Cuando Camila Gatica recibió sus puntajes de la PSU, se dio cuenta de que podía estudiar prácticamente cualquier cosa. Medicina, ingeniería, derecho, odontología, literatura, lo que quisiera. Le había ido muy bien en la prueba de selección universitaria y también traía un excelente promedio del colegio, donde además solía destacar por sus talentos diversos: ganaba desde concursos de debate o matemáticas hasta los de ensayos o dibujo. Finalmente, a la hora de elegir qué estudiar, optó por psicología en la Universidad Católica, carrera de la que se tituló con honores. “Ojalá algún día hagas clases en la facultad”, le dijeron sus profesores el día de su defensa de tesis.

Las expectativas sobre Camila siempre fueron altas; todos imaginaban que llegaría lejos en el camino tradicional de ejercer su profesión. Sin embargo, cuando entró al mundo laboral, algo pareció desinflarse. “Por un lado, no me sentía cómoda en la esfera laboral y, por otro, creo que me faltó mucha orientación y también persistencia. Porque sabía que podía hacer bien lo que me propusiera, pero nunca había trabajado en mi propia tenacidad, porque, desde chica, todo me resultaba fácil, y manejar la frustración fue un tremendo desafío en la adultez. Pasé por algunos trabajos tradicionales, luego varios emprendimientos; en algunos me fue súper bien, pero tampoco lograba destacarme del todo y, sobre todo, me sentía muy dispersa. La verdad es que, durante años, me sentí como una eterna promesa”, cuenta Camila.

Era una incomodidad que la acompañaba constantemente y que tampoco sabía explicarse bien: ¿por qué, habiendo tenido tantas capacidades desde niña, no las había “capitalizado” en el mundo laboral? La respuesta llegó al convertirse en madre, especialmente al observar a su hija mayor, en quien se reconoció en muchos aspectos: la pequeña aprendió rápidamente a leer, sumar, restar, dibujar, y desde muy corta edad hacía preguntas profundas y existencialistas sobre el sentido de la vida. “Investigando, llegué al concepto de niños con altas capacidades. La llevé a una especialista, quien confirmó el diagnóstico tras algunos test, y me dijo que era súper importante guiar bien a los niños con altas capacidades, porque solían ser muy dispersos y les costaba lidiar con la frustración. Y también me dijo otra cosa: me comentó que si mi hija tenía altas capacidades, probablemente yo también. Y ahí todo tuvo un sentido distinto para mi propia historia”, añade Camila.

Tener altas capacidades

Las altas capacidades son un conjunto de cualidades que algunas personas poseen y que reflejan un potencial intelectual elevado: personas que suelen mostrar una curiosidad inagotable, un aprendizaje rápido y un alto nivel de creatividad y pensamiento crítico. Este concepto –que ha sido explorado a fondo por académicos como el estadounidense Joseph Renzulli, de la Universidad de Connecticut, o el español Francisco Mora, neurocientífico y profesor de la Universidad Complutense de Madrid– va más allá de obtener buenas calificaciones o destacar académicamente; se trata de una disposición mental que les permite absorber y procesar información con profundidad y a gran velocidad.

Como explica Camila Gatica (@camilagatica) –quien se especializó a fondo en el tema–, una de las características más comunes en personas con altas capacidades es el pensamiento arborescente, una forma de razonamiento que se ramifica en múltiples direcciones, como las ramas de un árbol: “Es un proceso que permite hacer conexiones rápidas entre ideas, explorar conceptos desde ángulos que pueden ser inesperados y relacionar información de maneras complejas y profundas. Por lo mismo, también puede ser un modo muy disperso, pues la mente arborescente no sigue una sola línea, sino que explora múltiples caminos al mismo tiempo”, dice la especialista, quien además de psicóloga es coach y acompaña precisamente a mujeres con altas capacidades que sienten que han sido muy dispersas en su camino. “Esa aparente desorganización puede ser devastadora si no se trabaja ni se comprende con más compasión. La capacidad de abrirse a muchas posibilidades a la vez es un don y una habilidad. Pero también exige aprender a enfocarse y a priorizar, para no sentirse continuamente sobrepasada. Y eso se puede hacer con hábitos”, explica Camila, quien ha trabajado una metodología.

La importancia de los hábitos

Para las personas con altas capacidades, los hábitos no solo aportan estructura, sino que son herramientas indispensables para manejar la dispersión mental y enfocar sus talentos. Camila Gatica destaca que los hábitos pueden ser tremendamente poderosos y reparadores. “Nos ayudan a tomar las riendas de nuestros propios objetivos, a entendernos mejor y a ser más compasivas con nosotras mismas, especialmente cuando sentimos que no hemos alcanzado nuestras propias expectativas”, dice.

Como explica Howard Gardner, psicólogo y creador de la teoría de las inteligencias múltiples, en su libro Frames of Mind, las personas con capacidades intelectuales elevadas pueden beneficiarse precisamente de los hábitos, ya que estos permiten “reducir la sobrecarga cognitiva” que genera el procesamiento simultáneo de múltiples ideas. En sus estudios, Gardner sostiene que, sin un marco estructural de hábitos, el talento puede perderse en una constante exploración que resulta agotadora y desmotivadora.

Por otra parte –añade Camila– para una mujer es tan desafiante “reconocerse” inteligente, y reconocer sus altas capacidades, “que el temor a fracasar hace que oculte sus talentos y capacidades, entonces desconoce su poder. Ahí es donde se convierte en una promesa que nunca se cumple, porque no se atreve a intentarlo, no se esfuerza. Por eso es fundamental abordarlo”.

Para las mujeres con altas capacidades, tener un propósito claro y desarrollar hábitos específicos es realmente fundamental, porque les permite mantener una dirección en medio de un pensamiento que, a menudo, se expande en muchas direcciones. Pero no solo eso. “Los hábitos, y el reconocerse además como talentosas –sin escapar de la responsabilidad que trae el cultivar esos talentos–, hacen que dejen de sentir que son una eterna promesa y que comiencen a percibirse a sí mismas como tremendamente capaces de concretar lo que desean, entendiendo que su valor no reside en expectativas ajenas, sino en lo poderosas que son y que siempre han sido”, finaliza Camila.