“Cuando me imaginaba de vieja, siempre me veía vestida con un delantal manchado de tierra, arrodillada entre mis plantas, y de cabeza arreglando el jardín, día y noche. Es lo que más me gusta, o gustaba, porque resulta que, si tengo suerte, lo hago una vez a la semana. Incluso un tiempo me dio con que cuando llegara este momento me metería a clases de pintura. Mi idea era ocupar mi tiempo en hacer algo que realmente me apasionara. Pero, al contrario de lo que pensaba, a veces siento que estoy más ocupada que cuando trabajaba en el banco. Al menos más cansada, eso seguro. No quiero que se mal interprete. Adoro a mis tres nietos, pero a veces siento que trabajo más que antes y que nunca voy a parar. Tengo dos hijas, sus maridos y ellas trabajan todo el día para mantener a sus familias y siempre me piden ayuda: que ven a buscar al niño para acá, que llévalo a fútbol, que dale comida, que quédatelo en la noche para nosotros poder tener un tiempo a solas. Es interminable. A veces pienso que dedico más tiempo al cuidado de ellos del que alguna vez dediqué a mis propias hijas. Al menos antes estaba mi marido para ayudarme, ahora estoy sola y, quizás por eso, no me atrevo a decirles que no cuando me piden ayuda. El problema es que es constante”.
Los nietos de Carolina (64 años, prefiere mantener su apellido en reserva) tienen 8, 5 y 3 años, y la adoran. Ella dice que, de alguna forma, ellos le devolvieron el sentido de vivir luego de que perdió a su marido de un infarto repentino dos años después de su tan anhelada jubilación, después de 38 años de trabajo. “Estoy agotada”, advierte. “He engordado mucho porque sufro de ansiedad. A veces incluso he sentido el corazón acelerado, pero mis hijas me necesitan, y yo siempre soñé con ser una excelente abuela para mis niños, ¿cómo ahora que lo tengo no lo voy disfrutar?”, se pregunta.
El síndrome de la abuela esclava fue descrito por primera vez por Antonio Guijarro en 2001. Se trata de una enfermedad que afecta a mujeres mayores sometidas a una sobrecarga tanto física como emocional importante, lo que puede generar desequilibrios de manera progresiva, tanto físicos como psíquicos. Entre ellos, está la hipertensión arterial, enfermedades como la diabetes, sofocos, taquicardias, mareos, cansancio, caídas fortuitas, ansiedad, tristeza, sentimiento de culpa, e incluso pensamientos suicidas. Con todo, es una enfermedad con difícil diagnóstico, dado que las personas suelen negar que están sometidas a estrés por razones familiares o culturales. De hecho, actualmente, el cuidado de una abuela -por lo general, la materna-, es una de las herramientas más comunes para compatibilizar la familia y el trabajo, y es poco reconocida y menos aún remunerada.
Necesidad económica y falta de redes
En Chile, un 92% de las personas que cuidan a terceros -ya sean nietos, hijos, maridos, hermanos o padres-, son mujeres. Lo anterior se da principalmente por razones económicas. De hecho, esta es la razón más común de la existencia de las abuelas cuidadoras en Chile y en el mundo. Mientras ellas cuidan a sus nietos, sus padres salen a trabajar. De esta manera, ellos pueden contar con una persona de confianza para cuidar a sus hijos, y sin remuneración. Jennifer Conejero, psicóloga de la Clínica Santa María, advierte que de esta manera muchas veces el rol de cuidado y goce, que es el que le debería corresponder a los abuelos, da paso a uno que incluye muchas veces tareas, educación, comida y hábitos, siendo una carga cognitiva y física para las mujeres, porque además conlleva, la mayor parte del tiempo, hacerse cargo de una casa”.
También el rol de las abuelas cuidadoras se explica por la falta de red de apoyo en un entorno y forma de crianza que ha ido cambiando con el tiempo. De hecho, si bien antiguamente muchas veces se criaba a los niños en compañía de la familia extendida, ahora se hace en entornos más cerrados, y muchas veces sin familiares cercanos. “Aunque hoy los padres y madres se reparten más las tareas en torno a la crianza, esta situación genera que los abuelos -y especialmente las abuelas- se vean más presionadas a apoyar en los cuidados de sus nietos”, explica la psicóloga Daniela Sanhueza.
