Sin categorías

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Chaqueta $129.990

Abrigo $149.990

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"Vivimos en un mundo en el que la sociedad nos pide que nos definamos desde muy temprana edad. Desde mi búsqueda personal, y también por mi formación en la danza contemporánea, este último tiempo me he dado cuenta de que esta imposición por categorizar al resto es un arma de doble filo: entiendo que para algunas personas es importante desenmarcarse de ciertas casillas y por ende refugiarse en otras para reafirmar una postura, pero para otros eso implica una gran presión. Muchas veces uno no sabe con certeza, o está en un proceso de búsqueda, y no poder decir algo estando seguro genera frustración e inseguridad. Buscamos constantemente que el otro nos valide, y hemos aprendido a asociar esa validación a la convicción, pero en realidad la incertidumbre también debiese ser una postura respetable. ¿Por qué sentimos que si no encajamos en una categoría fija nuestra postura no es lo suficientemente válida?

Se nos exige que podamos decirles a los otros quiénes somos y cuál es nuestra orientación para que esos otros puedan saber cómo abordarnos. Es curioso; definirse es una decisión muy privada, pero a su vez pública. Y es que si no nos importara el otro, no sentiríamos la necesidad de categorización. Quizás tampoco existiría la necesidad de tomar una decisión tan tajante, y nos sentiríamos más libres de transitar entre una categoría y otra, sin tener que tomar una decisión. De querer tomar una postura fija, ese proceso debiese ser por uno, y no porque el mundo pide que nos definamos.

Cuando era chica nadie me preguntó por mi orientación sexual. Se dio por hecho, como les pasa a muchos, que por ser mujer me tenían que gustar los hombres. En una oportunidad le planteé a mi mamá que me gustaban las niñas, pero ella me dijo que creía que no. Al ser mi madre le creí y no seguí indagando en esa sensación que alguna vez sentí. Recién en la universidad, cuando estaba estudiando danza, me di la oportunidad de darle espacio a esa búsqueda que había quedado inconclusa. Pasé, entonces, por una etapa en la que salí con mujeres y luego con hombres. Creí ser lesbiana, pansexual y heterosexual, hasta que finalmente decidí que no era necesario categorizarme. Y me permití, gracias también al ejercicio del baile -que de por sí hace que uno circule por espacios, superficies y sensaciones-, transitar dentro de mi propio cuerpo y entre una categoría y otra. Esto es algo que me costó entender, pero siento que las nuevas generaciones venimos con este pensamiento más incorporado; sabemos que las etiquetas existen para clasificar, pero que también hay otras opciones.

Siento que las categorías existen en la medida en que la gente las emplee para comunicarse con un otro. Para mí, lo femenino y lo masculino son meros constructos sociales asociados a ciertos roles, características y rasgos, pero solo devienen en algo real en la medida en que los utilizamos como conceptos en el lenguaje, que es la principal manera de comunicación. Lo femenino se asocia, usualmente, a lo dulce, lo suave, lo tierno, y lo masculino, a lo fuerte y a lo violento. Así de binario. Así de blanco y negro. Creo que ese tipo de dualidades, que nos acomodan tanto, solo nos encierran. Estamos acostumbrados a dividir las cosas en dos, cuando en realidad el espectro es mucho más amplio. Separar tanto, al final, es un pensamiento flojo y hace mal al sentimiento y a la acción, porque nos quita posibilidades. Muchas veces, además, aunque alguien tenga clara su categoría, no se siente representado por los roles que supone esa categoría o los que han sido impuestos como tal por la sociedad.

Yo empecé a hacerme estos cuestionamientos recién en la universidad, pero me he dado cuenta de que por tener un cuerpo más grande -soy alta y ancha de espaldas- me pasa seguido que cuando estoy haciendo ejercicios de improvisación en danza automáticamente asumo roles más masculinos, o que hemos aprendido a asociar a lo masculino. Tomo a mis compañeras y las guío, porque de por sí mi cuerpo es más envolvente. Y así mismo, las veces que me topo con cuerpos más grandes es todo un viaje. Estos ejercicios han sido parte fundamental de mi búsqueda, porque he podido descifrar que la danza de por sí -la clásica, al menos- es totalmente hetero normada y tradicional; los dúos son entre hombres y mujeres, la mujer siempre baila primero y los hombres hacen movimientos bruscos, con muchos saltos. Pero a su vez existe en la danza una posibilidad de transformación, porque el cuerpo pasa a ser un vehículo y la herramienta principal.

