Eran las ganas de compartir con el resto los logros alcanzados por sus hijos Gabriel (15) y Lisa (11) lo que motivaba a Andrea León a publicar contenido de manera semanal en sus redes sociales, principalmente Facebook. Cada cumpleaños, cada medalla ganada por su hijo mayor en los campeonatos de natación y cada avance médico de su hija, diagnosticada con Síndrome de Down, eran una oportunidad para hacer un registro -sin necesariamente avisarles- y compartirlo rápidamente con sus amigos virtuales. De hecho, de las primeras cosas que hacía cuando cumplía años su marido, era meterse a la red social para dedicarle unas palabras. "Cuando me meto a Facebook, ciertamente mucho menos que antes, aparecen los recuerdos y me doy cuenta de lo mucho que pasaba en esta red compartiendo fotos íntimas de mi familia", cuenta.
Documentar y compartir este tipo de contenido fue parte clave de su rutina hasta que, hace dos años, su hijo mayor le pidió que dejara de hacerlo. Estaban de viaje en Nueva York por primera vez y Andrea quería sacarle fotos a Gabriel en cada atracción turística, como la casa de Carrie Bradshaw de Sex and the City y los lugares donde se grabó la serie Friends. Gabriel, que en ese entonces tenía 13, no conocía ninguno de esos referentes y le expresó a su mamá sus ganas de no aparecer en las fotos. Por lo mismo, cuando no tuvo opción, se preocupó de boicotearlas poniendo caras. Fue ese hecho el que hizo que Andrea no posteara ninguna foto de ese viaje en sus redes sociales. La última en la que sale su hijo la subió en septiembre de 2018. Es una grupal en la que aparece todo el equipo de natación del Maule -al cual Gabriel pertenece-, luego de ganar el tercer lugar en los Juegos Nacionales Escolares. De ahí en adelante no hay registros de sus hijos, salvo unas pocas fotos donde se ve la silueta de ellos a contraluz.
"Cuando Gabriel me pidió que no compartiera su vida con el resto me hizo sentido. Creo que desde los 10 ya le molestaba, pero a los 13 me lo explicitó. Yo estaba muy emocionada y quería registrar todo, un poco por orgullo, un poco por ese impulso de difundir. Pero él, por su lado, estaba pasando por un proceso muy propio de la adolescencia, en el que buscaba su camino y construir su propia identidad. Su reflexión surgió por una necesidad genuina de privacidad. No quería estar condicionado por el relato que otros pudieran construir de él. Eso hizo que, de ahí en adelante, me replanteara mi actividad en las redes. Ahora aplico ese criterio a todo; en vez de perder tiempo sacando y subiendo fotos vivo el momento y cuido los vínculos humanos. Prefiero dar abrazos en persona que dar likes", cuenta.
Como Andrea en un comienzo, muchas madres y padres no se han resistido a la tendencia del 'sharenting', término utilizado por primera vez en The Wall Street Journal y que se refiere al uso excesivo de redes sociales por parte de los padres para compartir contenido relacionado a sus hijos, desde fotos de guagua a videos de chascarros divertidos. Una suerte de diario personal virtual en el que los padres documentan la vida de sus hijos. En muchos casos, sin preguntarles. La palabra es un anglicismo que proviene de 'share' (compartir) y 'parenting' (paternidad), y desde el 2013, cuando la revista Time la tildó como palabra del año, ha sido foco de grandes discusiones. Y es que las consecuencias a futuro de esta práctica, propia de una generación que se siente cómoda exponiendo sus vidas en plataformas digitales -desde redes sociales a blogs y canales de YouTube-, todavía no se dimensionan en su totalidad. Y las cifras van en aumento.
Barclays, la compañía de servicios financieros con sede en Londres, realizó un estudio en 2018 en el que planteó que el 82% de los padres comparte información personal en línea y el 30% comparte datos personales, como los nombres de sus hijos en sus contraseñas. Esto, al 2030, podría ser responsable de hasta 7.4 millones de instancias de robo de identidad, y podría costarle a la futura generación pérdidas de hasta 676 millones de euros producto de fraudes online. Otro estudio realizado por la consultora AVG Technologies plantea que el 90% de los niños de Estados Unidos tiene presencia en redes sociales antes de los 2 años. Y según Nominet, en 2016 el niño promedio de 5 años ya contaba con aproximadamente 1.500 fotos suyas en la red (54% más respecto a 2015). Si a esto le sumamos que en octubre y noviembre de 2019 había 1.623 millones de usuarios activos diarios en Facebook -de los cuales 519 millones pertenecían a la región de Latinoamérica- y que los ingresos por publicidad fueron de 17.383 millones de USD (datos entregados por Facebook), se entiende el alcance de esta práctica.
