“Libertad” fue la palabra que más nombraron las mujeres ciclistas en la investigación que la periodista Cecilia Ananías hizo para la Revista de Debates Jurídicos y sociales de la Universidad de Concepción. En esta, publicada bajo el título “Una mirada de género a las experiencias de mujeres ciclistas”, Cecilia analizó bajo esta perspectiva las experiencias de 64 mujeres de la comunidad Girls MTB, un espacio seguro para mujeres que comparten el amor por la bicicleta. Como resultados generales, las encuestadas veían el andar en bicicleta como una práctica que les brindaba una libertad inigualable, aunque se constrastaba paradójicamente con la segunda palabra más dicha: “miedo”; decían vivir una constante sensación de inseguridad al pedalear “solas”.
Observar el ciclismo bajo la perspectiva de género no es algo nuevo; la bicicleta ha sido históricamente un símbolo de la libertad femenina. En 1896, la sugrafista estadounidense Susan B. Anthony señaló en un periódico que la bicicleta había hecho más por la emancipación de la mujer que cualquier otra cosa en el mundo. “Me regocijo cada vez que veo a una mujer pasar en bici. En el momento en que toma el asiento, le da un sentimiento de independencia y autonomía; y allá va, la imagen de la feminidad sin límites”. La llegada de la bicicleta facilitó la movilidad de las mujeres e incluso impulsó su cambio de vestimenta de falda a pantalones. La liberó de la dependencia del hombre para poder viajar y la ayudó a recorrer mayores distancias sola. Precisamente así es como las mujeres empezaron a llamar al vehículo de dos ruedas: “la máquina de la libertad”. También tuvieron miedo. Suponemos que por los peligros que han vivido siempre las mujeres en las calles, pero sobre todo por el ser juzgadas moralmente; hasta argumentos médicos les daban para evitar que se subieran, asustándolas con que tendrían daños físicos, y a muchas las apiedraban al verlas pedalear libres por las calles. Paradójico es que hasta el día de hoy “libertad” y “miedo”, más de un siglo después, sigan siendo los conceptos que más se repiten entre las mujeres al pensar en sus sensaciones arriba de la bici.
Los resultados del estudio no sorprendieron a Cecilia, más bien vinieron a reafirmar su propia experiencia. Heredó el gusto por el ciclismo de sus padres, en la infancia, a quienes siempre les gustó pedalear en sus tiempos libres. Entonces Cecilia vivia en Curanilahue, un ex pueblo minero que se ubica a unos 100 kilómetros al sur de Concepción. No había cine ni biblioteca ni talleres ni nada, así que su principal entretención era agarrar la bici y darle unas vueltas al pasaje donde vivía. Luego, se animó a meterse al centro de la ciudad y después a explorar los caminos forestales y a subir cerros. “Tenía como 12 años y ahí andaba arriba del cerro esquivando camiones forestales cargados de pinos; llena de barro rojo, tratando de no resbalarme entre las hojas de eucalipto. En ese entonces, la bicicleta me permitía escapar del tedio, también de la pena, y me daba muchísima libertad. Eso se mantiene hasta hoy: cuando tengo problemas y quiero detener un ratito mi cabeza, agarro la cleta y salgo a pedalear por ahí y vuelvo como en un estado de meditación. La bici me ha acompañado hasta en momentos históricos: la usé en el Terremoto de 2010 para salir a buscar comida y agua por la ciudad; en la Revuelta de 2019, para lograr cruzar desde San Pedro de la Paz hacia Concepción para protestar; y en la pandemia se volvió mi transporte-libre-de-virus y escape de las cuarentenas. Como llevo tanto tiempo pedaleando, siento que la bici ha llegado a fundirse con mi cuerpo, algo bien ciborg; eso me permite girar o salvarme de caer en cosa de microsegundos, mi cabeza no alcanza ni a pensar “me voy a accidentar” y mi cuerpo y la bici se acomodan automáticamente. Así que es una relación sumamente cercana, es como si fuera una extensión de mí. Me permite volver a mi centro y a moverme de forma independiente por la ciudad, sin necesidad de pedirle ayuda a nadie”.
Esa simbiosis con la bicicleta forjada desde la niñez es uno de los resultados de la investigación de Cecilia que se presentaba como un factor protector de la práctica, es decir, creaba las bases sólidas para que la pasión por la bici persistiera en el tiempo en las mujeres; el 91% de las encuestadas había comenzado su amor por las bicis desde muy niñas. Es algo que también comparte la estudiante de derecho de 27 años, Isabel Lorca Benavides, conocida en Instagram como @_atisbo, la cicloviajera. Dice que lleva la bicicleta en las venas, porque su familia, tantos sus abuelos maternos como sus tíos, con quienes creció, siempre la utilizaron como su medio de transporte principal. Cuando comenzó sus estudios universitarios, Isabel decidió ahorrarse el costo de la micro y el metro y siguió la tradición familiar. Lo que se convirtió en una forma de ahorro y de aportar al medioambiente comenzó a transformarse en un espacio de libertad y bienestar que la llevó a considerar recorrer otros territorios con ella. En 2020 decidió emprender su proyecto “Recorriendo Chile en Bicicleta” donde literalmente se mueve por el país pedaleando y dejando registro de ello en sus redes sociales. Hoy se considera una “cicloviajera”: “Viajar sola en bici ha sido un medio de transformación integral, tanto de mi vida como de mi esencia. Ha desarrollado en mí diversas herramientas, que enriquecen mi relación con los paisajes y todo ser vivo, me ha fortalecido en todo sentido. Es la expresión de libertad más intensa que he experimentado como persona y como mujer”.
