Paula 1243. Sábado 13 de enero de 2018.
Todos los veranos llegan cerca de 700 ballenas azules al Golfo Corcovado, en Chiloé, a alimentarse. Son cetáceos enormes: el animal más grande en la historia del planeta. Su cola es del ancho de un arco de fútbol, completa tiene una extensión de 27 metros –un bus oruga del Transantiago, 18– y pesa 200 toneladas, equivalente a 40 elefantes. Su piel es azul grisácea y cuando su lomo emerge en el medio del mar, parece no tener fin. Son pacíficas, esquivas y nunca atacan al hombre.
En diciembre comienzan a cantar los machos, se cree que es para atraer a las hembras. Y en abril la sinfonía alcanza su peak cuando los cantos aumentan y se mezclan, transformando las profundidades del mar de Aysén en un gran concierto submarino.
"Es un sonido biológico, el más poderoso y bajo del mundo. Es repetitivo como un motor que intenta encenderse. Viaja por el agua, cientos de kilómetros, al igual que el sonido de los barcos. Tiene pulsos más agudos, muchas armónicas y partes muy bajas que los humanos no somos capaces de oír", describe la oceanógrafa Susannah Buchan (34), quien registra este canto, desde 2008, con unos hidrófonos. Se interna mar adentro en una lancha chilota, provista de este micrófono submarino y lo sumerge a 30 metros. Luego lo descifra con la ayuda de softwares que analizan sonidos de animales. Así mide la duración y frecuencia que componen ese canto y que es como una huella digital acústica de la población de ballenas: gracias a él puede rastrearlas, saber sus rutas de migración o dónde se alimentan.
Su investigación fue parte de un doctorado que realizó en la Universidad de Concepción, donde hoy es investigadora del Programa COPAS Sur-Austral, un centro que se dedica a la oceanografía de la Patagonia chilena. Además, trabaja en el Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas, de Coquimbo, y es investigadora invitada del Woods Hole Oceanographic Institution, en Massachusetts, Estados Unidos. Por su trabajo suele pasar cerca de dos meses embarcada, entre diciembre y abril. En el mar, asegura, es donde se siente más cómoda y energizada.
Belleza a otra escala
Susannah supo a los 10 años que quería dedicar su vida a proteger a las ballenas. Estaba de vacaciones con sus padres en la costa este de Canadá, en la casa de sus abuelos, cuando vio a una ballena atrapada en una red de pesca, que se azotaba contra el mar tratando de liberarse.
Casi dos décadas después, en enero de 2007, ya convertida en oceanógrafa y sin hablar español, arribó a Melinka, un pueblo en la primera isla al sur de Chiloé, siguiendo a las ballenas azules. Tenía 24 años y había terminado su máster en la Universidad de Saint Andrews, en Escocia.
Fue un amigo chileno, Maximiliano Bello, uno de los fundadores del Centro Ballena Azul –una ONG radicada en Valdivia–, quien la invitó a la Patagonia. Bello trabajaba con Rodrigo Hucke, biólogo marino y director del centro, quien en 2003 descubrió que cada verano un grupo de ballenas azules llega al golfo Corcovado a alimentarse. Ese lugar es uno de los escasos puntos conocidos de reunión de ballenas azules en el mundo. "Estos científicos estaban haciendo distintos estudios con estos animales, pero nadie trabajaba con el método acústico", dice la oceanógrafa en su español chilenizado. El método acústico al que se refiere consiste en utilizar hidrófonos (unos micrófonos submarinos) para grabar el canto de los cetáceos en las profundidades del mar.
Más allá del proyecto de ballenas azules, Susannah sabía muy poco sobre Chile. "Como buena gringa me imaginaba las playas tropicales y las palmeras, y llego al sur de Chile… (risas). Era un paisaje muy familiar, con aguas frías, fiordos, bosques, comunidades de pescadores y muchas ballenas. ¡Quedé completamente enamorá, me parecía alucinante!", dice.
Llegó a Melinka en tiempos que no había internet ni celular y tenían luz eléctrica entre las 6 de la tarde y la medianoche. Ahí vivió junto a 11 científicos, en una casa con ventanas de nylon, por cuatro meses.
En ese tiempo se sabía que las ballenas azules tenían dialectos regionales: se habían definido nueve distintos en el mundo, que describen poblaciones diferentes y rutas migratorias. La pregunta que obsesionaba a Susannah era "si esas ballenas azules, que llegaban cada verano al golfo Corcovado, eran chilenas o venían de la Antártica de paso", recuerda. Para responderla salió al mar a grabar, durante cuatro meses, cerca de nueve horas al día. "Los primeros intentos fueron un fracaso. Los equipos que me llevé inicialmente no funcionaron".
Una de las cosas más complejas de su estudio acústico era que las ballenas azules no siempre cantan y que lo hacen solo los machos. "No es llegar y grabarlas. Pero ahora que tenemos hidrófonos en el fondo marino, nos damos cuenta ¡que cantan una cantidad impresionante! Al principio fueron horas, días completos de estar ahí, buscarla, encontrarla, posicionarse al lado de ella, poner el hidrófono".
