Era 1978 y las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes acuñaban el término del ‘Síndrome de la impostora’ luego de estudiar cómo se sentían sus estudiantes universitarias, que coincidentemente eran sus mejores alumnas, pero tenían un sentimiento de inseguridad injustificado sobre su desempeño. En su estudio, las psicólogas se dieron cuenta de que este síndrome involucra sentimientos como la incapacidad de internalizar los propios logros. En el fondo, estas brillantes estudiantes eran incapaces de sentir y reconocer sus triunfos académicos porque no se sentían merecedoras de ellos y tenían, además, el temor constante de ser descubiertas en cualquier momento como un fraude.

En nuestros días, mujeres como la abogada y ex primera dama de Estados Unidos, Michelle Obama; la economista y ex directora de operaciones de Facebook, Sheryl Sandberg; la actriz que ha sido candidata 21 veces al premio Óscar, Meryl Streep; o la escritora ganadora del Pulitzer, Maya Angelou, han reconocido en público sentirse “impostoras”. Quienes sufren de este síndrome creen que no están a la altura de lo que se espera de ellas en sus trabajos, que no son suficientemente buenas, competentes o capaces. Y según un estudio del Behavioral Science Research Institute de Estados Unidos, no se trata de casos aislados: un 70% de las personas padece del síndrome del impostor en algún momento de sus vidas. Este fenómeno, que se da sobre todo en los espacios de trabajo, se ha visto amplificado con la entrada en escena de las cuotas de género, explica Marcela San Vicente, socia de la consultora laboral Dinámicas Humanas y especialista en género en el ámbito laboral.

“Las cuotas de género, que efectivamente son muy buenas porque aseguran la inclusión de talento femenino en los altos cargos, pueden llegar a ser perjudiciales para las ‘impostoras’, que llegan a pensar que esta promoción dentro del empleo fue dada sólo por el hecho de ser mujer, que son un número dentro de una cuota más”, agrega Marcela. Un dato no menor si se considera que el Gobierno planea presentar un proyecto de ley que busca fijar cuotas de género para que, progresivamente, las empresas cuenten con al menos un 20% de mujeres en los directorios, y a los seis años desde su implementación, se exija que la participación femenina alcance el 40%. “La otra cara de la moneda de esta positiva medida es cómo perciben las mujeres estos ascensos. Las ‘impostoras’ piensan que si les están dando esta posición de directorio es por cumplir una cuota y no porque en realidad se lo merezcan”, asegura la especialista.

“Este síndrome en general lo sufren personas exitosas, que les va bien y que, vistas desde fuera, tienen todas las capacidades para poder desarrollarse, pero son incapaces de percibirlo. El costo personal de llegar a un nuevo puesto de trabajo gracias al propio mérito y talento en el marco de una política de cuotas paritarias puede ser grande porque, al no creerse merecedora, se paraliza y no avanza en su carrera. No toma nuevos desafíos porque ‘no está a la altura’. Hay mucha exigencia y miedo a fallar, lo que genera muchísima inseguridad y la necesidad de hacer un trabajo interno muy grande por querer cumplir esas expectativas que muchas veces se siente que no se alcanzan. Aún con miedo a fallar, las personas que toman este desafío lo pasan muy mal. Hay poco disfrute, hay una sensación de soledad porque se tiene que estar constantemente demostrando al resto que tengo que hacer más para merecerme estar en la posición que estoy. Y esto frena que el talento llegue a ciertas posiciones de liderazgo”, dice.

A pesar de que esta idea de insuficiencia no sea necesariamente reforzada explícitamente en el contexto laboral, sí hay ciertos códigos y contextos que han hecho obvia la manera en que las mujeres nos relacionamos dentro de industrias que han sido lideradas por hombres como, por ejemplo, la desigualdad salarial por el mismo cargo. “Incluso hoy se puede ver que en una misma posición y rol hay diferencias entre lo que gana un hombre y una mujer. Este es un factor importante donde una mujer puede preguntarse por qué y alimentar esa sensación de no ser suficiente o el tener que esforzarme más para mostrar mi valor”, dice San Vicente.

Pero las causas de esta falta de autoconfianza son muchas. Entre ellas, se ha visto que, en las dinámicas familiares durante la infancia, donde se instalan ciertos paradigmas de género, como las diferencias entre las capacidades de ambos sexos, el sentimiento de insuficiencia se imprime en el inconsciente colectivo y desde muy temprano, las mujeres nos comenzamos a restar porque nos creímos no éramos buenas para las matemáticas o que los hombres pueden ser astronautas o dedicarse a las finanzas con mucho éxito y nosotras no.

En este sentido, erradicar a la “impostora” no es fácil. Para hacerlo, dice la coach y consultora, es necesario develar el misterio y socializar este síndrome para naturalizarlo y entender que a muchas también les ocurre, en un entorno donde ojalá no se castigue el error y que este sea tomado como una oportunidad de aprendizaje, algo que relaja y baja las barreras, al igual que recibir feedback de colegas o de la jefatura, que da perspectiva y ayuda a darse cuenta de que probablemente muchos de esas inseguridades, son infundadas. Parte de la tarea también es reconocer esa propia voz interna y analizar cuán exigente soy conmigo misma, pensando en ese estándar al que apuntamos, dice.

“Si mucho de nuestro quehacer diario está basado en la competencia y en lograr metas sin mirar el entorno o la colaboración, claro que va a fomentar el síndrome de la impostora porque voy a estar comparándome y voy a sentir que no soy suficiente. Y esto es algo que aparece bastante. Esa sobrecarga de trabajo por no sentirse a la altura. Algo muy vinculado a la imagen de la mujer maravilla y a los roles de género que exigen perfección. Nos exigimos muchas veces un estándar que está muy por sobre lo que es real, lo que es posible. Estas son exigencias que están desarrolladas muy claramente para las mujeres y no necesariamente tanto para los hombres en tanto a sus roles. Mirar y desafiar esas exigencias autoimpuestas provenientes de un constructo de sociedad es lo importante”, concluye.