“Siendo muy sincera, como abuelas somos lo que no fuimos siendo mamás. Yo fui madre muy joven, a los 19 años, y ahora tengo ocho nietos. Y parte de las cosas que he pensado y aprendido en este tiempo es que quizás pudimos haber sido más permisivos y tolerantes con nuestros propios hijos, un poco como lo somos con nuestros nietos, porque no sé qué tanto de esa estructura rígida a la algunos nos atuvimos durante tanto tiempo tuvo una influencia en el desarrollo de los hijos.
Como madre, en el periodo de crianza, fui muy estricta y estructurada. Las niñas tenían que comer temprano y acostarse a las ocho. Pero en este último tiempo me he dado cuenta que esas cosas no son lo más importante y que poder salirse un poco de eso y ser flexibles quizás nos habría permitido más momentos de disfrute. Esto todo lo empecé a ver cuando fui abuela por primera vez, a mis 42 años. Ahí me di cuenta que uno cumple otro rol; el amor que se siente por los nietos es como el que se siente por los hijos, pero no existe la necesidad imperiosa de enseñar lo políticamente correcto en todo lo concerniente a la vida. Es estar con los hijos y acompañarlos a tener niños cariñosos y contenidos. Pero nunca pasar por encima de sus enseñanzas. Por eso, se mantiene cierta lejanía.
Ciertamente uno se relaja, porque tampoco queremos que digan ‘no voy a ir a ver a la abuela porque es como estar con mi mamá’, y ahí es cuando se abre la posibilidad de ver que al final esas reglas no tuvieron mayor influencia en cómo se desarrollaron los hijos. Son las experiencias de vida las que moldean, y además cada uno va aprendiendo a vivir su propia vida bajo su propia visión, en la que influyen muchas otras cosas más que solo la estructura. Si me las hubiese evitado, quizás habríamos pasado mejores tiempos como familia.
Además, los tiempos han cambiado tanto que lo que yo les pude haber enseñado, inculcado o pedido en algún momento, claramente ellas lo modificaron. Tienen estructuras y son muy disciplinadas en sus crianzas respectivas, pero también hacen lo que quieren. Por ejemplo, una de ellas lleva a su hija a hacerse la manicure. Ni yo me hacía la manicure cuando las estaba criando. Son libres y amorosas, y es lindo ver que hoy hay múltiples alternativas de crianza.
Esta es una reflexión muy propia de ser madre y abuela, e imagino que nos debe pasar a muchas. Por eso lo comparto, porque sería bueno que todas las que van a ser madres o abuelas lo mediten, y se permitan ser un poco más flexibles. No es trágico que los hijos se coman un huevo en vez de la comida. No es trágico que se incumplan las reglas. Esas cosas no marcan tanto en el desarrollo posterior. Con esto no quiero decir que hay que darles la autonomía absoluta, pero sí puede existir cierta flexibilidad y espontaneidad cuando se trata de cosas que no tienen mayor relevancia. Es aprender a soltar ciertas cosas.
Lo hemos hablado mucho con mis tres hijas. A la mayor la tuve cuando tenía 19, eran otros tiempos también. Ellas ahora se permiten ‘llamarme la atención’ en algunas cosas, o hacerme ver que hay cosas que no están bien. Son relaciones de mayor confianza; no me pasan a llevar porque yo soy la madre y tengo mi carácter, pero igual estamos en un nivel horizontal. Hemos hablado, de hecho, que quizás hubiese sido distinto criarlas con más libertad. Y una solo se da cuenta siendo abuela, cuando ve que puede enmendar ciertas cosas. Fue ahí que pude ver que hubo cosas en las infancias de mis niñas que eran totalmente prescindibles, y habría sido más agradable sin. Pero en esa época ciertas actitudes no se transaban. En cambio ahora a mis nietos los dejo vaciar el refrigerador para sacar los helados que compro especialmente para ellos y desordenar los mullidos cojines de la sala de estar.
Los nietos nos dan esa frescura que a veces sentimos que perdimos pero que necesitamos recuperar para recordar lo que hacíamos con nuestros hijos. Nos instan a pensar que pudimos haber sido un poco mas permisivos en algunas cosas intrascendentes y más tolerantes en otras, dado que no habría influido tanto en su futuro. Pero por sobre, lo que nos enseñan es que la vida se da al revés y quizás debimos ser primero abuelos y después papás”.
Viviana Bozzolo (62), madre de tres y abuela de ocho.