¿Se puede amar de nuevo?
“En 2005, cuando tenía 21 años, dejé mis estudios de teatro en Santiago y me fui a vivir a Buenos Aires para estudiar actuación allá, en una ciudad conocida por su movimiento escénico. Fueron buenos tiempos. Me hice amigos, trabajé de camarera y luego de actriz, mientras estudiaba, y después de unos años en la ciudad conocí a Cris, en una fiesta.
Nos enamoramos, nos emparejamos y lo pasábamos muy bien juntos. Yo venía de una historia de relaciones de muchos celos y machismo. Pero con él me sentía libre, disfrutamos mucho juntos. Primero en esta onda más fiestera y rodeados de muchos amigos, y luego nos embarcamos en un proyecto conjunto de cambiar nuestro estilo de vida. Nos fuimos a vivir a las afueras de la ciudad, hicimos un gran huerto orgánico y juntos aprendimos a cultivar la tierra. Él hacía ropa y las vendíamos en ferias de diseño. Ahí fue cuando llegó Laya, nuestra hija, que nació en un amplio baño de la casa, tras un parto natural precioso e intenso, donde la recibimos ambos.
El embarazo, el nacimiento, e incluso los primeros meses fueron lindos y cálidos. Pero poco a poco comenzaron a aparecer las tensiones; discusiones, temas no resueltos. Ya no estaban las fiestas que nos habían sostenido en los inicios, y la crianza a ratos se hacía solitaria. Por primera vez me plantee la posibilidad de volver a Chile, algo que él no quería. Pero yo necesitaba criar cerca de mi tribu, mi mamá, hermanas, mi abuela. Lo sentía como un impulso. Finalmente lo conversamos, lo negociamos y nos vinimos a Chile a vivir. Y ahí se desató la crisis.
Cuando pienso en ese tiempo, recuerdo sobre todo que me sentía sola, poco vista, que no estábamos de verdad conectados. Él comenzó a trabajar como Dj en fiestas que se hacían eternas, mientras yo criaba. En mí convivía la tensión de que me dolía dejar suspendida un tiempo mi carrera, pero al mismo tiempo quería estar muy presente con mi hija. Él tenía mucho más tiempo y libertad, y la desconexión hizo que se volviera mucho más hosco, pesado, incluso alzar la voz en un tono que ya no fue adecuado. Cuando supe que no quería seguir ahí, nuestra hija ya casi tenía 3 años. Una vez nos dijo que dejáramos de pelear. Fue muy duro ese tiempo, porque yo decidí separarme, y a él le costó mucho asumirlo. Fue tan fuerte, muy distinto al término de relaciones anteriores.
Me dolía porque lo quería aún, porque hubiese preferido que funcionara, porque había puesto todas mis fichas en esto, que luego se derrumbó implacablemente. También sabía que estaba perdiendo a un gran amigo y me dolía que mi hija creciera sin estar viviendo al lado de su padre. Fueron momentos duros. Llegué a pensar que el amor de pareja en realidad no era para mí. Que quizás mi vida tenía que ver con criar a mi hija y con desarrollarme como actriz. Pero no con tener una pareja. Si ha habido una vez en la que me he enojado con la vida, fue esa. Cuando me separé. Por eso juré no volver a enamorarme de nuevo.
Me fui a vivir con mi hija y mi mamá, y retomé con fuerza mi carrera artística en la ciudad de Talca, donde me había radicado desde que volvimos de Argentina. Me fui recomponiendo de a poco, hice varias terapias, revisé mis relaciones anteriores, mis creencias, los patrones que había seguido sin darme cuenta, la propia crianza que recibí y sobre todo lo que había naturalizado como normal. También me cuestioné cómo quería vivir mi vida. Mi personalidad es alegre, pero en ese tiempo andaba cabizbaja, tenía mucho que integrar, que entender. Y comencé a sanar. Hicimos un esfuerzo con Cris de llevarnos mejor y él también fue tomando terapias y revisando su propia historia. Nos interesaba, sobre todo, criar en conjunto pero sin ser pareja.
Un día me encontré con Jano. O, más bien, me reencontré con él. Un antiguo amor que conocí a los 15, cuando él tenía 20 y yo pololeaba con otro. Lo conocí en Putú, un pequeño pueblo en la región, donde ambos íbamos a pasar nuestras vacaciones. Nunca tuvimos una relación de pareja, aunque siempre mantuvimos, de alguna u otra manera, la cercanía y la conexión. Y este reencuentro se dio por primera vez en un escenario que parecía estar más preparado que antes para tener algo más. Comenzamos a hablar, a vernos, y la verdad no podía creer que eso estuviera pasando. Tampoco dimensionaba en lo que se iba a convertir.
Un día Jano me propuso que le diéramos una oportunidad a este amor. Tuve susto de cómo iba a reaccionar mi hija, de cómo se iba a dar eso. También me cuestioné qué iba a pensar mi ex pareja. Pero si me iba hacia mi interior, yo sentía alegría, frescura, liviandad. Así que supe que ahí estaba la respuesta. Lo demás era solo la mente tratando de poner trabas. Sentí que mi corazón estaba sano, que me había hecho cargo de mis propios demonios y que la vida me estaba dando otra oportunidad.
Jano se llevó muy bien con mi hija, quien empezó a entenderlo todo muy orgánicamente. Y yo fui notando que mi corazón estaba listo. Me volví a enamorar, de alguien a quien conocía desde muy chica. Nos casamos y tuvimos a Canela, mi segunda hija, quien hoy tiene 5 años. Cris también se volvió a enamorar y también fue padre por segunda vez. Hoy nuestra relación es madura, nos llevamos bien, ambos reparamos el corazón.
Creo que el amor después del amor es algo súper humano, porque te hace darte cuenta de que siempre hay nuevas oportunidades, que la vida te deja un papel en blanco para empezar de nuevo, un cielo despejado donde se puede cocrear una vida con otro, desde la libertad que te propone el amor puro. Que es importante ir integrando a los amores antiguos, porque todos te enseñan algo. Que es central sanar, sin imponerse un tiempo o un tipo de terapia, pero sí trabajarlo, madurar y hacerse cargo de una misma”.
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