Quizás, cuando miremos hacia atrás como sociedad y pensemos en los meses de pandemia por Covid 19 y cuarentenas a los que estuvimos sometidos, uno de esos puntos de luz en medio de la oscuridad será el vuelco que hubo en la perspectiva del cuidado de la salud mental. Más bien, donde antes no se entendía el bienestar psico emocional como parte integral de la salud, ahora se le abre un espacio. Y ese es posiblemente uno de los legados positivos que podemos atribuir a los largos periodos de encierro colectivos.
En una sociedad que se encuentra más abierta que nunca antes a hablar sobre salud mental, las experiencias personales tienen un lugar en la conversación. Y hoy es posible hablar de episodios traumáticos de infancia, de vivencias con parejas o simplemente de eventos que nos han marcado y con cuyas secuelas debemos lidiar incluso hoy. El trauma es uno de los temas que ya no se guarda en el clóset ni debajo de la alfombra. Ni tampoco sus secuelas.
El síndrome de estrés post traumático o PTSD es definido por la Asociación Americana de Psiquiatría como un trastorno psiquiátrico que ocurre en personas que han experimentado o sido testigos de un evento, una serie de eventos o circunstancias traumáticos. “El individuo puede experimentar estos eventos como física o emocionalmente amenazantes y pueden afectar su estado de salud mental, social, espiritual o físico”.
Si bien el estrés post traumático es un fenómeno que originalmente se asociaba a eventos violentos como guerras o en la actualidad a situaciones como tiroteos masivos o actos terroristas, desde la perspectiva de la salud mental se sabe que es un síndrome que abarca una esfera de situaciones mucho más amplia y cotidianas. Algunos de los ejemplos que enumera la Asociación Americana de Psiquiatría son desastres naturales, accidentes serios, bullying, violencia sexual, violencia de género, violencia en una relación de pareja, entre otros. Y esa enumeración de potenciales causas de PTSD hace que el siguiente dato compartido por la misma organización de médicos no sea tan sorpresivo: las mujeres tienen el doble de probabilidades de sufrir estrés post traumático que los hombres en cada grupo etario.
Las personas que sufren de estrés post traumático padecen de síntomas que perduran mucho más allá que el evento que los originó. “Pensamientos y sensaciones perturbadores e intensos relacionadas a la experiencia permanecen aún después de que el evento traumático ha terminado”, son los signos que se observan en este tipo de pacientes según la Asociación Americana de Psiquiatría. Estos eventos pueden ser revividos a través de pesadillas, flashbacks o simplemente emociones como tristeza, miedo, rabia o desconexión de otros, muchas veces sin tener una explicación aparente.
Porque para muchas personas el trauma no es algo evidente como tendemos a creer. Podría parecer casi una contradicción vital, pero los traumas no siempre son estos momentos de quiebre que marcan un antes y un después. Las experiencias traumáticas tienen toda clase de formas y quienes viven con PTSD se adaptan a las secuelas de ese trauma de diferentes formas, muchas veces sin llegar a un real cierre o sanación, en un intento por “seguir adelante”.
“Muchas personas operan en modo ‘funcional’ porque tenemos un sistema nervioso tan increíble, que nos permite funcionar así para poder sobrevivir”, explica Vilma Bustos, psicóloga clínica de la UC, experta en trauma individual y social y creadora de fundación Puentes al Alma dedicada al trabajo con personas que viven con estrés post traumático.
Podría parecer contra intuitivo, pero muchas personas viven con estrés post traumático incluso sin recordar cuáles fueron los eventos que le dieron origen al síndrome. Según estudios conducidos por investigadores de UCLA en California, el cerebro se ve alterado de tal forma producto del trauma, que no es necesario recordarlo de manera consciente para que nuestro cuerpo reaccione con niveles alterados de ansiedad o estrés cuando se ve enfrentado a situaciones detonantes.
El problema es que muchas veces, incluso cuando sabemos que hemos vivido un trauma, optamos por seguir adelante a como de lugar. Avanzar por cuenta propia porque ser resilientes es la alternativa que toman los valientes. O porque pareciera que las secuelas no fueron tan serias, porque se puede, por que no queda otra.
“Cuando se ‘sobrevive’ se acumula la energía de trauma en el cuerpo y produce a lo largo del tiempo síntomas psicosomáticos como hipervigilancia, respuestas exageradamente emocionales, imágenes intrusivas, entre otros”, explica la psicóloga Vilma Bustos. Pero si seguimos adelante sin hacernos cargo de ese trauma, los síntomas evolucionan. Ataques de pánico, conductas de riesgo, pérdida de memoria, conductas adictivas, entre muchas otras, son las posibles secuelas del trauma cuando se barre debajo de la alfombra. Estos comportamientos pueden ser intermitentes o presentarse de forma permanente en la persona víctima del trauma. Y pueden además comenzar a manifestarse desde una primera instancia o aparecer incluso años después del evento gatillante. Todos estos factores hacen que no solo sea muy difícil asociarlos y atribuirlos al trauma, sino que además sea difícil para las personas derribar la berrera cultural de que el trauma es algo que los valientes llevan a cuestas sin ayuda. Porque las consecuencias nefastas de un trauma sin tratamiento no se ven sino en el largo plazo.
Y es por esto que la psicóloga Vilma Bustos es enfática en recalcar que el trauma no es algo que se vincule con ser valiente o positivo. “Al igual que otras condiciones de salud mental, el trauma no se resuelve con el tiempo ni con intenciones positivas, ni por cuenta propia”, explica Vilma. “Hay que educarse, tener conocimiento de cómo funciona el sistema nervioso y tomar lo que nos está mostrando la neurociencia”. La psicóloga especialista en trauma agrega que utilizar de forma acertada esta información respecto del cerebro permite verlo como un sistema desregulado y que desde la terapia es posible entrenarlo, ayudarlo a volver a autoregularse.
Reconocer el trauma no es lo mismo que revivirlo. Y asumir que algo ha generado un daño no implica profundizarlo. Por el contrario. Seguir caminando sin hacernos conscientes de las piedras en el camino suele ser lo que genera problemas más adelante. Y aun cuando podríamos creer que basta con hablar de lo que sentimos, en el caso del trauma esto no necesariamente el camino a seguir. La psicóloga explica que simplemente seguir contando lo que pasó, re traumatiza el sistema mente, emoción y cuerpo.
Vilma Bustos recomienda terapias que se enfoquen en el cuerpo y un tratamiento de acompañamiento con la perspectiva de abajo hacia arriba: primero el cuerpo, luego la emoción y luego lo cognitivo.”Recomiendo toda terapia que tenga la mirada que el trauma está atrapado en el cuerpo y que no es el evento que desreguló el sistema nervioso, si no que es la desregulación del sistema nervioso la que genera el trauma”, comenta. “¡Nos podemos sanar de los traumas! Y recuperar nuestra salud y generar un puente al alma y sentirnos enteros, íntegros y conectados con un espacio espiritual profundo”.
Y es que antes sin cuestionarnos seguíamos adelante contra viento y marea. Y hoy cada vez se ha vuelto más común —y con justa razón— preguntarnos: ‘¿cómo vamos?’ Porque ser capaces de avanzar en una sola dirección definitivamente ya no es sinónimo de estar bien.