Para Marco Zaror, ingeniero comercial de la Universidad de Chile, ex docente de la misma universidad y especialista en inteligencia artificial y big data, las problemáticas que surgen del sharenting son varias, pero se pueden agrupar en tres grandes categorías. La primera tiene que ver con la ética. "Subir contenido de nuestros hijos a internet es tomar una decisión que los concierne sin que ellos sean parte de esa toma de decisión. Si bien esto es lo que en general hace un padre -uno no le pregunta al hijo a qué colegio quiere ir o qué religión va a seguir-, la diferencia está en que las consecuencias del sharenting no son modificables, porque las imágenes que se postean quedan ahí para siempre, incluso si se borran", dice. Lo más grave, según explica, es que a futuro podrían ser causales de ciberbullying. "Son fotos que el niño no decidió compartir y muchas podrían ser de situaciones embarazosas".
La segunda categoría, y más compleja según Zaror, es la que tiene que ver con la seguridad. "La información revelada por las imágenes muchas veces es inimaginable. No se trata solamente de la data que está a la vista, sino también la metadata, que no es evidente pero que está ahí, como la fecha en la que se sacó la foto, la cámara utilizada e incluso la develación de ciertos patrones. Las imágenes pueden revelar rutinas, mostrar con quiénes vivimos y cuándo estamos solos en casa. Son una descripción de uno mismo y nuestros más cercanos".
La tercera tiene que ver con el contenido nuevo que surge alterando o modificando la imagen original. Y que puede ser utilizada para realizar fraudes y robos de identidad. "Ya hay aplicaciones que aumentan la resolución de fotos, cambian los colores y modifican discursos en videos. Hasta ahora no han sido dañinas, pero si tu manera de hablar y forma de caminar -que son únicas para cada individuo- pueden ser replicadas, la creatividad es el límite. ¿Qué pasa si las estafas que ya se hacen desde la cárcel las empiezan a hacer con la voz de tu hijo, producto de un video que circula en el que sale hablando? Acá también entra la pornografía infantil, porque en la lógica de crear contenido falso, la pornografía y las estafas utilizan la misma tecnología", explica. Dicho de manera simple, nuestra cara ha pasado a ser la nueva huella digital. Y hay un exceso de fotografías que exponen nuestra cara en internet.
Si existen estos riesgos, ¿por qué es tan importante para las redes sociales que sigamos compartiendo contenido personal? Es porque el gran uso que se les otorga a nuestros datos tiene que ver con perfilarnos como consumidores. Al hacerlo, las plataformas -cuyo único ingreso depende de la publicidad- pueden vender los espacios publicitarios más caros. "El único objetivo de las redes, en ese sentido, es perfilarnos de la manera más exacta posible para saber qué y cuándo mostrarnos. Porque mientras más saben de nosotros, más caro le pueden vender la publicidad a las empresas", explica Zaror.
En Preparing for a Digital Future, un estudio realizado por la London School of Economics (LSE) en el 2017, se estableció que tres cuartos de los padres que usan internet mensualmente comparten fotos o videos de sus hijos. Más de la mitad los comparten con su círculo cercano de familia y amigos, y la mayoría no comparte con un "público amplio", definido por los investigadores como uno que tiene más de 200 integrantes. Solo 1 de cada 10 hace eso, y un 3% comparte fotos en sitios masivos, como blogs o cuentas de Instagram abiertas.
Hijos influencers
Leah Plunkett, abogada de la Universidad de Harvard, académica de la Universidad de New Hampshire y autora del libro Sharenthood, explica que mientras en Europa existe una regulación más clara respecto a esta práctica -en 2018 se promulgó la General Data Protection Regulation, que busca modernizar leyes que protegen la información personal de los individuos-, en Estados Unidos los padres tienen completo y absoluto control legal sobre cómo llevar la crianza. Los límites que existen tienen que ver con leyes de aplicación general, como el derecho penal.
¿Pero qué pasa cuando además de subir contenido relacionado a los hijos este está siendo utilizado para promocionar una marca o un producto? El fenómeno, que se llama 'sharenting comercial', alude a las madres o padres que lucran con el contenido de sus redes sociales, sea este personal o no. "Esta es una práctica que se encuentra en una línea muy delgada entre ser clasificada como una actividad familiar o ser un negocio", explica. En esta categoría entran las madres que han hecho del registro constante de sus hijos -desde los primeros pasos a la comida que consumen y los productos que usan- su trabajo principal. "El tema es que se cruza una línea ética y subjetiva cuando el hijo pierde control sobre lo que puede pasar después. Si yo subo una imagen divertida de él, que va tener más likes y va a servir para una función específica, eso queda ahí para siempre, lo que puede ser causal de consecuencias que el niño ni siquiera buscó", explica Zaror.