El problema en este escenario es que estas personas relegan su propio desarrollo personal y/o profesional en función del cuidado de otro, y este es informal, no remunerado, y mucho menos visibilizado en la sociedad, señala Claudia Rodríguez, coordinadora del Centro de Envejecimiento de la Universidad Los Andes. Lo anterior, dice, ocasiona pérdida de calidad de vida y bienestar, y provoca un agotamiento sostenido que genera a su vez un daño a su estado de salud.
Exigencia cultural
“Hay una exigencia valórica, cultural, y a veces religiosa, del amor como sacrificio”, dice Jennifer Conejero. “Si el otro te necesita (otro que además es familia), no debes quejarte, ni cansarte, porque si no, no es amor. Esto es un tremendo error, porque las labores de cuidado agotan físicamente, además del desgaste emocional de llevar las propias preocupaciones y cargar con los conflictos de otro. Como está este mandato de amor-sacrificio, las mujeres tampoco se atreven a expresar lo que les sucede, porque les genera culpabilidad, por tanto, pueden tener trastornos como estrés, ansiedad y depresión”, sostiene la profesional.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), tipifica esta situación como una forma de maltrato hacia las adultas mayores. Para Claudia Rodríguez, el principal problema radica en que estas mujeres no reciben remuneración alguna por el trabajo de cuidado que hacen. “Es un cuidado informal y, ante ello, no tiene protección laboral por esa actividad de cuidado diario o apoyo en capacitación o acompañamiento, y eso es lo más complejo, porque muchas veces las mujeres cuidadoras no tienen descanso ni espacio para su propio cuidado”, dice.
Lo mismo opina la psicóloga Daniela Sanhueza, quien agrega que este maltrato provocado por la invisibilización se da en el sistema completo: empieza en los gobiernos que no reconocen esto como una problemática y no desarrollan políticas públicas acordes, sigue con la vulnerabilidad económica a la que se ven expuestas estas mujeres, y termina con una falta de reconocimiento y valoración incluso dentro de las propias familias.
Las figuras de las abuelas o abuelos en la vida de un niño son fundamentales, así como lo es también la presencia de un nieto en la vida de un mayor. Sin embargo, hacer de esa carga una permanencia no es lo recomendable, porque impacta la salud y la calidad de vida. Rodríguez explica que Chile es el país más envejecido de Latinoamérica y junto a Canadá, es el que tiene la mayor esperanza de vida en las Américas, por lo que es fundamental fortalecer el envejecimiento saludable, activo y digno.
¿Qué opciones podrían existir para disminuir este fenómeno que se da en millones de hogares? Es difícil, porque por un lado podría depender de la situación económica de cada familia. Con todo, Sanhueza indica que, al ser generado principalmente por necesidad y por la imposibilidad de pagar a otras cuidadoras, o enviarlos a salas cunas o guarderías pagadas, sería necesario que el Estado reforzara las políticas públicas orientadas a entregar a apoyo en áreas como el cuidado de hijos pequeños, para permitir que instituciones puedan reemplazar a las abuelas como cuidadoras principales.
Asimismo, Rodríguez apunta a que la situación tiene relación directa con la existencia de empleos precarios, mal remunerados y de alta rotación, por lo que allí habría un espacio de mejora. Además, sugiere avanzar en un registro de mujeres que hoy presten cuidados de manera informal, y avanzar en un plan de cuidado y acompañamiento hacia ellas, de manera intersectorial e interdisciplinar.
Con todo, Sanhueza agrega que también es fundamental que se aborde el tema entre esas adultas mayores y sus hijos para lograr acuerdos consensuados y manifestar claramente cuánto quisieran poder hacer y cuánto no en relación a las labores de cuidado, estando presentes en la vida de sus nietos desde el disfrute y no desde la obligación.
Así también lo recalca Jennifer Conejero, quien advierte que las abuelas no pueden ser cuidadoras principales. “Esto es responsabilidad de los padres y con esto es que deben ser la principal fuente de afecto y protección, normas y límites. Por tanto, las abuelas tienen toda la razón al ofrecerse para cuidados puntuales y, es importante, como sociedad que les enseñemos a no tener culpa, incluso motivarlas a tener actividades placenteras y tiempos de descanso. Es su derecho”, indica.