La diseñadora e ilustradora Antonia Sepúlveda (27) se siente parte de una generación bisagra que en un momento determinado decidió romper con los paradigmas impuestos en pos de una revisión profunda de todo lo heredado y aprendido. Porque ella, como muchos, tuvo una formación tradicional, que no le permitió salirse de las estructuras rígidas, y eso, confiesa, tuvo una incidencia fuerte en su proceso identitario. Pero ya no le acomoda.
Según cuenta, siempre fue desafiante pero aun así habían aprendizajes muy arraigados. La carga era pesada, a veces inconsciente, y es lo que ahora ha decidido trabajar. “Durante mucho tiempo, mi yo auténtico fue negado por mi formación, pero cada día me voy revisando más y me doy el espacio para ser yo. A toda nuestra generación le toca luchar con eso”.
Y es que son esas las contradicciones propias de haber crecido bajo el alero de ciertas verdades absolutas y ahora optar por dejarlas ir. Y junto a eso, cuestionar toda noción instaurada. A esas contradicciones Antonia les presta atención activamente: “En este momento de mi vida estoy en una etapa de transformación consciente. Elegí revisar mi pasado, ir a terapia y trabajar en ello”, cuenta. “Y aunque a veces sea difícil, trato de hacer lo que se siente más consecuente para mí. Para eso, estoy luchando todos los días contra mi comodidad y conformidad. Siento que hay una energía colectiva, a nivel mundial, que nos pide salir de nuestra comodidad”.
¿Cómo se logra eso? “Principalmente con un proceso de autoconocimiento profundo, trabajando las heridas y reformulando nuestras verdades para empezar a funcionar desde donde queremos y no desde donde nos tocó estar”, propone. “Y llevar los ideales a todo lo que se hace, a la convivencia y a la forma de relacionarse”. Así lo intenta hacer ella a diario, que hasta en su trabajo ha visto una oportunidad de aprendizaje. Hoy Antonia tiene un proyecto que se llama Sentimenta (@sentimenta.a), por el cual diseña objetos escultóricos de uso cotidianos en su computador, luego los imprime en 3D y a través de una matriz saca un molde y los traspasa a distintas materialidades. Parte desde lo digital, imprime, y finalmente los serializa, y así surgen diseños abstractos, delicados, de uso diario y sensibles, como lo son la serie de velas de 15 centímetros y colores degradados que tiene actualmente. “Mi creatividad y todo lo que hago -desde la ilustración al diseño editorial y la creación de objetos- está al servicio de este mi flujo emocional”.
Y es que creció en un ambiente en el que las mujeres eran inferiores por ser más emocionales. Por lo mismo, ella trató de ser fuerte como supuestamente lo eran los hombres; no se mostraba vulnerable, seguía siempre para adelante y no pedía ayuda. Además, tendía a definirse y no permitir cierta flexibilidad mental. Pero ahora se da cuenta que la fortaleza más grande que uno puede tener viene justamente desde la sensibilidad. “Es una fortaleza que tiene que ver con ser empática y cuidadosa con una misma y con el resto, con tomarse pausas para observar y ahondar en los procesos buscando soluciones lentas y sostenibles”, explica. A eso se le suma que en este tiempo ha revisado su forma de relacionarse afectivamente. Porque de chica también le enseñaron que el amor dolía y que las mujeres tenían que ceder. “Pero eso no va conmigo, y no debiese ir con nadie. Suena cliché pero para relacionarse hay que trabajarse y amarse, tener una base y desde ahí compartir con otra persona de una manera más auténtica y menos codependiente. Estoy aprendiendo a valorarme y a amarme como amo al resto. Eso nunca nos lo dijeron, y no digo que haya sido intencional de nuestros padres, simplemente es lo que ellos sabían”, precisa. “Los procesos se van dando en la medida que existan los espacios para que se puedan dar”.
Es eso, justamente, lo que la entusiasma del proceso sociopolítico actual; que al fin las mujeres cuenten con ese espacio que históricamente no les correspondía. “La gente se relaciona de manera más sincera y sana gracias al movimiento feminista, eso es así. Lo único que faltaba era el espacio”. Y ahí, según explica, está la claridad: “En cierto sentido, y sin justificarlo en lo más mínimo, los años de subyugación y opresión nos hicieron generar cierta fuerza desde la resiliencia. Son fortalezas que surgen de haber tenido otra experiencia de vida y que ahora se están empezando a valorar. Hay una efervescencia del hacer, y hay mujeres en muchos campos haciendo cosas, siendo líderes, expresando sus sabidurías. Que hayan salido electas tantas mujeres en comunas donde históricamente ha habido hombres al poder, demuestra que queremos esa sabiduría, renovación y perspectiva”.
Muchas, como reflexiona, vienen de la dirigencia comunal. “Las mujeres siempre hemos estado activamente presentes en la comunidad, también porque era el espacio al que nos relegaron y el rol que nos asignaron, pero se está reivindicando esa dirigencia y todo tipo de iniciativa colectiva, como las ollas comunes durante el estallido, muy propias de la experiencia de ser mujer”.
Pero la oscuridad, como dice Antonia, sigue presente en cada una de las discriminaciones y violencias simbólicas y materiales que vivimos a diario. “Nos sentimos fuertes pero a la vez vulneradas. Todavía nos pueden matar, abusar o pagar menos por hacer la misma pega. Ahí todavía falta mucho por hacer. Todavía habitamos un lugar incómodo, pero al menos esa oscuridad ya no es tan densa como lo era antes”, termina.