“Hace casi un mes murió mi madre. No constituyó sorpresa, tenía 91 años y una demencia senil moderada. Con ella tuve una relación difícil, le dije muchas cosas justas a los 18 y miles de injustas después de los 40.
Mi padre murió hace 25 años, también en octubre.
Decirse huérfana a los 60 años es una exageración, pero los sentires pueden ser así, exagerados. Cada vez que alguien me pregunta cómo estoy después de la muerte de mi madre, me mueve una reflexión sobre mi orfandad. ¿Qué significa? Creo que es quedarse sola con tu historia, con tus recuerdos, sin testigos directos de anécdotas ni folclor familiar. Ser hija única de padres viejos siempre fue mi autodefinición y ahora solita frente a la vida no me parece tan bien.
Los últimos cuatro días de su vida, los compartí haciéndole compañía en la pieza del hospital. Solo le dije que se fuera en paz, que la esperaban -era muy católica- sus hermanos, madre, padre, su compañero, mi papá. Supongo que esos días fueron sanadores pero no esperaba el golpe físico que me dio su muerte.
A diario me sorprendo trayendo al presente el lugar donde nací, los barrios donde viví, recordando las instituciones donde trabajó mi viejo, las costuras de mi madre, las tradiciones que teníamos.
Hay algo en mí que requiere confirmar que sí existimos, que fuimos una familia como todas; a veces feliz, otras no tanto. No tengo a nadie que avale esos recuerdos.
Y sí, claro, yo formé familia. Hay pareja, hija, redes, amigas, sobre todo amigas. No es soledad lo que yo siento, es estar a la intemperie y en primera fila.
Desarmé maletas y encontré recuerdos. Repartí cosas y les conferí valor a objetos que nunca me importaron. Jamás voy al cementerio. Hoy creo que ese día llegará y quizás me sorprenda conversando con mi madre, cuestión que en vida hice muy poco. Una cambia con la muerte de los padres, quiero pensar que crecemos.
Durante la pandemia del 2020 se fueron muriendo muchos viejos y viejas de mi entorno, madres y padres de mis amigues. Vi cómo cada una de mis amigas fue asumiendo el lugar de las obligaciones, de la contención y qué decir de los cuidados. Diariamente mis amigas cancelan sus agendas para acompañar a sus madres y padres a las consultas médicas. Creanme, no es tierno, ni generoso. Es una obligación que no tienen con quien compartir.
Yo creo que el sentimiento de orfandad no se va, se queda para algo. En mi caso, las catarsis son a través de acciones políticas. Por eso hoy estoy obsesionada por saber de gerofeminismo, de lo que nos pasa a las mujeres mayores, generalmente huérfanas. Y lo que pasa, es que son, somos, invisibles para conseguir nuevos trabajos, invisibles para los medios de comunicación y, por supuesto, en la esfera pública. Estrenamos un rol que es importante conocer y compartir. Ya lo han dicho muchas feministas, la historia se construye porque nos apoyamos en los hombros de otras.
Debemos vivir huérfanas. Necesitamos que nos entiendan y nos den tiempo. No bajaremos los brazos para siempre, solo tenemos que reunir la fuerza para volver a levantarlos”.
Viviana González Ampuero tiene 58 años, es comunicadora audiovisual y socia de Conversas, una oficina de comunicaciones con enfoque de género.
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