“Mi hija nació en plena pandemia, en julio del 2020, y eso me dio la oportunidad de pasar al menos los primeros meses junto a ella y mi pareja, sin mucha interrupción ni mucha visita. Y sí, fue duro, porque todo era nuevo; porque estábamos encerrados y todos los días la humanidad parecía perder aun más la esperanza; porque las noticias iban de mal en peor; y porque en general reinaba la angustia. A eso se le sumó que mi guagua lloró mucho los primeros meses y le costó quedarse dormida y, por qué no decirlo también, estábamos sobrepasados. Pero aun así, logramos crear nuestro espacio de contención entre los tres, en el que nos íbamos turnando, aprendiendo los unos de los otros y compartiendo la responsabilidad.
No fue hasta que empezaron las visitas que me di cuenta que ser madre joven y primeriza implica darse cuenta de que todas y todos están dispuestos a dar su opinión, incluso cuando nadie se las pidió. Y es eso lo que he tenido que aprender a enfrentar este año, para que no me afecte tanto. Porque si no, la carga es mucha. La primera vez que lo identifiqué fue con los profesionales de salud. Sofía, mi hija, lloraba mucho de noche y quería asegurarme de que todo estuviese bien, situación frente a la que empezaron los cuestionamientos: ¿La estaba amamantando? ¿Lo estaba haciendo bien? ¿Había calma en el hogar? ¿Cómo nos estábamos sintiendo los padres? Para mujeres tan jóvenes como yo, me dijo en un minuto el doctor, la maternidad podía ser muy agobiante. Y sí, lo es, pero en su tono había juicio e infantilización. Y ahí estaba yo, una madre, haciendo lo mejor que podía.
Todavía me acuerdo lo enfurecida que me fui de la consulta. Había ido en búsqueda de ayuda profesional para mi hija, no para sentirme juzgada ni para que cuestionaran cómo estaba amamantando o no, porque la verdad es que lo estaba haciendo como podía y como me salía, obviamente tratando de hacer lo mejor posible. ¿Y cómo nos estábamos sintiendo los padres? Frente a esa pregunta le respondí: ‘¿Cómo se pueden estar sintiendo padres primerizos criando en la mitad de una pandemia? Por supuesto que hay angustia y miedo. Nuestra hija es lo más preciado que tenemos y nos preocupa a cada rato que le pueda pasar algo’. Había una mezcla de sensibilidad y emoción a flor de piel, lo sé, pero también uno va en búsqueda de apoyo y ayuda profesional, no de cuestionamientos que bordean lo moral.
Al poco tiempo fueron los suegros y luego las amigas de las amigas. Todos daban su opinión, querían imponer su historia por sobre otra y absolutamente todos creían que sus experiencias eran más válidas que las de los demás. En pocos meses fui cuestionada por cómo estaba alimentando a mi hija, por cómo dormía y porque no había pensado en colegios aun. Y lo más fuerte de todo esto es que todos los cuestionamientos y supuestos consejos –no pongo en duda que algunos surgían desde el amor y la preocupación genuina– iban dirigidos a mí, como si no existiese un padre o como si estas responsabilidades fueran única y exclusivamente de la madre. Con mi pareja nos habíamos preocupado mucho de distribuir las tareas y criar de manera equitativa, a eso apuntábamos, y realmente nos sorprendió ver que nuestras familias y amistades no estuvieran alineadas. Entraban a la casa y a él le tiraban alguna talla o comentario complaciente, y luego a mí me bombardeaban con preguntas, exclamaciones y verdades absolutas. Tenía que amamantar de tal forma, tenía que hacerla dormir tantas horas y a todo eso tenía que sumarle que yo tenía que estar tranquila y sin estrés. Nunca, en ninguno de esos discursos, encontré a alguien que dijera: ‘hazlo de la manera que les haga sentido y les funcione a ustedes, siempre y cuando se priorice el bienestar de los tres’. Y es quizás lo que más necesitaba escuchar.
En este tiempo, ese discurso me lo fui armando y diciendo yo misma. En la crianza hay que encontrar lo que le haga sentido al núcleo y aferrarse a eso. Hay que también saber escuchar las opiniones de los demás, sacar lo que sirve y lo que pasa a ser únicamente una presión, descartarlo. Porque si no, es mucha la frustración y no se puede. Ya es suficientemente sufrido que estemos criando en estas situaciones adversas, por lo que caer en la trampa del perfeccionismo maternal solamente nos va a terminar ahogando. Hoy por hoy estamos felices y sanos los tres, y eso es lo que importa. Por el resto, pongo en duda lo que ha implicado la maternidad históricamente y pido de verdad que revisemos y cuestionemos todos los mandatos a los que hemos sido sujetas y todas las presiones y expectativas que han recaído sobre nosotras, a tal punto que entre nosotras mismas nos fomentamos para poder cumplirlas. Yo quiero poder cometer mis propios errores para poder solucionarlos, y quiero poder criar bajo la lógica de lo que nos haga sentido a nosotros, no bajo el supuesto deber ser, ni la norma, ni lo impuesto ni la moral”.
Jess Pinto (23) es madre primeriza y estudiante de historia.