Unas tiritas de tela tejidas a telar que colgaban en la entrada de un edificio en Nueva York, fueron el comienzo de todo. La artista egresada de la Universidad de Chile, Victoria Picón, caminaba por la ciudad cuando se encontró con estos retazos que llamaron su atención. Había llegado a vivir en esa ciudad con su marido buscando un cambio de vida, sin un proyecto muy claro, de hecho, trabajaba como babysitter.

De curiosa entró al edificio. “Me encontré con un espacio increíble en donde había muchos telares y una mujer japonesa, Yukako Satone”, recuerda. “Ya estaba adentro, así que le pedí que me contara qué era ese lugar. Y ella amablemente me invitó a mi primera sesión de telar Saori”.

“Sa” de Saori tiene el mismo significado que la primera sílaba de la palabra “Sai” que se encuentra en el vocabulario Zen. Significa que todo tiene su propia dignidad individual. Y el “Ori” significa tejer.

Es una técnica creada a mediados de los años ‘50, por otra japonesa: Misao Jo (1913-2018). Ella era instructora de Ikebana, el arte japonés de arreglo floral. Toda su vida se había cuestionado el hecho de hacer las cosas de manera “perfecta”. Y a sus 57 años, cuando abandonó la técnica del Ikebana, decidió tejer por primera vez. En el primer obi (faja ancha de tela) que tejió, descubrió que faltaba un hilo de urdimbre. Cuando le mostró la banda a un hombre que dirigía una fábrica de tejidos en su vecindario, él le dijo que por esa razón era defectuosa e inútil. Sin embargo, Misao no consideró que el hilo de urdimbre faltante fuera un defecto, sino que lo vio como un elemento de belleza que ocurrió accidentalmente, pero que ella decidió dejar. Quería escuchar su propia creatividad interior en lugar de simplemente imitar las convenciones que ella y la sociedad habían aprendido a valorar, como la uniformidad y la calidad predeterminada de la tela tejida a máquina.

En su biografía dice que en ese momento Misao declaró: “Tengo cerebro y emoción. Soy un ser humano. Tejeré un obi que esté lleno de humanidad”. A partir de entonces, se dedicó a tejer telas con “defectos”, telas que sólo un ser humano podía tejer, no una máquina.

Con la ayuda de su marido creó un nuevo telar, el primer telar SAORI, a partir del cual se desarrollaron todos los modelos posteriores. Su objetivo fue crear un telar que fuera lo más fácil de usar posible y más adecuado para que todas las personas exploraran su creatividad a través del tejido manual libre y desinhibido.

Al puro estilo Karate Kid

“Como en Nueva York todo es impagable y yo solo trabajaba como babysitter, tomé un mes de clases en el taller de Yukako Satone, pero no me quería ir. Quería seguir tejiendo. Así que hablé con ella y me ofreció hacer una pasantía; que yo trabajara en el taller y ella me enseñaba. Y acepté”, cuenta Victoria.

Victoria Picón en su taller.

Así fue como Yukako comenzó a entrenarla. Pero no se sentó a su lado a enseñarle una especie de paso a paso. “Me hizo hacer cosas que para mí no tenían mucho sentido en un principio. Una vez, por ejemplo, me pasó una bolsa gigante de hilos, llenos de nudos y me pidió que los desenredara. Yo quería tejer, ayudar y trabajar, sin embargo, estaba sentada en la esquina del taller deshilando. Después de una semana cuando terminé, ella metió otra vez todos los hilos en la bolsa. Fue frustrante. Pero pocos días después me llamó y me dijo que me fuera al taller porque necesitaba cinco telares urdidos en sólo dos horas. Le dije que no iba a alcanzar y ella me aseguró que sí. Cuando me senté en el telar para hacer el proceso del urdido me di cuenta que todo ese ejercicio que hice antes, de deshilar, de soplar, de encontrar formas más fáciles de desenredar todos los hilos de la bolsa, me había servido para hacer ese trabajo mucho más rápido. Recuerdo que cuando lo terminé, ella se acercó e igual que en Karate Kid me dijo: “Ahora entiendes por qué hiciste lo que hiciste”.

Victoria estuvo trabajando con Yukako durante un año. Luego de eso se fue a vivir a Inglaterra, pues su marido seguiría sus estudios allá. A esas alturas ella no estaba dispuesta a dejar esta técnica, muy por el contrario, se había puesto la meta de transformarse en instructora. Para eso le pedían una carta de recomendación y enviar algunas piezas creadas por ella a Japón. “Me compré un telar, preparé todo, Yukako firmó la carta y cuando llevaba unos meses viviendo en Londres, me titulé. Eso fue hace más de diez años”, cuenta.

Su propio taller

Poco tiempo antes de volver a Chile Victoria postuló a un Fondart y con eso compró seis telares que hoy forman parte de Ugoki, su propio taller: una casa ubicada en la comuna de Vitacura, en un pasaje silencioso con un portón verde del que cuelgan sus propias tiritas de tela tejidas a telar.

“El telar Saori tiene la misma mecánica que cualquier telar: sube y baja la urdimbre y vas tejiendo la trama. Hay telares de dos y cuatro pedales, pero lo que sí se diferencia es que son muy amigables. Las personas que tienen más experiencia con los telares se dan cuenta; es un telar suave, entonces te permite olvidarte de esos gestos mecánicos como subir y bajar los pedales, o de la preocupación de que se quede trancado, y concentrarte sólo en tejer y en lo que vaya saliendo de ese tejido”, explica Victoria.

Muchas de las asistentes a su taller lo describen como una terapia. “Es que son dos horas que te regalas, dos horas de estar en paz, en el presente, no pensando ni en el pasado ni en lo que vendrá. Porque esto no tiene que ver con la búsqueda de la perfección”, dice.

Y por eso es un taller abierto. “Llegan personas que buscan distintas cosas: algunas vienen una vez a la semana como quien va al gimnasio o a la psicóloga; también hay eventos, como uno que hice hace unas semanas que se llamó “Vino y telar”. Fue un grupo muy agradable. ¡Nos quedamos tejiendo hasta tarde! Es que al final, eso es venir acá, regalarse dos horas de felicidad”.