“No tenía con qué darles once a mis nietos y esto me salvó”, escuchó María José Vergara que le decía una señora al otro lado del teléfono a alguien de su equipo.

Era un día cualquiera y, como muchas veces, una trabajadora de la organización sin fines de lucro había levantado el teléfono para chequear si la persona al otro lado de la línea había recibido bien los productos que, de manera gratuita, entregan a miles de chilenas y chilenos en situación de vulnerabilidad. “No le cambiamos la vida a la gente, pero sí les entregamos algo tan mínimo para su bienestar como lo es comer”, dice Vergara, gerente de gestión social de Red de Alimentos, quien reconoce que esto hace que su trabajo sea extremadamente gratificante.

Según datos de la FAO, alrededor del 30% de los alimentos se pierden, lo que representaría alrededor de 1.300 toneladas al año.

“Nada sobra” es el lema de la organización que este año cumple 14 años operando en Chile pero cuya historia data de tiempo atrás. Los bancos de alimentos nacieron en 1967 en Estados Unidos, pero fue recién en 2010 cuando se constituyó formalmente en nuestro país gracias al argentino Carlos Ingham, su fundador. Su objetivo era unir a empresas y personas en situación de vulnerabilidad por medio del rescate de alimentos, pañales y productos de higiene que de otra manera serían eliminados, impactando no solo en lo social, sino también en lo medioambiental y en lo económico.

La problemática era y es real. El panorama global es alarmante: según datos de la FAO, alrededor del 30% de los alimentos se pierden, lo que representaría alrededor de 1.300 toneladas al año. Y no solo eso: se calcula que cerca del 8% de los gases de efecto invernadero son generados por el descarte de alimentos. En Chile, no hay cifras oficiales de cuánto se desecha, pero en el breve periodo de operación, Red de Alimentos ya ha rescatado más de 75 millones de kilos de alimentos y productos, trabajando con 216 empresas y beneficiando a más de 250 mil personas vulnerables en los últimos 12 meses. Sus metas al futuro son aún más ambiciosas.

María José Vergara advierte que hoy el sistema alimentario tiene el desafío de ser sostenible, global e inclusivo, y que para ello, como país debemos atender las oportunidades de mejora que existen. Sin embargo, señala que si bien sabemos que hay personas que no tienen acceso a alimentos actualmente, hay cierta incredulidad en Chile de que existe gente que no tiene para comer. “Se tiende a pensar que en Chile no hay gente que sufre hambre, y sí la hay”, indica. Entre esta gente muchas veces se encuentran migrantes, personas mayores, y jefas de hogar solas. “Debemos migrar a un sistema alimentario que sea inclusivo, y modelos como el que tenemos en Red de Alimentos generan esa equidad que el sistema necesita”, dice.

Personas y empresas

Para transformar el modelo alimentario en uno más equitativo, para María José Vergara la clave está tanto en las personas como en las empresas. Mientras las primeras deben comprometerse en generar conciencia y educación en sus propias casas respecto de la necesidad de alimentarse bien y en base a la temporada, las empresas deben ser capaces de ver a organizaciones como Red de Alimentos como un engranaje más de la máquina que significa alcanzar el desarrollo sostenible, dice. Para ello, deben visibilizar sus ineficiencias y transformarlas en oportunidad y así evitar el desecho de sus productos y ocupar las herramientas existentes para avanzar hacia un sistema más equitativo, donde esas mermas puedan ser consumidas por personas que las necesitan.

Vergara comenta que son muchas las razones por las que las empresas botan sus productos. A veces puede tener que ver con las exigencias o cambios en el mercado, mientras otras veces puede tener relación con productos mal etiquetados, cambios de temporada -por ejemplo, productos que en su imagen tienen el Viejo Pascuero-, o por políticas de los supermercados que no quieren tener productos que vencen luego o que necesitan sacar elementos que no están generando las ventas requeridas pero sí están ocupando espacios en las góndolas. Sea como sea, el desperdicio es enorme y las necesidades crecientes, lo que carece de toda lógica.

Impactando vidas

Red de Alimentos trabaja por medio de tres canales de distribución. Primero, está el centro de distribución en bodega, donde cuentan con dos espacios de 2.500 y 1.500 metros cuadrados para almacenar las donaciones. Es a estos lugares donde se dirigen las organizaciones sociales que apoyan para recoger los productos disponibles y luego entregárselos a sus beneficiados. La repartición de productos se hace por medio de un algoritmo que permite entregar de manera eficiente y trazable.

En segundo lugar están las despensas sociales, como las llaman. Se trata de mini supermercados orientados a personas de más de 60 años, que reciben un ingreso menor al sueldo mínimo y que viven en las comunas de Puente Alto, San Bernardo o Renca, donde se encuentran hoy. A la fecha, apoyan de manera directa a más de 5.500 personas por este canal con entre 8 y 10 kilos de alimentos a la semana, y al 2030 la meta es llegar a diez de estas despensas en la Región Metropolitana. En estas despensas sociales, además, se ofrecen otros servicios que tienen que ver con las preocupaciones o dolores de la gente, en donde Red de Alimentos gestiona con sus socios charlas o entrega de información para ayudar a la comunidad, transformándose de esta manera en espacios de escucha, orientación y apoyo.

El tercer canal es uno remoto o digital llamado “Retiro directo en tiendas”, que fue implementado por primera vez en 2018 y por el cual se conecta la oferta de descarte y la demanda de las organizaciones sociales directamente en los territorios donde se producen. “Este modelo genera una serie de eficiencias operativas y sociales y conecta a la organización social directamente, por ejemplo, con el supermercado, acortando la cadena de suministro”, indica Vergara.

La profesional destaca que a lo largo de los años son cada vez las empresas y las industrias que se han sumado al desafío de entregar los desechos y mermas para encontrarles una vida útil, pero aún falta mucho camino por recorrer. Advierte que hay sectores todavía que tienen grandes oportunidades para avanzar, como el agrícola. “El compromiso tiene que ser transversal, desde la persona que produce papas en una chacra hasta las empresas que exportan grandes volúmenes”, dice, y explica que las personas más vulnerables no tienen acceso a alimentos frescos y sanos, porque cuando tienes pocos recursos y debes elegir entre un plato de arroz o una manzana porque tienes la opción de comer dos veces al día, en general se elige lo primero. “Lo que hacemos es que a la gente que solo puede comer pan y té le agregamos una fruta, y con eso mejoramos su seguridad alimentaria y su estado de salud”, comenta.

Hay países en el mundo que prohíben botar alimentos y productos, pero Chile no lo hace. Aun cuando el año pasado la inflación y el desempleo fueron al alza, y más de 135 mil personas salieron del segmento C2 y C3 hacia segmentos más vulnerables como consecuencia de la condición económica del país, nuestro país no prohíbe el desperdicio de alimentos. Con todo, en la reforma tributaria de 2020 se puso incentivos a la entrega y, en cambio, se desincentivó la destrucción voluntaria de alimentos, lo que para Vergara es una señal en el sentido correcto. Sin embargo, advierte que en la realidad aún no se está fiscalizando o aplicando que eso se haga.