Hijo único -como es cada vez más común dentro de las familias en Chile- nacido en pandemia, antes de que Gabriel (4 años) entrara al jardín infantil, las únicas personas con las que solía relacionarse eran Ignacia, su mamá, Pablo, su papá, y sus abuelos. “Era tímido y de pocas palabras. Quizás porque pasaba mucho tiempo sólo con adultos y porque habíamos estado mucho tiempo encerrados por el Covid”, dice Ignacia. Como ella y su marido trabajan tiempo completo, cuando se volvió a la presencialidad y Gabriel cumplió dos años, lo inscribieron en el jardín. El cambio en su manera de socializar y de comunicarse, recuerda su mamá, fue muy rápido. “Fue maravilloso”, dice. “Sociabilizaba y hablaba más, aprendió palabras nuevas y se empezó a relacionar de otra forma con los niños y las niñas en la plaza y con los hijos de nuestros amigos”, recuerda.

Esa transformación, comenta Paloma Del Villar, socióloga y directora del Observatorio Niñez Colunga, es el aspecto que suelen empezar a visibilizar las familias. “La educación parvularia es fundamental para el desarrollo integral de niñas y niños”, enfatiza. “Contar con espacios educativos de calidad en esta etapa tiene un impacto profundo: entre los 0 y 5 años se establecen las bases del desarrollo cerebral, el aprendizaje, las emociones y las habilidades sociales. Las buenas experiencias educativas a esta edad potencian sus capacidades para el futuro”.

El problema, explica, es que a pesar de ello, en Chile el número de niñas y niños matriculados es muy bajo. “Con la pandemia se registró una baja en la matrícula de educación parvularia que se ha ido recuperando lentamente. No obstante, seguimos por debajo de la cobertura de países de la OCDE”, explica Del Villar. “En Chile, la estimación oficial indica que un 48% de los menores de 6 años no están yendo a educación parvularia. Este dato se obtiene con estimaciones de población, pero la tasa de natalidad ha bajado tanto en los últimos años, que los datos del INE se encuentran desactualizados. Con estimaciones de población más actuales, calculamos que alrededor de 41% no asiste. No tendremos la cifra clara hasta que se publiquen los datos del último Censo”, dice la directora del Observatorio, en cuyo sitio web ponen a disposición la data más actualizada que existe al respecto.

“Pero más allá de si es 41 o 48%, lo preocupante es que sigue siendo un porcentaje muy alto”, enfatiza. Los datos más críticos, explica, son para los más pequeños. “Alrededor de un 86% de los menores de 2 años y casi la mitad de quienes tienen entre 2 y 4 años no asisten a la educación parvularia”, enfatiza Del Villar.

Pero, ¿por qué la cifra es preocupante? ¿Por qué resulta tan clave la educación parvularia para el desarrollo de niñas y niños si hay familias que tienen la oportunidad de que alguien los cuide en su casa? Según explican desde Observatorio Niñez, por una parte lo es porque durante la primera infancia (entre los 0 y 5 años), se forman las bases del desarrollo cerebral, del aprendizaje, las emociones y habilidades sociales y en ello la educación parvularia puede jugar un rol transformador. “Algunos estudios han presentado evidencia de que, en Chile, niñas y niños que asisten al jardín desde los dos años, tienen una mejor capacidad para aprender, pensar y razonar”, remarca Del Villar.

De hecho, Ignacia recuerda que las primeras semanas de Gabriel en el jardín infantil fueron de adaptación, pero no pasó mucho tiempo antes de que se dieran cuenta de que estaba a gusto con su nueva rutina. Y aunque ya terminó la etapa y en marzo entrará al colegio, asegura que fueron pocas las ocasiones en que no quiso asistir. “Mirando en perspectiva, hoy soy más consciente de que no da lo mismo que un niño o niña se quede en la casa, por más que uno tenga la posibilidad de que alguien lo cuide”, dice. “A los niños, el jardín les da herramientas que son habilitadoras para otras cosas que vivirán en adelante”. Sensible al tema, Ignacia ha investigado más sobre la educación parvularia y hoy, asegura, también cree con firmeza que es un nivelador de desigualdades sociales.

De hecho, el acceso a la educación inicial, explica Del Villar, se encuentra segmentado socioeconómicamente: las madres con más ingresos y educación universitaria matriculan más a sus hijos en una sala cuna. “25% de mujeres madres con estudios universitarios inscriben a sus hijos menores de 2 años en sala cuna, frente al 8% de aquellas con sólo educación básica. Esto quiere decir que el nivel socioeconómico de los padres también determina el acceso a la educación inicial”, dice la directora del Observatorio Niñez. “De hecho, según la última encuesta CASEN, el 55% de las niñas y niños menores de 6 años del decil más pobre no asiste a educación parvularia, mientras que en el decil más rico esta cifra baja al 36%”.

La socióloga remarca que también hay otros factores decisivos que inciden en que niñas y niños vayan o no al jardín, como tener uno cerca del hogar o del lugar de trabajo. En el caso de Gabriel, Ignacia y su marido optaron por uno particular que quedara a 10 minutos caminando desde su casa. “Además de estar cerca, lo que facilitaba todo, nos fuimos dando cuenta que cuando íbamos a la plaza estaban los mismos amigos del jardín y eso ayuda a sentir que uno es parte de una comunidad y a tejer una red de apoyo y cuidado”, dice. Y aunque pudiera sonar como algo antojadizo, Del Villar confirma que resulta decisivo. De hecho, según el sistema de Indicadores y Estándares de Desarrollo Urbano (SIEDU) los jardines infantiles debieran quedar a 400 metros del hogar para cumplir con un estándar adecuado. Para tener una bajada más clara, actualmente Observatorio Niñez trabaja junto a Déficit Cero en un análisis que les ha permitido constatar que alrededor de un 45% de los menores de 6 años no tiene jardines infantiles a esa distancia.

Lo clave detrás de todo esto, explica Del Villar, es comprender que la educación en primera infancia puede ser decisiva para el desarrollo y bienestar de la niñez, pero también tiene un rol determinante en aumentar los niveles de equidad, “sobre todo frente a un país que, actualmente, cuenta con entornos y situaciones económicas dispares”, dice.

Ignacia reconoce que esto último es una reflexión que tiene ahora que ya termina la etapa parvularia de su hijo Gabriel. “Al principio lo inscribimos preocupados de que se relacionara con niños de su edad, que se divirtiera, que aprendiera cosas, pero con el tiempo nos hemos dado cuenta que el jardín además de enseñarle conocimientos, le dio algo integral que tiene que ver con conocer a niños que tienen realidades distintas y eso ayuda a su desarrollo emocional, que ha ido desarrollando gracias a las educadoras de párvulo del jardín”, concluye Ignacia.