Probablemente muchos hemos escuchado que las emociones no son ni buenas ni malas. Simplemente son, y debemos aceptarlas como tales. Sin embargo, la rabia es posiblemente una de las que carga con un estigma tan fuerte, que resulta casi imposible disociarla del lado más oscuro de nosotros mismos. De lo mezquino y lo hostil. No por nada, la rabia según la RAE es sinónimo de ira, uno de los siete pecados capitales. Y desde esos orígenes etimológicos es que parten los vínculos entre la rabia y lo inherentemente negativo.

Sumado a esto, la fama que se ha ganado la rabia también está profundamente arraigada en nuestro subconsciente colectivo porque culturalmente es una emoción asociada a la agresión y la violencia. Casi como si la rabia inevitablemente nos condujera a resultados destructivos. Y es tan así que en países como Estados Unidos, a quienes viven esta emoción de manera intensa y no controlan sus manifestaciones, se les prescribe terapia de manejo de la ira, como si se tratase de una verdadera enfermedad que debiese ser erradicada.

Sin embargo, el veredicto científico respecto a la rabia y sus efectos en las personas ha sido distinto. Según un estudio conducido por el PhD en psicología Ernest Harburg, de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Michigan, sentir rabia —y expresarla— es beneficioso al punto que podría salvarnos la vida. El académico observó los comportamientos de una muestra de casi 400 personas por 17 años y comparó los efectos en la salud física de quienes demostraban la rabia y el enojo versus quienes la suprimían. Aquellos que expresaban esta emoción tradicionalmente catalogada como negativa, mostraron una tasa de mortalidad más baja que quienes no lo hacían. Estos últimos, tuvieron una mayor incidencia de enfermedades respiratorias y problemas cardíacos.

Pero además de consecuencias en el plano físico, no expresar la rabia tiene consecuencias psicológicas. Y es que, según explican los investigadores y co autores del best seller sobre manejo de emociones negativas The Up Side Of Your Dark Side, Todd Kashdan y Robert Biswas-Diener, dado que la rabia en sí misma no es ni buena ni mala, lo que realmente importa, es qué hacemos con ella. Precisamente, al ser consultado en una entrevista sobre las principales conclusiones de su estudio, Ernest Harburg explicó que “si entierras tu rabia y la dejas incubar […] si no tratas de resolver el tema, entonces estás en un problema”.

En The Up Side Of Your Dark Side, los autores especialistas en psicología positiva, aclaran que la rabia debe ser entendida como una herramienta que nos permite leer y responder a situaciones sociales que nos alteran o que nos resultan incómodas. Al percibir esta emoción, agregan, nos sentimos llamados a actuar para prevenir o poner fin a aquello que amenaza nuestro bienestar.

Los autores agregan que, ser precavidos y cuidadosos cuando se trata de una emoción como la rabia, es una estrategia inteligente. Si bien podemos entenderla como una herramienta, “la rabia no debe ser sobre utilizada o aplicarla con cualquiera. Con ciertas reservas, la rabia puede ser completamente apropiada ante ciertas personas y en ciertas situaciones”.

Sin embargo, todavía vivimos en una sociedad en la que las emociones siguen siendo calificadas como positivas o negativas. Las primeras son celebradas y las segundas escondidas, guardadas en un cajón o reservadas para espacios privados como terapia o grupos de apoyo.

La terapeuta y doctora en psicología Carolina Aspillaga explica que muchas veces tendemos a esconder y a suprimir la rabia porque socialmente la asociamos de forma automática a una agresión. Pero expresar la rabia no necesariamente significa que tenermos que agredir. “Es importante saber como cuando y hacia quién expresamos la rabia para que, por ejemplo, no nos terminemos descargando con alguien que no tiene la culpa que aquello que nos generó ese enojo”. Además agrega que la rabia no solamente tiene la capacidad de destruir sino que de “transformar, de cambiar y de generara algo mejor”.

Ira femenina

La psicóloga explica que nuestros roles sociales y nuestra posición dentro de la sociedad influyen en cómo podemos expresar las emociones –particularmente nuestra rabia– y en cómo nuestro entorno va a reaccionar cuando externalicemos esos sentimientos. Carolina propone como ejemplo el que comúnmente se espera que los niños y niñas no se enojen. Si lo hacen, los adultos tienden a reírse o a ridiculizarlos. “O cuando una mujer se enoja, corre el riesgo de ser tildada de loca o histérica porque de acuerdo con la construcción social de la feminidad se espera que las mujeres seamos complacientes y conciliadoras”, agrega. “Aprender a validar nuestro enojo y su expresión, es también una cuestión de género”.

“Tan bonita pero tan seria, o cuando te enojas te preguntan si estas con la regla. O cuando a una chica le dicen que con ese carácter nadie la va a querer o que no se enoje porque se pone fea”, son otros de los comentarios y expresiones comunes dirigidas específicamente a mujeres que, según explica Carolina, van inhibiendo la expresión de la rabia y el malestar. ¿La consecuencia? Según la especialista es que, al no hacerlo, no estamos dejando claros cuáles son nuestros límites, generamos frustración y al no externalizar aquello que nos parece injusto, vivimos esos procesos de forma interna.

“Para las mujeres que, en general hemos sido educadas para suprimir la rabia, es importante darnos permiso para expresar esta emoción cuando estamos molestas”, explica. Esto permite poner límites claros y tomarnos en serio aquello que nos parece, injusto o dañino. “Nos permite protegernos de potenciales abusos y decir basta. Nos permite además tomar el control frente a las situaciones”, agrega.

Y es que, tras años de haber sido educadas para conectar con algunas emociones –como la tristeza– por sobre otras, para muchas expresar la rabia resulta difícil. Hasta casi imposible. Pero no solo las mujeres debemos aprender a conectar con la rabia. “Es importante que, tanto para hombres como para mujeres exista educación emocional respecto de cómo manejar y expresar la rabia”, comenta la psicóloga. Porque, si bien por una parte lo femenino se ha asociado históricamente con suprimir esta emoción –y tradicionalmente lo masculino con una libertad para demostrarla– un hombre enojado muchas veces se vuelve agresivo. “No solo es necesario aprender a reconocer nuestras emociones sino que además trabajar en su expresión para poder tomar en consideración cuando las externalizamos, el contexto, el cómo lo hacemos, el cuándo, el hacia quien”.

Pero Carolina agrega que, en este sentido más político y social, el rol de la rabia no solo es beneficioso para las mujeres sino que para todas las personas “lo mismo aplica para todos quienes se encuentren en una situación en la que, cultural y socialmente, la expresión del enojo y la rabia sea mal visto”.