Sanar a través de la lactancia

12.MATERNIDAD.PAULA



A la Elisa, mi primera hija que hoy tiene dos años, le diagnosticaron Alergia a la Proteína de la Leche de Vaca (APLV) a los dos meses de vida. En sus primeros días no hizo mucha de esa caca amarilla típica de los recién nacidos y poco a poco empezamos a notar que cuando hacía era de un verde fosforescente, muchas veces acompañada de mucosa e incluso hilitos de sangre. Tenía también muchos granitos y su caca era tan ácida que se le hicieron llagas en la piel. Nunca me asusté demasiado, ni me angustié, pero me di cuenta de que algo no andaba bien cuando mi mamá me dijo que sentía que la Elisa no estaba cómoda, que le llamaba la atención que siempre la veía tensa. La verdad es que ahí me empezaron a hacer sentido varias cosas. Uno tenía que ver con el imaginario de la guagua plácida durmiendo todo el día, pero la Elisa no era así. Las noches eran terribles, no lograba conciliar el sueño.

Al mes y medio fuimos al doctor y nos dijo que podía ser APLV. Nos derivó a un especialista en gastroenterología infantil, quien nos confirmó lo que temía la pediatra pero nos hizo un plan para no sobre diagnosticarlo. Hasta ese momento para mí todo esto era desconocido. Y aprendí, por ejemplo, que la intolerancia a la lactosa es una cosa totalmente diferente. Esta es una proteína que está en todos los lácteos derivados de la vaca. El estudio consistía en una contra muestra. Partí dejando todos los derivados de la leche. Chao quesos, yogures, leches. Dejé también los frutos secos, la soya -había que descartar la alergia a esos componentes también-, y todos los productos envasados, porque la mayoría tiene trazas de leche o lecitina de soya. Luego de eliminar y ver cómo iba reaccionando la Elisa, vino la parte de incorporar nuevamente lo que había dejado. Solo de esa manera podríamos confirmar de dónde venían todos los problemas.

Cuando eliminé todo, el cambio de la Elisa fue impresionante. Su caca cambió radicalmente y ella se empezó a ver tranquila, con esa placidez propia de una niña de dos meses. Cuando tuve que volver a incorporar los lácteos, a los dos días habíamos vuelto a lo que habían sido sus primeras semanas. La APLV estaba confirmada.

Obviamente al principio me complicó mucho. No podía ni tomar leche de almendras, porque es de frutos secos. Dejé todo y motivada por poder ser yo quien alimentara a mi hija, me propuse transformar mi dieta por completo. Si bien fue una etapa de muchos ajustes y de replantearme mi alimentación, hoy con distancia puedo decir que más que un problema fue una oportunidad. Viviéndolo en carne propia me di cuenta de que no es tan complicado como uno se lo imagina. El mundo ha cambiado mucho en relación a esto y ya no es difícil encontrar los productos indicados.

Siempre he sido buena para cocinar. Así que partí buscando recetas veganas (nunca dejé la carne, eso sí) y de a poco las fui incorporando a esta nueva alimentación. Con mi marido dejamos de ir constantemente al supermercado y lo reemplazamos por idas a la feria, porque ahí encontrábamos de todo: frutas, verduras, huevos, arroz integral. Nuestros menús se convirtieron en comida muy saludable; muchos guisos, verduras e incluso cosas dulces pero hechas en la casa. De alguna manera volvimos a lo primario, a lo natural. Nunca dejé de comer choclo o esas típicas comidas que te recomiendan eliminar durante la lactancia porque la guagua se hincha. Alguien me dijo una vez que las mexicanas no dejan de comer picante cuando dan papa y eso me hizo sentido.

Esto es un tema de tiempo, de inmadurez del sistema inmunológico. Por eso, a los diez meses empezamos a probar con fórmula parcialmente hidrolizada, que es un poco más barata. La Elisa la toleraba bien, así que empecé a mezclarla con mi leche hasta que a los dos meses empezó solo a tomar la fórmula. Al año y medio la pasamos a leche Nido. La Elisa se mejoró, se le fue la alergia y hoy es una niña que come de todo y toma leche de tarro normal.

El proceso fue una tremenda oportunidad para volver a encontrarme con lo saludable y lo natural. Encontré un mundo que me gustó, y aunque suena extremo, uno se las puede arreglar. En cualquier casa a la que te inviten a comer o restorán uno puede elegir una ensalada o un plato de carne con papas. Debo advertir, eso sí, que la alergia de la Elisa no era de las más severas, en la que algunas mujeres deben dejar de comer gluten, huevos e incluso el colorante del más inofensivo de los jugos ya que afecta a la guagua.

Creo que esto me ayudó también a hacerme el espacio para la lactancia. Si la Elisa no hubiese tenido esta alergia, probablemente no le hubiese dado hasta el año. Eso nunca estuvo en mis planes, porque no soy una abanderada con el tema, pero hoy sí me emociono al darme cuenta que gracias a mi esfuerzo ella se mejoró de su alergia. Que mi leche fue lo que la sanó.

Francisca Urroz es periodista y amante de la gastronomía.

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