Por muchos años fui la única hija mujer de mis padres –mi hermana chica nació cuando tenía 14– y, por ende, víctima de micro machismos de los que, estoy segura, no se daban cuenta. Era un clásico que quedara a cargo de poner la mesa mientras mis hermanos veían tele o que mi papá los llevara al estadio y yo me quedara en casa porque no era ambiente para niñitas. Con el tiempo, aprendí a identificar y pelear estas conductas, pero al convertirme en mamá me di cuenta de lo difícil que es cambiar lo aprendido. Nos guste o no.

Primero nació Elena, en pleno estallido de la nueva ola feminista. Eso me inspiró a que durante el embarazo y sus primeros meses de vida me interiorizara en cómo hablarle, qué decirle, qué reforzarle y qué no. Trato de celebrarle cuando algo le sale bien y no destacar que esté más flaca, más gorda, bonita o fea. No siempre lo logro, a veces es inevitable comentarle lo deliciosa que se ve cuando está peinada con trabas de colores, pero por lo general me resulta.

Lo complejo fue cuando nació Benjamín, con sus ojos azules enormes y su sonrisa irresistible. Porque claro, si solo tienes una hija, es la única que te ayuda, la única a la que le hablas, la única con la que te podrías equivocar. Pero cuando luego nace un niño, hay que hacer un esfuerzo real por reeducarnos tanto en el vocabulario como en las acciones. ¡Incluso en los pensamientos!

Mis hijos son muy chicos para ayudarnos en tareas como lavar la loza y poner la mesa, así que aún no me he pillado haciendo diferencias en esos aspectos, pero sí en otros. Hace un par de días, entré al living y me encontré con la Elena sentada en el sillón con las piernas abiertas y los calzones a la vista. Para mi espanto, lo primero que le dije fue: "¡siéntate cómo señorita!". Por supuesto, fui ignorada. ¿Qué significa ser señorita? Al hacerme consciente empecé a cuestionarme si realmente quiero que mi hija aventurera, graciosa y valiente sea una mujer callada, compuesta y fruncida.

Cuando pienso en una señorita, pienso en Amy, la menor de las hermanas March en Mujercitas. Una niña dulce, que le gusta el arte y se comporta con mesura y delicadeza. Pero si lo pensamos bien, en verdad es una persona que debe reprimir constantemente sus impulsos y deseos, y que hace lo que la sociedad espera de ella y no lo que quiere hacer ¿Es eso lo que quiero para mi hija? No creo que nadie responda que sí a esa pregunta.

Muchas veces le pido a mi hija que hable más despacio, que no sea tan gritona o que no sea enojona, siendo que le celebro esas mismas conductas al menor. Y es porque sé que vivimos en un mundo donde un hombre con personalidad fuerte y carácter es mejor recibido que una mujer con las mismas características, pero también entiendo que no puedo dejar que mis temores o mis preconcepciones de un mundo que está mal terminen censurando la verdadera personalidad de una niña que se podría convertir en una mujer fuerte. No creo que lo correcto sea que se pase la vida sentada con las piernas abiertas, y tampoco quiero que Benjamín ande desparramado, solo que a él jamás le habría dicho que se sentara de una manera determinada.

Estoy convencida de que, para educar a nuestros hijos sin machismos ni diferencias relacionadas a las construcciones de género, tenemos que re educarnos a nosotros mismos. Eliminar a esa especie de Pepe Grillo malvado que nos dice cómo tenemos que actuar y qué es mejor no hacer. Ir al fondo de nuestros propios problemas, de nuestras propias percepciones, analizarlas y valorizarlas para ver qué queremos pasar a las siguientes generaciones y qué queremos que muera con nosotros.

Lo cierto es que en el camino nos vamos a equivocar. Pero sé que nos vamos a equivocar cada vez menos, y así como nuestros padres fueron menos machistas que nuestros abuelos, nuestros hijos serán mejores que nosotros.