Era 2018 y Camila Ortiz (23) pasaba por un momento muy estresante en la universidad. Sufría con su carrera y la ansiedad de no atreverse a salir de ahí la carcomía por dentro; un estrés que le generó un episodio ansioso depresivo que la tenía sin dormir, comer y con pensamientos obsesivos. Para ayudarla a estabilizarse emocionalmente, la psiquiatra le recetó Escitalopram, un psicofármaco antidepresivo y estabilizador del ánimo que entre sus efectos secundarios está la disminución de la líbido, algo que a Camila la tenía sin cuidado, hasta que comenzó a ver la frustración de su pareja.

“Comenzó a pasar que él tenía ganas y yo no, y aunque él nunca me cuestionó por mi falta de deseo, yo me sentía presionada, y también culpable, porque él estaba pendiente de mí, era un buen compañero. Y si bien siempre fue comprensivo, yo comencé a notar que esto era algo que lo frustraba, es normal, somos jóvenes y el sexo en esta etapa de la vida suele ser protagonista. Decidí conversar con él, le comenté que no sentía ganas y que quizás había alguna relación con los antidepresivos, pero hasta entonces, no tenía la certeza”, relata.

En paralelo a la frustración por no poder “cumplir” con la vida sexual que llevaban antes de que se gatillara su trastorno mental, el autocuestionamiento incisivo se hizo presente: ¿estaré haciendo algo mal?, se preguntaba. Menos mal, asegura, esta culpa y cuestionamiento propio por no cumplir en el sexo nunca la llevaron a hacer cosas que ella no quería, pero las ganas de salir del episodio ansioso depresivo, que iba y venía impredeciblemente, sí. “Estaba dispuesta a perder toda la parte sexual de mi vida por estar bien mentalmente, llegué a un punto en el que me daba lo mismo cualquier efecto adverso de los medicamentos porque lo que me importaba era sentirme bien. Por eso tampoco quise preguntarle a la doctora si eran los antidepresivos la causa de mi falta de líbido. Sentía que si la respuesta era sí, el estrés iba a ser mayor porque no estaba dispuesta a dejar ese tratamiento”, confiesa.

A partir de un estudio de la revista médica Lancet, donde se analizaron datos de 204 países, se descubrió que los trastornos depresivos han aumentado a propósito de la pandemia por coronavirus en un 27,6% y los de ansiedad en un 25,6%. Las más afectadas fueron las mujeres de entre 20 y 24 años, un dato no menor, considerando que la data asegura que son justamente ellas las más propensas a desarrollar disfunciones sexuales. Por su parte, el estudio Antidepressant-Induced Female Sexual Dysfunction –disponible en el Centro nacional para la información biotecnológica (NCBI) de Estados Unidos–, planteó en 2016 que la depresión es un factor de riesgo relevante para la disfunción sexual y que la relación entre ambas es bidireccional. Es decir, la depresión puede ser causante de disfunciones sexuales, así como las disfunciones sexuales pueden dar paso a la profundización de una depresión. Se concluyó que del universo de 14.000 personas encuestadas, aquellas con diagnósticos de depresión tenían un riesgo del 50 al 70% de desarrollar disfunciones sexuales en las distintas etapas del acto sexual, las mujeres siendo más propensas que los hombres. Pero de ellos, un 40% de los casos eran atribuibles a los antidepresivos que les fueron recetados.

El estudio sirvió, además, para establecer que un 72% de las mujeres que tomaban inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) –el nombre técnico de los antidepresivos más comunes– reportó haber experimentado una disminución en el deseo sexual, y un 83% reportó una baja en la excitación. Alrededor del 42% de las mujeres informaron tener una mayor dificultad para alcanzar el orgasmo.

Y es que, al parecer, no hay escapatoria: todos los antidepresivos son inhibidores de la libido, en mayor o en menor medida, asegura María Isabel Ruiz, psiquiatra de la Unidad de Trastornos del Ánimo de la Red de Salud UC Christus. “No todos tienen el mismo riesgo. Se ha visto que el riesgo está más presente con un tipo de antidepresivos, como los que son los de la familia de los ISRS, y dentro de esos están la Sertralina y el Escitalopram, que son los que comúnmente se prescriben de primera línea y los que más están asociados a riesgo”, explica.

Este tipo de fármaco afecta a la sexualidad en distintos ámbitos que, según la psiquiatra, se pueden dividir en tres partes: el deseo sexual, la excitación –que en las mujeres tiene que ver con la lubricación– y la capacidad de lograr el orgasmo. Por otra parte, agrega la experta, dentro de estos medicamentos que presentan el riesgo, no sólo están los antidepresivos, sino que los antipsicóticos o estabilizadores del ánimo, que son indicados para personas con trastornos de ansiedad, trastornos obsesivos compulsivos o con trastornos por estrés post traumático.

Pese a lo anterior, puede que la misma patología psiquiátrica de la usuaria sea la que tenga efecto en su sexualidad. “Es frecuente que un paciente que tiene depresión también tenga una disminución del deseo sexual. En esos casos, con los antidepresivos que uno prescribe, hay pacientes que mejoran en su sexualidad porque mejoran de la depresión, pero también hay personas que describen que presentan disminución del deseo o dificultades para lograr el orgasmo. Sin embargo, ocurre que la sexualidad aún sigue siendo un tema tabú y por tanto en la consulta los pacientes reportan poco las dificultades que puedan estar teniendo con la ingesta de los nuevos medicamentos. En vez de preguntar, revisan en internet, y ese es un grave error”, dice.

Vivir la sexualidad como se quiera, y pueda.

Para la psicóloga feminista Pía Urrutia, la inseguridad detrás de no poder llegar al orgasmo o de no tener libido sexual viene desde una cultura que constantemente nos pone metas. En el caso de una relación sexual, asegura, esta meta se logra sólo llegando al orgasmo, cuestión que deja de lado otras formas de sentir placer para priorizar lo genital como el objetivo de un encuentro sexual. “Cuando no se puede llegar al orgasmo, sea cual sea la razón detrás, es importante buscar otras fuentes de placer que sean corporales. De hecho, hay un montón de técnicas para encontrar el placer en los sabores, los olores y no necesariamente en algo relacionado a los genitales”, indica.

Para vivir una sexualidad plena, y sobre todo cuando se está en un tratamiento que modifica la líbido que se conocía previo al trastorno mental, asegura la psicóloga, es importante aprender a escuchar el cuerpo para entender qué es lo que necesito, y así, comunicárselo a mi pareja y reclamar la propiedad del propio cuerpo. “Más allá de querer transparentar que tengo un problema o que estoy tomando un medicamento, lo recomendable es escuchar esta necesidad de obtener placer a través de otros sentidos y de una manera distinta. De hecho, muchas de las terapias para que las mujeres vayan recuperando el deseo, apuntan a que les empiecen a poner atención a otras necesidades de su cuerpo que pudiesen generar placer, que no sean las sexuales. De otra manera, se vuelve a un lugar de angustia y a un escenario de pesimismo y falta de autoconfianza”, explica Urrutia.

Como ejemplo de aquello placentero, la psicóloga recomienda escuchar algo como el popular ASMR –las siglas para Respuesta Sensorial Meridiana Autónoma– o probar algo rico. “Comer algo rico e incluso afrodisiaco para desarrollar el gusto, puede generar respuestas sensoriales elevadas, que despiertan el erotismo. Y es que el placer está muy ligado a la autonomía. Si me escucho, puedo ser autónoma en mi vida y saber qué quiero”, propone.