Sin vacaciones
Con mi marido nos conocimos por Internet y me pidió matrimonio después de la tercera salida. A pesar de lo rápido de nuestro comienzo y de que llevamos 12 años casados, sigo estando muy enamorada. En este tiempo hemos construido una relación en base al amor y el apoyo.
La única razón por la que a veces peleamos es porque, para mi gusto, él es muy desordenado y no hace las cosas como yo quiero. Tanto así que cuando intenta ayudar en la casa, yo siempre estoy detrás supervisando. Por ejemplo, si lava los platos sé que encontraré una mancha o que no los va a sacar y guardar. Si hace el aseo en el living, probablemente no sacudirá los sillones, no sacará el mantel de la mesa y mucho menos pondrá el paño blanco que pongo encima para que se vea más lindo.
Ahora venimos llegando de nuestras vacaciones en Iquique, donde pasamos unas semanas con mis papás. El problema es que aunque se trate de mi tiempo de descanso, se repitió el mismo patrón. Mi marido trataba de ayudar, se ofrecía, pero yo no lo dejaba porque, como siempre, pensaba que yo lo iba a hacer mucho mejor. Así se me pasaron estos días, ayudando a mis papás que están viejos, ordenando y atendiendo a todos. Ahora que regresé me di cuenta que no descansé nada.
En general durante el año actúo de memoria, pero en momentos como los viajes o las vacaciones me hago más consciente de que en realidad todo esto tiene que ver con algo más profundo; mi incapacidad de confiar en que él también puede hacer las cosas bien y que no solo somos las mujeres las responsables de los labores domésticos. Sé que esto tiene un origen en mi madre. Ella también ha sido toda la vida así, es lo que siempre vi: le servía el mejor plato a mi papá, se preocupaba de que la ropa siempre estuviera planchada, que la cama estuviera perfecta, entre otros miles de detalles.
Ella a su edad no le ve nada de malo, pero yo, que he tenido la posibilidad de ver cómo actúan otras mujeres de mi edad, sé que no está bien. Pero aun así, me cuesta dejar de hacerlo. Cuando se trata de la casa, quiero controlarlo todo. Yo creo que la mayoría de las mujeres de mi generación pensamos así, nuestras casas tienen que ser un modelo. Y las mujeres somos las responsables de aquello, porque los hombres están para otras cosas.
Son situaciones que hemos normalizado a tal punto, que ni las cuestionamos. Por eso creo que es necesario que a las nuevas generaciones no se les traspasen estas prácticas y que aprendan que compartir la responsabilidad no está mal. Es, de hecho, lo que se debiese empezar a normalizar. Que aprendan también a disfrutar su vida, porque aunque yo me considero una mujer feliz, sé que he dejado mucho de lado por la casa y por atender a otros.
No sé si alguna vez lograré dejar de hacer las cosas como las vengo haciendo hasta ahora, pero sí espero que al menos las próximas vacaciones puedan realmente desconectarme y que no me importe si algo no está perfectamente limpio y en su lugar.
Juanita Ferreira (52) trabaja en una empresa de telecomunicaciones.
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