“Soy una mujer de 82 años, madre de seis hijos, cuatro damas y dos varones; la mayor de 64 años y el menor de 42. Mi vida transcurrió como muchas mujeres de mi generación, siendo dueña de casa y dedicada a la crianza de los hijos. Luego de 31 años de matrimonio, me separé y comencé una nueva vida junto a dos de mis hijos solteros en ese momento. Fue una experiencia muy dura en un principio, ya que mi hija estaba terminando su universidad y mi hijo aún realizando sus estudios de enseñanza media. Nos mudamos a una humilde casa y con mucho esfuerzo logramos sobrellevar todas las dificultades que nos traía esta nueva vida a la cual nos enfrentamos.
Luego de unos años, formaron familia y me quedé completamente sola. En un principio fue una experiencia muy difícil, ya que luego de ser madre de seis y dedicarme por completo a ellos, me veía en una casa silenciosa. Pero luego me di cuenta de que la vida me tenía otras oportunidades para disfrutar. Participé de grupos de canto y de baile, aprendí muchas manualidades y desarrollé mi capacidad de sociabilizar con otras personas. Todo esto llenó mi vida nuevamente y me hizo muy feliz.
Sin embargo, este año todo volvió a cambiar. Un día mi hija de 54 años me llamó para contarme que estaba con algunos problemas de salud y que debía ser intervenida. Me quedé tranquila pensando que todo se resolvería con una cirugía que, según dijo, no era compleja. Pero la vida siempre tiene preparados otros caminos y luego de algunos exámenes, le diagnosticaron un tumor maligno. Debía comenzar una terapia oncológica más compleja de lo que yo había imaginado. Esto movilizó a toda la familia. Mi yerno muy angustiado me contactó una tarde para pedirme ayuda y yo, sin dudar, me puse a su disposición, aunque reconozco que sentí miedo de no ser útil en estos momentos; soy una mujer mayor y por tanto no sabía si mis fuerzas alcanzarían para sostener a mi hija.
Han pasado ya tres meses desde que ella comenzó su terapia, tiempo en el que la vida nos ha permitido reencontrarnos como aquellos años en que era mi pequeña y yo cuidaba de ella. A pesar de la dura experiencia que estoy viviendo, puedo decir que me ha traído muchas bendiciones y momentos que atesoraré por siempre en mi corazón. Qué diferente es poder compartir con mi hija, una mujer madura, darme cuenta de que todos los temas de conversación son posibles y que recordar las tristezas y alegrías del pasado solo nos genera satisfacción.
Hoy pienso que la vida tiene muchos caminos que no siempre logramos comprender. Este camino que he vivido con la enfermedad de mi hija ha sido uno de ellos, ya que pude darme cuenta de lo maravilloso y fuerte que es el vínculo madre-hijos, y también de la fortaleza que nace de esta relación. Estoy dichosa de que, aun siendo anciana, soy esa madre fuerte y protectora, como el primer día que tuve a un hijo en el vientre”.
Juana Contreras Torrejón tiene 82 años y es dueña de casa.