“Teníamos 24 años cuando nos conocimos con mi ex pareja. Estábamos saliendo de la universidad y nos parecía que teníamos la vida por delante. Esa vida, pensamos, la queríamos pasar juntos y así fue durante seis años. Hasta que hace unos meses, ad portas de nuestro matrimonio que íbamos a celebrar en julio de este año, nos separamos.

No podría decir que me arrepiento de los años que compartimos y de los que crecimos juntos. A los 24, por más que uno cree que es adulto y tiene todo más o menos resuelto –en nuestro caso al menos–, se sigue siendo bastante pendejo. Independiente de la edad, hay conocimientos que solo te los da la experiencia, y en ese momento ninguno de los dos tenía mucha. Saltamos al vacío y no le dimos muchas vueltas; a los pocos meses de que empezó nuestra relación nos fuimos a vivir juntos y luego adoptamos dos perros. Veíamos que nuestros amigos no optaban por ese nivel de compromiso y ciertamente no estaban viviendo con sus parejas. Pero a nosotros nos hizo sentido y seguimos por ese camino. Creo que pocas veces nos detuvimos a cuestionar si realmente era lo que queríamos. Veíamos que las cosas fluían y –ahora que ha pasado tiempo lo puedo decir– nos volvimos cómodos.

A nuestras familias, además, les fascinaba la idea, porque veían que nos estábamos estableciendo y siguiendo el camino ‘convencional’ que tanto querían que siguiéramos. Ambos profesionales, ya emparejados y viviendo juntos. En sus líneas narrativas prontamente se vendría el matrimonio y los hijos. Pero a nosotros algo de eso nos hacía ruido. Aun no queríamos, pero a su vez asumíamos ese destino. Sabíamos, en nuestro inconsciente quizás, que algún día eso era lo que pasaría. Y no luchamos contra eso. Ni siquiera lo pusimos en duda. Ahora sé que era porque estábamos entregados.

Hasta que empezó la pandemia y todo cambió. La verdad, no es que hayan cambiado las cosas, porque esa realidad siempre estuvo ahí latente. Lo que pasó es que se evidenció y nunca más pudimos negarla. Pasar tantos meses juntos encerrados, sin una vía de escape y en un momento adverso en el que ya no había cómo distraerse con otras cosas, nos hizo darnos cuenta que realmente no era mucho lo que seguíamos teniendo en común, seis años después. No era mucho más que una falsa ilusión o apariencia lo que nos mantenía unidos.

Es más, quedó en evidencia que nuestras maneras de enfrentar la adversidad era radicalmente distinta. Y no niego que igual el año pasado fue una prueba para todos, en la que quizás muchos actuamos o reaccionamos de maneras en la que no reaccionaríamos en otro contexto, dado los niveles exaltados de estrés y angustia, pero fue clave vernos en ese escenario como cualquier otro. Ahí supimos que pensábamos y lidiábamos con la pena –que ciertamente ambos sentimos– de maneras diametralmente distintas. En nuestro caso, el confinamiento nos reveló la verdad que tanto quisimos negar sobre nuestra relación. No estaba funcionando, no iba a funcionar, y tuvimos que vivir una pandemia para asumirlo.

No es que hayan aparecido cosas nuevas, simplemente nos dimos cuenta que habían temas que nunca se habían abordado y de los cuales nunca ni siquiera habíamos hablando. Habían diferencias en temas valóricos y todo se volvió incómodo. Diferencias que ya no se podían amortiguar o equilibrar con otras cosas.

Sé que probablemente todas las parejas se enfrentaron a tener que conocer facetas del otro que no habían visto nunca antes; todos estuvimos bajo una cantidad inconmensurable de estrés, angustia y pena. Cada uno con sus temas y preocupaciones. Pero esos hallazgos se pueden llevar cuando de base hay una relación sana y en la que la comunicación es un pilar fundamental. Si se habían preocupado de hablar las cosas, esas sorpresas o pequeños obstáculos se vuelven abordables. Es más, esas diferencias pueden incluso llegar a ser un aporte.

La dificultad surge cuando la relación venía con problemas de antes y entonces, frente a una situación adversa, las diferencias solo incrementan la separación. En nuestro caso, esa distancia ya estaba, solamente habíamos aprendido a disfrazarla, adornarla y hacerla pasar por otra cosa. O de frentón, negarla. Y ahí no es posible hacer un reseteo. En esos casos, la única opción es enfrentar lo que no se enfrentó antes.

Y eso, asumo, me dio y me sigue dando pena. Seis años juntos y no nos conocíamos realmente. ¿Acaso tenía que llegar una pandemia y una situación de confinamiento obligatorio para conocernos? No creo que sea el caso para todos, pero en nuestro caso en particular fue clave, porque al final la pandemia develó nuestro verdadero ser, como individuos y como pareja, y no sobrevivimos juntos. Tenía que pasar lo que pasó para ver cómo reaccionábamos frente a una adversidad, para ver cómo pensábamos y cómo lidiábamos con el estrés y la angustia. Todos sentimos esas emociones, lo que hace la diferencia es cómo las abordamos. Y nuestras maneras de abordarlas eran incompatibles.

A ratos me pregunto si toda nuestra relación fue de mentira, o si pendía de un hilo tan fino que al fin se hizo visible. No creo que haya sido así y no me quiero atribuir más responsabilidad de las que ya me atribuyo, pero sí es fuerte pensar que estábamos a punto de casarnos y realmente no sabíamos cosas básicas el uno del otro. No es que no nos quisiéramos, pero el contexto develó esos matices que no se ven a la primera. Ni a la segunda ni a la tercera. Pensándolo racionalmente, lo que creo es que nos faltó hablar, nos faltó comunicar. Nos preocupamos más de las apariencias y de que el resto nos viera bien –porque eso éramos para el resto, una pareja consolidada, fuerte y que había encontrado ‘el amor’–, más que de realmente ver si nosotros dos estábamos bien y en sintonía. Quizás nos dejamos llevar por las presiones, sucumbimos al deber ser y al relato impuesto de lo que son y hacen las parejas. Es difícil identificar en qué momento pasa eso; si uno no hace un trabajo activo en otra dirección, simplemente pasa. Y pasan los años y uno puede seguir alimentando una fantasía. Amor y respeto había, eso no lo niego. Pero no había compañerismo, estímulo, crecimiento mutuo y tantas cosas más.

No creo que las cosas sean absolutas y para nosotros casarnos tampoco significaba estar juntos el resto de la vida necesariamente, pero sí ahora cuando hablo con mis amigas pienso que hay ciertas situaciones que son revelatorias de todo lo que en nuestra cotidianidad vamos escondiendo y metiendo debajo de la alfombra. Esas cosas eventualmente salen, y es bueno que cuando así sea, se pueda contar con las herramientas y la red de apoyo para poder enfrentarlas. Yo agradezco que nos haya pasado esto –y siempre le tendré mucho cariño y respeto a él–, más que nada porque me hizo cuestionar cuántas otras situaciones de la vida no eran realmente las que yo quería y simplemente las dejaba pasar, por comodidad, conformismo o porque simplemente no valía la pena darse tantas vueltas. Sí vale la pena. Puede cambiar todo”.

Eva Orellana (31) es productora audiovisual.