En Chile el marco legal es así: en el artículo 19 número 4 de la Constitución se asegura "el respeto y protección a la vida privada y a la honra de la persona y su familia, y asimismo la protección de sus datos personales". Ese último ítem fue incorporado por la Ley 21.096 recién el 16 de junio de 2018, con el propósito de consagrar constitucionalmente el derecho a la protección de los datos personales. El tratamiento y protección de estos datos se efectúa en la forma y condiciones que determine la ley. "La situación está poco regulada en Latinoamérica, pero en general varias de las páginas a las que accedemos se rigen por la ley de la Comisión Europea, la más avanzada a la fecha. Ahí se plantea que las páginas a las que ingresamos tienen que avisar que va a quedar un registro de esa búsqueda, pero a nivel de computador y navegador, no a nivel individual", explica Marco Zaror. Además, como se establece en la Política Nacional de Ciberseguridad, en Chile la imagen de cualquier persona, adulto o menor, se considera un dato de carácter personal, pero corresponde a los padres o tutores legales velar por su honor e imagen propia. A partir de los 14 años, como explica la Sociedad Chilena de Pediatría en un artículo sobre el sharenting, el menor puede decidir sobre su privacidad en internet.
Sin rastro
Cuando Catalina Sepúlveda y el fotógrafo Sebastián Moreno tuvieron a su primera hija, hace cinco años, Sebastián registró gran parte del trabajo de parto. "En un minuto dejé la cámara de lado y empecé a experimentar sensaciones que no habría experimentado si me hubiese quedado grabando. Y el proceso fue hermoso. Así que cuando nació nuestro segundo hijo la cámara quedó botada", cuenta. Esta fue una decisión que vino a acompañar una serie de conversaciones que se habían dado desde el inicio de la relación, 10 años antes de que naciera su primera hija. Catalina siempre había sido reservada y cuidadosa de su privacidad. Sebastián, por su profesión, compartía contenido de manera constante en sus redes. Pero cuando empezaron a hablar de tener hijos, Catalina le planteó sus inquietudes. "Me daba lo mismo que él compartiera contenido propio, pero si involucraba a un tercero, como a mí, no me acomodaba. No quiero que la gente sepa dónde estoy o qué estoy haciendo, porque creo que muchas veces no se dimensiona el alcance que puede tener una foto".
Sebastián, en una primera instancia, se sintió atacado, pero con el tiempo la solicitud adquirió cada vez más sentido. "Hemos normalizado compartir nuestra vida privada como si se la debiéramos a alguien, y solamente lo hacemos para buscar la aprobación del resto. Porque, digámoslo, para eso subimos fotos de nuestros hijos; para que nos digan 'qué linda'. En ese contexto, la decisión de no subir a nuestros hijos a las redes sociales se dio naturalmente. Además cuidamos que no estén expuestos en internet, y ellos -o la más grande, al menos- saben que si alguien saca una foto grupal es mejor girar la cara", explica Sebastián. "No les gusta aparecer en fotos. Se cansan y sienten una presión externa por tener que estar quietos. Muchas veces, de hecho, cuando estoy con la cámara, la más grande me pide que la suelte. Y es que siente que es una barrera entre los dos que interrumpe los procesos naturales".
En el estudio Sharenting: Parental Adoration or Public Humiliation (2019) publicado en ScienceDirect, se planteó que si bien los adolescentes aprueban en términos generales el sharenting y confían en sus padres, la práctica es causa directa de ciertas frustraciones. Muchos admitieron que existen contradicciones entre la imagen que ellos mismos intentan construir para sí mismos y la que proyectan sus padres, y para evitar conflictos los 46 adolescentes encuestados establecieron que además de respetar ciertos límites, los padres deberían pedirles permiso antes de publicar contenido de ellos.
El psicólogo e investigador del Centro de Neurociencia Social y Cognitiva de la Universidad Adolfo Ibáñez, Cristóbal Hernández, lo explica así: "En los ambientes online hay un fenómeno que se llama desindividualización, que se refiere a la tendencia de tener más conductas negativas cuando estamos amparados por la masa, ya que estamos más desinhibidos que cuando estamos cara a cara. Por lo mismo, las redes son un espacio más propenso al bullying. Como padres hay que estar conscientes de la imagen que estamos proyectando de nuestros hijos", dice. "No veo el sharenting como una problemática en sí misma, porque surge desde la emocionalidad y es un recurso identitario -compartimos para pertenecer, para crear vínculos y crear una identidad-, pero hay un alcance que se escapa de nuestras manos. Conversarlo con los hijos es lo mejor".
En eso Catalina y Sebastián concuerdan. "No es que uno les tenga que preguntar todo a ellos, pero esto se trata de su intimidad y tiene una trascendencia mayor. Quizás el día de mañana, cuando sean independientes y armen su vida, no van a querer tener un historial en las redes, entonces por qué condicionar esa huella incluso desde antes de que nazcan, como lo hacen muchos padres", dice. "Nos ha tocado tener que pedir que no suban las fotos cuando salen nuestros hijos y muchas veces nos han tildado de exagerados o perseguidos, pero es un acto que puede llegar a tener repercusiones a futuro que por ahora desconocemos. Es mejor que ellos elijan por sí solos si quieren vivirlas o no".