La primera emoción que aparece en el relato de María Ignacia Hinojosa (33) cuando habla del embarazo de su primer hijo Borja, es el miedo. No tanto por lo que se imaginaba que sería la maternidad, sino porque, como buena pediatra en formación, estaba consciente –quizás, ahora más que nunca– de las posibles complicaciones que se podrían haber desatado en esa etapa. Pensaba en pérdidas. Malformaciones. Diabetes.
Pero, apegada a la realidad y sin ser demasiado catastrófica, María Ignacia (@guaguatips) tenía razones para intuir que su parto no iba a ser fácil. Su abuela y su madre habían desarrollado preeclampsia en sus embarazos, una condición compleja que puede aparecer a partir de las 20 semanas de gestación y que se caracteriza por un alza de presión arterial acompañada de daño a órganos, como el hígado o el riñón (entre otros).
En Chile, su prevalencia fluctúa entre 7% y 10% de las pacientes obstétricas y se ha posicionado como una de las causas de mortalidad materna, fetal y neonatal más importantes en el país. Eso coincide con los datos a nivel mundial: de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, la preeclampsia y la eclampsia causan el 14% de las muertes maternas cada año.
Las sospechas de María Ignacia se comenzaron a confirmar de manera progresiva. En el primer control, ya tenía la presión alta y la indicación fue que se midiera una vez a la semana. Lo mismo pasó en la ecografía de la semana 14. “Mi ginecólogo me comentó que lo más probable, sumando uno más uno, era que me diera preeclampsia. Me dijo hazte la idea”. Y así fue. “Me acuerdo que después de año nuevo, tenía la cara, manos y piernas hinchadas, y mi presión estaba altísima. Dignamente, hice mi bolso y asumí que me iba a hospitalizar y que mi guaguita podía nacer en cualquier momento”, relata.
Tras 5 semanas internada, su equipo médico decidió adelantar el parto para evitar un compromiso multisistémico y así fue como Borja llegó al mundo, a las 35 semanas de gestación. “Fue como chuta, esto se puede agravar. Sabía todas las complicaciones que podía tener, tanto yo, como él. Estudiaba, leía, buscaba papers, entonces fue mucha preocupación”, cuenta.
Con su segundo embarazo, su suerte no fue tan distinta. A las 34 semanas, se le disparó la presión, pero esta vez estaba más tranquila. No solo por su experiencia con su primer hijo, sino porque tuvo un diagnóstico precoz y un mejor monitoreo en cuanto a exámenes médicos previos. Recuerda que, en ese entonces, le ofrecieron realizarse un test que hace solo unos años comenzó a aplicarse en Chile y que permite predecir y diagnosticar el riesgo de preeclampsia, a partir del análisis de dos biomarcadores (angiogénicos y anti angiogénicos).
Específicamente, se trata de los exámenes factor de crecimiento placentario (PIGF) y el ratio de factores endoteliales (sFLT-1/PLGF), los cuales miden tanto el nivel como la proporción de las proteínas responsables del crecimiento normal de la placenta. “Estos exámenes vinieron a llenar el vacío de información que teníamos desde el punto de vista de laboratorio, para apoyar el diagnóstico de la preeclampsia. Y es que hasta hace poco, eso solía basarse en signos clínicos, lo que muchas veces era complejo por la heterogeneidad de la enfermedad. Si bien el diagnóstico clásico de preeclampsia se da en la segunda mitad del embarazo con pacientes que tienen presión arterial elevada y se asocia a edema y pérdida de proteína; no en todos los casos se presenta de ese modo”, dice el ginecólogo y sub-especialista en medicina materno fetal de la Clínica Santa María, Javier Caradeux.
Por lo tanto, estos biomarcadores se emplean en dos momentos clave. El primero -el test PIGF- se utiliza como examen de rutina durante el primer trimestre, entre las 11 y 14 semanas y su función es predecir el riesgo de desarrollar la enfermedad. Al usarse como método de screening con otras pruebas, como doppler de arterias uterinas y de presión arterial, “permite identificar hasta al 90% de las pacientes que van a tener preeclampsia antes de la semana 34″, dice Carolina Martinovic, gineco-obstetra de Clínica Las Condes.
El segundo –el que ve la relación sFlt-1/PlGF– se emplea cuando el embarazo está más avanzado, a partir de la semana 20, que es cuando se podría estar manifestando esta complicación. Es más bien un método que permite confirmar o descartar el diagnóstico de manera precoz, entregando información sobre su nivel de gravedad y posible desarrollo en las siguientes dos semanas. “Lo más clásico es que a las pacientes uno las tiene que hospitalizar, pero si este examen descarta preeclampsia, se puede ofrecer un manejo ambulatorio o una internación abreviada. Te da herramientas para trabajar con más tranquilidad y definir a quiénes hay que mirar más de cerca”, dice el dr. Caradeux.
Si bien a María Ignacia este examen le dio negativo, ella sabía que aún así estaba en una situación de riesgo. Otra de las pruebas, que mide las proteínas en la orina durante 24 horas, le había dado positivo, lo que significaba que ya tenía la enfermedad. Lo bueno, cuenta, es que gracias al test de sangre supo –de forma rápida– que la preeclampsia no iba a ser grave y que tenía algunos días a su favor antes de tener que interrumpir el embarazo a la semana 36. “Lo alcancé a hacer justo cuando ya me habían hospitalizado. Me dieron esa opción y como sabía que medía también la gravedad del pronóstico, la tomé. Cuando vi que era negativo, fue como qué alivio: me dejó tranquila saber que no iba a ser grave, así que es un buen marcador sobre todo cuando hay sospecha”, dice.
Aunque el tratamiento definitivo para la preeclampsia es la interrupción del embarazo –porque permite que la presión arterial vuelva a valores normales–, tener esta información a mano permite realizar una serie de intervenciones, dependiendo del avance del embarazo y la gravedad de la enfermedad.
El dr. Caradeux explica que, en estos casos, el uso de aspirinas y suplementos de calcio durante el primer trimestre han demostrado disminuir el riesgo de la aparición de preeclampsia, así como la prescripción de actividad física cardiovascular. “Es un poco contraintuitivo, pero cada día ha ganado más evidencia que las pacientes hagan ejercicio. Un embarazo de 40 semanas es como un maratón de 40 kilómetros: hay que entrenar para llegar al final de la carrera. Y si uno tiene un sistema circulatorio que no está preparado, es posible que se manifieste alguna patología”, manifiesta.
Sin embargo, agrega que aún cuando se hagan este tipo de intervenciones, se debe realizar un seguimiento estricto a estas pacientes porque de igual manera pueden manifestar la enfermedad. “Con esto se podría demorar su aparición, pero no garantiza que no la tengan. Entonces hay que ir monitoreando para detectarla de manera precoz y ofrecer un manejo dirigido, lo cual va a ofrecer un mejor pronóstico, porque los grandes problemas se generan cuando uno llega tarde. Es distinto una paciente que hace preeclampsia con control médico, que se monitorea y se planifica su parto, a otra que llega totalmente descompensada a la urgencia”, cuenta. Algo similar concluye la dra. Martinovic: “Con esto se puede identificar a quienes requieren mayores cuidados y vigilancia materno-fetal”.