“La maternidad para mi fue compleja en un comienzo por el tema de la edad, creo que influyó demasiado. Me casé a los 38 años y en ese minuto inmediatamente quisimos tener un hijo. Empezó a pasar el tiempo y no quedaba embarazada, ahí fue cuando decidí ir a un médico. Me hicieron exámenes, pero veía que pasaba y pasaba el tiempo y el bebé no llegaba. En el proceso, vi a tres médicos.
El primero que me atendió decidió operarme porque estaba con una endometriosis. La verdad confié y me operé, me dijo que la operación sería la solución del problema, pero con el tiempo me di cuenta que la endometriosis que tenía no era severa y que no era un factor relevante para no poder embarazarme. Decidí cambiarme de médico y comenzamos un tratamiento con inseminaciones intrauterinas. Logré embarazarme pero, a las nueve semanas, aborté. Luego de eso continuó un proceso de varios intentos, al menos seis, no pasaba nada, ahí el médico me dijo que mi caso era para un invitro.
Nuevamente cambié de doctor. Ya habían pasado dos años desde que comenzamos el proceso, tenía 40. Este médico me dijo que las posibilidades de que me embarazara, a esta edad, eran de un 40%. Fue muy sincero conmigo, me dijo que si no me embarazaba en ese intento, que mejor no siguiera gastando plata y tiempo. A esas alturas se corrían demasiados riesgos, dijo. Comenzamos con el proceso igual, fue muy duro: tenía que llegar con cierta cantidad de óvulos al pabellón, específicamente cinco, porque si no llegaba con esa cantidad las probabilidades eran casi nulas. Llegué a la clínica y tenía cuatro óvulos, el médico me dijo que era nuestra decisión entrar o no, pero ya estábamos ahí, habíamos hecho todo y estábamos agotadísimos. Dijimos que sí, no había mucho más que pensar, era todo o nada. Cuando salí del pabellón el médico me dijo que finalmente habían sido tres óvulos, porque uno no era viable, así que debíamos esperar.
Los primeros 15 días fueron muy angustiantes, porque no sabía que iba a pasar. Finalmente me embaracé, pero el médico me dijo que esperáramos hasta el tercer mes, que luego de eso veríamos que pasaba. Tres meses después mi hija se afirmó y tuve un embarazo espectacular, si no me hubiese hecho el tratamiento no me hubiese dado cuenta de que estaba embarazada, porque no sentí nada, no tuve síntomas, nada distinto. Fue un buen embarazo considerando que era de alto riesgo y mi edad, por lo que fue muy controlado. Tuve una cesárea programada y ahí nació Rocío, una bebé muy esperada y muy deseada.
Todo iba bien en mi maternidad, hasta que años después, cuando Rocío a penas tenía siete años, me detectaron un cáncer y mi mundo se derrumbó. Uno asocia que el cáncer es muerte y yo no me quería morir, mi hija era muy pequeña. Fue terrible. En ese minuto nosotros, como padres, decidimos no contarle a Rocío que tenía cáncer, sin embargo, tuvimos que prepararla y contarle que yo estaba enferma, que me tenía que operar porque había algo que no estaba bien en mis senos, que tendría que someterme a un tratamiento y que lo más probable es que se me cayera el pelo. Yo creo que Rocío sabía de que se trataba, pero nunca dijo nada.
Siempre hice que ella viviera conmigo este proceso. Cuando se me empezó a caer el pelo le dije que teníamos que ir a la peluquería y que yo me tenía que cortar el pelo, entonces, ella siempre estuvo conmigo. Cuando vinieron las quimioterapias, las mismas enfermeras de la clínica me dijeron que la llevara para que viera que no era tan terrible. Vivió todo el proceso conmigo. Es que fue tan duro el proceso de quedar embarazada, que no quería que esta nueva experiencia afectara nuestra relación, ni mi maternidad, que a pesar de todo ha sido maravillosa. Ella es una hija excelente y yo, por suerte, nunca he sentido que debo ser una mamá aprensiva, a pesar de todo lo que nos ha pasado, de que es mi única hija y que me costó tanto tenerla.
Johana Cáceres tiene 52 años y trabaja en una compañía.