En noviembre pasado, se estrenó en Netflix la serie argentina Elena sabe. Definida como un thriller dramático, aborda una compleja relación madre e hija. Elena es una mujer de más de 60 años que alguna vez trabajó como contadora y ahora sufre de Parkinson, enfermedad que ha ido restringiendo su movimiento e independencia y que no sólo la afecta a ella, también involucra a su hija Rita, una profesora que se ha hecho cargo de su cuidado, dejando su existencia relegada.
La cotidianidad de estas mujeres se interrumpe un día que llega una patrulla policial a la casa familiar y le piden a Elena que los acompañe. Esto porque debe reconocer el cadáver de Rita, que según la teoría policial, se habría quitado la vida. Elena, la madre, se resiste a esta idea y asegura que su hija fue asesinada y que encontrará al culpable. Sin embargo, con el paso del tiempo y después de intentar dar con los supuestos culpables, la mujer acepta la posibilidad de que su hija se haya quitado la vida debido a la carga emocional de cuidar de ella mientras luchaba con su enfermedad.
De esta manera la serie transandina pone sobre la mesa un tema común, pero a la vez complejo, incluso tabú: cuando llega el momento en que hay que cuidar a quienes nos cuidaron, o como en este caso, cuando nos transformamos en “las madres” de nuestras propias madres.
“Es difícil ver envejecer a nuestros padres, que se transforman en personas vulnerables, dependientes y a la vez, vernos a nosotros mismos envejeciendo y darnos cuenta de que no estamos listos o listas para cuidar. Sin embargo, lo hacemos, porque amamos profundamente o porque lo sentimos como deber moral, eso de devolver la mano a quien me cuidó”, dice la psicoterapeuta y columnista de Paula, Dominique Karahanian.
Sin embargo, a diferencia del vínculo primario –madres que cuidan a hijos o hijas– cuando es al revés, tiene otras complejidades, como le ocurrió a la protagonista de la serie de Netflix quien, a medida que sigue algunos rastros, comienza a recordar cómo fue la vida de su hija y la clase de madre que fue para Rita; la manera en que sus ideas conservadoras y su estricto carácter afectó a su hija, que ahora con ese “peso” la tiene que cuidar. En el fondo, Elena se da cuenta de que cometió varios errores y que su hija no era feliz con la vida que le tocó.
Así le pasó a Lorena Gómez (56), quien tuvo que cuidar a su madre durante los últimos años de su vida. “Yo soy la mayor de las hermanas y mi mamá siempre fue muy estricta conmigo, incluso desde muy niña tuve responsabilidades con mis hermanas menores. Eso, obviamente hizo que mi niñez fuera diferente, no digo que infeliz, pero siempre noté algunas diferencias con compañeras del colegio. Eso inevitablemente generó entre nosotras una distancia, ella era una mamá más bien fría. Y no la juzgo, su vida fue difícil. Al final, es lo que nos tocó a ambas”, dice.
Al poco tiempo de jubilar, la madre de Lorena fue diagnosticada de Parkinson, al igual que Elena en la serie. Y ha sido ella la que le ha tocado hacerse cargo de sus cuidados. “Es muy contradictorio todo lo que uno siente frente a una vivencia como esta. Por un lado siento rabia porque justo ahora que estoy terminando las tareas de cuidado con mis hijos –crianza que le tocó llevar sola–, tengo que cuidar de mi madre, como si fuese una nueva hija. Toda la vida me costó mucho liberarme de mandatos, hacer realmente lo que me gusta hacer y ahora que lo comienzo a experimentar, aparece esto. Y no quiero que se lea como egoísmo, todo lo contrario, porque parte de las contradicciones surgen porque también siento la responsabilidad emocional, e incluso el deseo de cuidar a mi madre como una forma de gratitud. Como dije, entiendo por qué ella fue como fue, el contexto nunca estuvo de su lado y toda esa dureza era su escudo para salir adelante y darnos una mejor vida a nosotros. Sin embargo, ser consciente de eso no quita que a ratos vengan a mi mente imagenes de su dureza. Si tuviera que ponerle un adjetivo a lo que toca vivir, al menos en mi experiencia, en el cuidado de las madres, es ambigüedad”, agrega.
Y es que –como explica Dominique Karahanian en su columna– es importante y necesario ser conscientes de que cuidar a quien me cuidó es un proceso difícil. “No debemos idealizarlo y siempre es bueno buscar ayuda y contención emocional. Mal que mal, se trata de un duelo”, explica. Sobre todo en los casos en que la imagen de esa madre es “perfecta”, cuando a diferencia de la protagonista de la serie, no hay reproches en la crianza.
“Se habla de duelo porque la imagen de esas personas que alguna vez te cuidaron ya no está, y ahora son ellas las que necesitan de tu cuidado. ¿Cómo vivimos ese duelo de ver que ya nada es lo mismo, que se desdibuja la percepción que tienes de tus padres y que ahora, por ejemplo, pueden llamarte en la noche para decirte que tienen miedo de que entre alguien en su casa, mismo miedo que sentiste a los cuatro años cuando veías monstruos bajo tu cama?”, dice.
Y como cualquier duelo, en una primera etapa aparece la negación y el intento de evitar o aplazar ese dolor; luego se presenta la ira frente a la frustración de que lo que viene es inevitable e irreversible; y, finalmente, cuando la situación nos sobrepasa, nos sentimos enojados. Sobre este último sentimiento, Selma Jashes, psicóloga clínica y terapeuta familiar, señala en uno de nuestros artículos que la dependencia de los padres muchas veces implica adaptar la rutina familia, social o laboral. Esa situación coincide con las crisis que experimentan a su vez los hijos cuidadores que también enfrentan diversas problemáticas familiares, económicas o deben apoyar a algunos de sus hijos. Entonces, por un lado, lidian con la tristeza, el miedo, la frustración de no poder estar todo lo presentes que quisieran con sus padres, y por otra parte, con sus problemas de vida todavía no resueltos.
Al final, sea como sea que haya sido la relación madre-hija, el verse enfrentadas al momento de convertirse en “la madre de mi madre”, es un momento duro. Por derrocar esa imagen materna que es tan fuerte en las personas, y al mismo tiempo por la necesidad de equilibrar esa lucha interna entre nuestras responsabilidades y deseos personales.
Quizás la clave está en –como plantea la antropóloga española y pionera en el estudio de los cuidados, Dolors Comas– ver el cuidado como algo es revolucionario. Entenderlo como una interdependencia, esto que nos hace ser dependientes unos de otros. Y es que, aunque cuidar a quienes nos cuidaron es un acto de amor, también es un desafío que da cuenta, por sobre todo de la complejidad de las relaciones humanas.