En contraste con esa sensación de libertad y conexión consigo mismas, las mujeres arriba de la bici también experimentan miedo e inseguridad. Según la investigación de Cecilia, de las mujeres encuestadas, el 47,2% declaró que evita andar en bicicleta sola o lo hace solo por necesidad, cuando al mismo tiempo un 52,7% sí disfruta de esta soledad; es decir, disfrutan de la libertad de saberse solas recorriendo, pero las acecha la inseguridad en cada pedaleo. “Una de las principales diferencias de género en la bicicleta la veo sobre todo en las compañeras que tienen terror de salir a pedalear solas. Muchas han sufrido acoso mientras van por la calle, les han “estirado la mano” desde motos o autos, les han salido al paso exhibicionistas, e incluso han sufrido acoso de otros ciclistas supuestamente amistosos, que se acercan a ellas ofreciendo “mostrarles nuevas rutas” o acompañarlas, pero con este segundo fin por detrás. Además, a diario leen en WhatsApp, las redes sociales o escuchan en la televisión sobre casos de mujeres que desaparecen, que las suben a autos, que las drogan y temen salir a dar una vuelta y no volver más. Hay algunas que, si la cicletada grupal no pasa exactamente afuera de su casa, no se van a asomar, porque no quieren andar ni una cuadra solas. Y su miedo no es irracional: está completamente justificado. Pero yo les digo que no podemos vivir encerradas por ese miedo, que eso no es vida y que tenemos derecho a salir a andar en bicicleta cuando queramos. En mi caso personal, me han gritado cosas y me han intentado seguir. Así que ando siempre a la defensiva, desconfiando, con el gas pimienta a mano y como cohete; otras medidas que tomo es compartir siempre mi ubicación a alguien y andar con otros implementos de seguridad, como el kubotan y una alarma. Pero salgo igual sola cuando tengo ganas”, dice Cecilia. Isabel también comparte esta misma paradoja entre la búsqueda de esa libertad y buscar una forma segura de lograrlo. “El miedo en la bicicleta es algo transversal de hombres y mujeres. He conversado con muchos varones cicloviajeros y me han compartido sus miedos al viajar solos, a los camiones, las estafas, los perros o que los asalten. Pero existe la diferencia de que nosotras también le tenemos miedo a todo lo mencionado, pero agregamos el miedo de ser secuestradas, violadas, desaparecidas y abusadas”.
La investigación de Cecilia mostró también como brecha de género -además del machismo que viven en los talleres mecánicos o por sus pares masculinos- cómo la distribución desigual del trabajo doméstico y de cuidados afecta la persistencia en el tiempo esta práctica. Es el caso de la ilustradora de 32 años Constanza Salazar; desde que fue madre, hace cuatro años, retomar el ritmo de la bicicleta se le ha vuelto dificil, por tiempo y por energía. Define la relación con su bicicleta como algo profundo en varios sentidos; “la sensación que tengo cuando ando en ella es una especie de liberación, y un espacio muy propio que me hace entre meditar, concentrarme en el entorno y en mí misma, algo que generalmente me cuesta mucho equilibrar. Soy súper distraída en mi cotidiano, pero algo me pasa que cuando ando en bicicleta, siento que logro mantener una atención distinta. Me encanta llorar arriba de la bicicleta también, ir en velocidad con las lagrimas que se van volando y que a la vez te nublan la vista, casi siempre lloro de rabia y eso me hace pedalear más rápido”. Ahora, cuenta Constanza, usa la bicicleta más que nada para ir a dejar y buscar a su hija al jardín, pero no le da tiempo para esos trayectos más introspectivos. “Trabajo en tres comunas distintas, Peñalolén, Vitacura y Lo Barnechea. En todas las comunas donde hago clases estoy prácticamente al lado de la montaña o de un cerro, y no puedo llegar en bicicleta porque el tiempo no me alcanza y sobre todo porque muchas veces mi energía no me da. Sé que si pudiera y me organizara y calculara los tiempos podría usar la bici aun que sea llegando a un lugar de los tres, pero ya no me da, a los 20 me pegaba los medios piques como si nada, ahora tengo 32 y una hija de 4 y estoy agotada la mayor parte del tiempo”. “La maternidad es tema” agrega Cecilia sobre los resultados de su investigación al respecto, “No por culpa de les hijos, sino porque nuestra sociedad tiende a recargar la responsabilidad en las mujeres: un 65% de las compañeras ciclista no tenía hijos y un 35% sí; y de este 35%, un 41% tenía problemas o algunos problemas para conciliar crianza y ciclismo. Así que, cuando hay maternidades sin redes o que se llevan la mayor parte de la responsabilidad, afecta el tiempo para ocio y deporte de las mujeres”.
“Ser mujer no es fácil y tampoco arriba de la bici”, concluye Isabel. “El mundo cree que tiene las líneas ya escritas para todas nosotras y ha dejado muy claro lo que es bien visto o lo que no. Pero la bici, el cicloviaje en mi caso, viene a romper con todo eso, y a punta de alforjas, bolsos y bicicleta, mezclado con atreverse, superar el miedo y creer en uno misma, vivimos nuestra vida demostrándonos que podemos esto y más. Las dificultades ante el hecho de ser mujer han sido siempre complejas, pero es la misma bici que te entrega las herramientas para enfrentarlas como una luchadora. Por eso amo el ciclismo, pues te prepara para la vida que quieres vivir y te entrega las armas para destruir las líneas que nos han impuesto como mujeres”.