Durante cuatro meses no registró el canto pero logró ver una ballena azul por primera vez. El lomo del animal salió de la nada: "¡Es una cuestión gigante! El lomo no para, después una aletita chica… y el ruido también del soplo, que alcanza los 10 metros", detalla Susannah, mientras levanta los brazos y mira hacia arriba, como si estuviera frente a ella en medio del mar.
Lo suyo es una historia de conexión profunda con las ballenas en general: una mezcla entre sentirse encantada y pequeña, cada vez que ve una. "En la vida es muy importante tener situaciones que te hagan sentir muy chica, porque te das cuenta de que hay cosas mucho más grandes que los dramas que puedes pasar. Siempre me sorprende la dimensión de estos animales. Son seres inteligentes, emocionales, con culturas, familias, dialectos, cantos… el canto finalmente es vida también".
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Su investigación con las ballenas azules chilenas aparece en el libro Luces al fin del mundo, de Nicolás Alonso (Planeta). en 2017, además, condujo un programa de Chilevisión llamado Wild Chile, junto al chileno René Araneda. Fotografía: Cristián Muñoz Salas.[/caption]
El décimo canto
En 2008 retornó a Melinka con mejores equipos y financiamiento de una ONG inglesa. Empezó a grabar en enero de ese año. El 19 de febrero, cuando le quedaban dos meses de trabajo, salió nuevamente en la lancha capitaneada por Daniel Caniullán, el lonko de la comunidad indígena de Melinka, con quien trabaja hasta hoy. Siguieron al animal que iba al continente desde el archipiélago. Eran las condiciones perfectas porque el mar, que ahí es muy ruidoso, producto del fuerte oleaje y el viento, "ese día estaba planchao", cuenta. De pronto el macho, que iba viajando, pasó al lado de la lancha pesquera, que se había detenido. Susannah lanzó el hidrófono al agua, se puso sus audífonos y presionó "grabar" en el software de su notebook. "Tenía el corazón acelerado, pero no sabía si lo que yo estaba grabando era el canto. Y vino de nuevo, porque son frases súper repetitivas. Se fue alejando y yo estaba emocionadísima, llorando. Cuando volví a la casa escuchamos los registros con Rodrigo (Hucke) y nuestros compañeros toda la noche. Hasta hoy es el mejor registro que tengo: la suerte del principiante", recuerda.
Trabajando durante muchos veranos y gracias a una investigación que duró 10 años, Susannah descubrió que el canto de las ballenas azules que llegan en diciembre al golfo Corcovado es distinto a todos los cantos de las otras poblaciones de ballenas azules del resto del mundo: es el canto chileno, el décimo canto, más agudo y complejo.
"Lo comparé con el dialecto de la población de California o la Antártica y éste tiene más altos y mayor diversidad de sonidos dentro del canto". Su hallazgo permitió comenzar a escribir un nuevo capítulo en la conservación de esta subespecie. "Si son chilenas y su área de alimentación primaria es la Patagonia, en términos de conservación eso da más importancia al lugar y hay que protegerlo. Es distinto si es una ballena azul de Antártica que se alimenta ahí y pasa por el golfo Corcovado hacia otro lado".
En el mundo científico su descubrimiento ayudó a detectar la importancia de esta subespecie, la Balaenoptera musculus chilensis, genéticamente distinta a otras. "Hoy su supervivencia depende de que protejamos la costa chilena, porque lo que es seguro es que vienen acá a alimentarse. La costa chilena es muy productiva de krill y una ballena azul necesita tres toneladas al día", explica.
A partir de 2012 instaló hidrófonos fijos en distintos puntos del mar interior de Chiloé. Cada seis meses, Susannah se internaba en él, rescataba las tarjetas de memoria de estos aparatos sumergidos y las analizaba en su computador. Eso le ayudó a describir las rutas de migración de la especie y las épocas del año en las que están en la Patagonia. Ahora, además, tienen puntos de escucha cerca de Isla Chañaral, Juan Fernández y el trópico. "Como sabemos que hay un dialecto regional, ahora se trata de instalar hidrófonos en más lugares, para ver si hay otros puntos que son importantes para estos animales dentro de Chile". El 50% de los cetáceos en el mundo, como los delfines y ballenas, se ven en aguas chilenas. El sueño de la oceanógrafa es que en el país se instale una red de hidrófonos a lo largo de toda la costa.
Lo importante en este momento, añade la científica, es la planificación de rutas marítimas para evitar los choques fatales entre los barcos y las ballenas, y reducir la contaminación acústica. Para esto está trabajando junto a la ONG WWF Chile.
En 2014, Susannah publicó en la revista científica Endangered Species Research su investigación sobre el patrón de canto de esta subespecie. “Para la población chilena, en todo el Pacífico sur oriental, no hemos visto tantos cantos como en el golfo Corcovado y en la ecorregión chiloense (zona que comprende Chiloé y el norte de la Patagonia chilena). Eso nos indica que, hasta donde sabemos, es el lugar donde más se congregan ballenas azules chilenas. La gran cantidad de cantos en zonas de alimentación es un misterio a nivel mundial. Se sabe que la Patagonia es zona de alimentación y que las crías nacen en el trópico, pero desconocemos dónde ocurre la reproducción. Como cantan los machos para fines reproductivos, no es imposible pensar que podrían estar empezando a aparearse en la Patagonia, aprovechando la alimentación para pinchar. Quizás se pasan el número de teléfono”, dice la científica, entre risas.