En el año 2010, estaba enfrentando mi primera entrevista de postulación a un cargo laboral como recién titulada. En la entrevista estaban quienes serían mi supervisora directa y el jefe de área. Ambos eran muy agradables y se notaba una conexión que me hizo sentir relajada, hasta que vino una de las preguntas más complejas. “¿Tienes pareja? ¿Piensas tener hijos?”, me dijeron. Tenía 24 años y mi respuesta honesta fue, “sí, tengo pololo, pero no está en mis planes tener hijos aún. Quiero trabajar, por eso estudié y quiero vivir la experiencia de poner todas mis ganas y esfuerzo en este trabajo”.

Quien sería mi supervisora directa pareció convencerse con mi declaración. Sin embargo, el jefe del área insistió: “Pero ¿qué pasaría si quedas embarazada?”. Solo me quedó responder que no creía que eso pasara por ahora. Me fui de la entrevista con una sensación extraña, sentía que el puesto era para mí, pero algo de esa complicidad que me había hecho sentir cómoda al principio, se había tensado luego de esta etapa en la entrevista. Sin embargo, pasaron las semanas y aproximadamente dos meses después me llamaron para avisarme que había quedado en el cargo.

Cuando llevaba diez meses en el puesto, en un almuerzo de camaradería con la gerencia de la empresa y otras cuatro colegas, el jefe de mi área me dijo que cuando me entrevistó le gustó mi perfil, que sabía que era la persona perfecta para el cargo, pero me confesó que por mi edad tuvo miedo de que “los dejara tirados”. Me dijo también que si no hubiese sido por la insistencia de la supervisora directa que le dijo que era necesario renovar los equipos, incorporar a más jóvenes y mujeres, él no me hubiese contratado. Le dije que se quedara tranquilo, que ser mamá no estaba en mis planes en el mediano plazo.

Esto no es lo único que me ha pasado en relación a ese tema. Muchas veces, incluso mujeres, me han preguntado cuándo pienso tener hijos o en qué gasto mi sueldo. Me dicen insistentemente que ahora que estoy soltera debería ahorrar o cosas como que no sé lo que es realmente estar cansada, porque no tengo hijos. Estas experiencias me han perseguido durante todos estos años como un pequeño insecto que ronda en mi oreja y no logro deshacerme de él. Estas vivencias me hicieron cuestionar si sólo yo había sido sujeto de comentarios molestos durante el desarrollo de mi carrera profesional o quizás hay más mujeres que se han topado con momentos incómodos que podrían haberlas llevado a sentirse vulnerables o incluso violentadas laboralmente por el hecho de ser mujeres sin hijos.

Sé que no soy la única, porque lo he conversado con amigas. Algunas me han contado que las han mantenido a honorarios a diferencia de compañeros hombres a los que sí les hacen contrato, por el “riesgo” para la empresa si se embarazan; o saben de empresas donde prefieren contratar a mujeres que ya tengan hijos para no pasar por el pre y postnatal; o incluso casos en los que, por no ser madres, tienen que ser las que hacen más turnos o se tienen que quedar en horarios más complejos.

Culturalmente la identidad femenina parece indisoluble a la maternidad. Y nos discriminan cuando decidimos ser madres, pero también cuando no lo hacemos. Esto me choca más cuando viene de las propias mujeres. Admiro profundamente la capacidad de las madres trabajadoras de desarrollarse en cada una de esas facetas, perseverando y esforzándose para cumplir en cada una de las responsabilidades. Pero en muchos momentos, pareciera ser que infantilizan la posición de las mujeres que no tenemos hijos, sin pensar que cada una tiene una historia detrás.

Creo que las decisiones de vida no deberían ser justificadas en un mundo donde, hoy más que nunca, peleamos por las libertades individuales como un gran valor para salvar una sociedad tremendamente dañada por los estereotipos, por las discriminaciones históricas y la falta de equidad. Solo si nosotras nos blindamos, podremos seguir abriendo espacios a que más mujeres ingresen al mundo laboral en edad fértil, siendo menos cuestionadas por la persistente cultura machista arraigada en distintas industrias y rubros.

Vanessa Valdés es relacionadora pública y tiene 34 años.