Creo que aceptar mi cuerpo y la manera de enfrentarme al otro ha sido un proceso largo que tiene que ver con mi trabajo y las distintas terapias a las que he asistido. Durante mucho tiempo tuve inquietudes, pero estaba en una heterosexualidad normativa obligatoria, y por eso puedo decir que mi descubrimiento y desarrollo personal se están dando en el último tiempo. He podido definir ciertas cosas, pero también desdibujar concepciones que tenía muy interiorizadas y que ahora no me acomodan. Me pasa eso con los cánones de belleza y los comportamientos impuestos. Supuestamente hay modelos a seguir, en todos los ámbitos, y cuesta salirse de eso cuando has crecido bombardeada por estímulos que refuerzan esos cánones, tanto en la televisión, en el cine, en los medios de comunicación y la publicidad. Estos estereotipos implican un nivel de opresión y solo han generado insatisfacción en las personas.

La mayoría de las mujeres, y me incluyo, nos sentimos inseguras y hay partes de nuestros cuerpos que no nos gustan. No logramos sentirnos conformes y caemos en estados de ansiedad y frustración, imposibilitando el desarrollo del amor propio. Lo fuerte de los cánones es que están ahí puestos como un ideal, y todo lo que no se parezca a eso queda afuera. Si eres más flaca, eres más linda. Si tienes la piel más lisa, eres más linda. Además hemos aprendido a asociar, erróneamente, la belleza a la buena salud. Y creemos que de ser más saludables, automáticamente deberíamos ser más bellos. Es curioso, porque cuando la salud afecta la apariencia, ahí nos preocupamos. Pero de la salud mental no pareciéramos estar tan atentos. Creo que los cánones no han cambiado, solo han cambiado las estrategias de marketing que se apropian de ciertas causas. Generalmente cuando se hacen campañas con modelos XL, la modelo tiene cintura y sigue los cánones de belleza hegemónicos igual, aunque sea de talla grande. Y es triste, porque esto no se limita al mundo de la publicidad, sino que se infiltra en todos los ámbitos de nuestras vidas.

Hace unos meses empecé a tomar clases de voguing en House of Keller, un baile contestatario que surgió en la escena nocturna queer de Nueva York. Ha sido una oportunidad para relacionarme con un mundo fluctuante, que está menos encasillado, y que busca definirse desde otras dimensiones. Este baile tiene una fuerza superior y es una manera de resistencia política, en el que todes tienen un lugar. Reconozco que he malgenerizado, que es asumir que un otre es de un género determinado, a compañeres, y que he pasado a llevar, pero he aprendido que el cambio, que a veces nos cuesta tanto, tiene que ser a su vez profundo y también muy simple; es desde la acción, desde el lenguaje y el pensamiento.

Como parte de mi desarrollo personal he aprendido también a deconstruir los afectos. En mi heteronormatividad anterior monopolizaba el cariño y el amor con la pareja, pero ahora que me relaciono desde otras maneras que no son solamente a través de un pololeo convencional, empecé a exacerbar la importancia de las amistades, y encontré ahí un lugar de afecto, cariño y amor. Se me abrió un mundo y pude ver cómo los constructos sociales del sistema patriarcal penetran hasta en la forma de vincularse. Es increíble pensar que hay gente que nunca se ha cuestionado esto o que no ha podido hacerlo. A veces siento miedo de ser juzgada, pero no me imagino cómo es ser alguien que no tiene los privilegios que yo he tenido y que se siente juzgada desde otros lugares. En gran parte por eso la manera en la que me relaciono actualmente con otros es desde el respeto. Me he dado cuenta de que muchas veces buscamos lugares que nos hagan sentir cómodos, pero quizás esa comodidad realmente está relacionada o surge desde un miedo. Por eso es necesario saber que independiente de la categoría, es válido transitar en distintas dimensiones o aceptar que otros lo hagan.

Asumo que a lo largo de mi vida probablemente he pasado a llevar las libertades de otras personas, y es justamente por eso que ahora intento ser consciente de que hay tantas verdades como realidades. Creo que uno siempre puede avanzar y mejorar. Y por eso me exijo ser más respetuosa y amable conmigo misma y con el resto, en las casas, en el trabajo, en las relaciones y amistades. Porque es ahí, en los espacios que habitamos, donde tiene que surgir el amor".

Luisa Peña (25) es bailarina de danza contemporánea y parte del colectivo Indumotora Hambruna.

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