de depresiones, bipolaridad, cuadros ansiosos y otros cuadros asociados”.
Además, las personas que viven en situación de pobreza extrema o indigencia sufren de una estigmatización por parte del resto de la sociedad, que hace que llegar a un tratamiento adecuado sea incluso más difícil. “Una persona en situación de calle recibe muchas etiquetas. Decimos que son descuidados, flojos y viciosos, cuando muchas veces son situaciones que responden a enfrentar duelos no resueltos, pérdidas de trabajo, vínculos con personas significativas que se van rompiendo y no entendemos que los procesos que las personas viven desencadenan temas de salud mental”.
Pobreza, salud mental y pandemia
Pese a que desde las autoridades y la comunidad de expertos ha existido una preocupación por la salud mental de la población general, existe inquietud por quienes no han podido ser atendidos. “La brecha digital ha sido un problema”, dice Robles y detalla: “En los sectores de mayor pobreza la brecha digital no empieza a los 60 años, empieza a los 30 o 40, y resulta que la mayoría de las acciones y trámites a realizar desde el gobierno han estado centralizados en atenciones remotas y virtuales, en base a la conectividad. Pero cuando tienes dificultades socioeconómicas y tienes que elegir entre pagar internet o la tarjeta del celular y comer, la prioridad es comer. Entonces por muchos teléfonos y computadores que hayan disponibles, no hay posibilidad económica de darles uso”.
Robles advierte también de problemas en la continuidad de los tratamientos de salud mental en las personas con las que el Hogar de Cristo trabaja y vaticina que las próximas estadísticas de salud mental van a ser sin precedentes, respecto a años anteriores.