Situación 1: viernes en la noche en el supermercado, tu cara no está fresca ni mantienes una sonrisa en tu boca. Tu carrito está lleno y como fuiste con hambre a hacer las compras, elegiste artículos que te avergüenzan un poco. Te encuentras frente a frente con alguien en el pasillo de los yogures. Las miradas se cruzan, repasan rápidamente el contenido de los carros opuestos y viene lo inevitable: Saludar. Pero muchas veces el encuentro no termina ahí, si no que empieza una conversación que no tenías pensada establecer y a veces se alarga más de la esperado. Tienes frío y sólo esperas que por altavoz, se anuncie que el súper está por cerrar.

Situación 2: Fiesta, luz tenue, música fuerte, personas cantando a todo pulmón. Camino al baño, me encuentro con una persona que no veía hace 30 años. Sí distinguía su existencia por redes sociales y sabía más o menos en qué estaba por amigos en común. Creo que la luz tenue me puede camuflar, hasta que oigo “¿Domi?” respondo con un bajito “¿sí?” ¿Cómo estai?” en piloto automático replico “¿Bien y tú?” Ella contesta “Bien también. ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Todo bien? Te he visto en redes sociales y cacho que erí psicóloga” Le digo “Todo bien, todo tranquilo ¿Y tú?” y me cuenta largamente sobre su vida, mientras yo sólo quiero llegar al bendito baño. Insiste “pero, cuéntame más de ti” y yo, para terminar pronto con la conversación, escuetamente atiné a decir “he tenido una buena vida, con altos y bajos, pero soy una persona feliz. Sorry, pero tengo que irme, después seguimos copuchando” Ese después nunca ocurrió.

Lo que acabo de describir es lo que los gringos llaman “small talk”. Suena muy siútico, pero me parece un concepto perfecto para dar cuenta de aquellas conversaciones informales y livianas que tenemos en situaciones sociales. Conversaciones que se centran en temas muy generales y superficiales donde no hay ningún tema que abordar, como el clima o alguna situación que no levante polémica. Conversaciones cortitas y corteses.

Bronislaw Malinowski, antropólogo social, usó el término “comunicación fática” para describir estas conversaciones como una comunicación que tienen una función social, como ser cordiales para cumplir con las expectativas sociales de la cortesía.

Mi madre es mexicana y durante mi infancia no entendía por qué siempre saludaba a las personas, aunque no las conociera, situación que en ese entonces no solía ocurrir en Chile. Esto ocurría en ascensores, tiendas, bancos, peluquerías, etc.. y simplemente iniciaba conversaciones. No siempre contestaban de buena gana. Con el tiempo y luego de estudiar Psicología de la Comunicación entendí que siempre fue una gran small talker y comprendí que era una habilidad social, propia de su cultura, como estrategia para gestionar las relaciones.

Si bien el “small talk” parece una situación banal, podría tener consecuencias psicológicas que me parecen interesantes de compartir. Como por ejemplo, este tipo de conversaciones ayudan a la construcción de relaciones, en el sentido de que por muy frívolas que parezcan, pueden servir de base para relaciones más profundas. Al interactuar informalmente podemos establecer conexiones y encontrar puntos en común que pueden llevar a conversaciones más significativas. Así conocí a una de mis amigas del alma, donde el punto en conexión era su apellido que no era común, con el de mi familia política. Esa hebra nos llevó a conversar más y más y crear un vínculo significativo (aunque finalmente no tenían ninguna relación nuestros familiares).

Por otra parte, nos ayudan a reducir aquello que llamamos ansiedad social. A veces al hablar de temas neutrales y que no sean amenazantes las personas pueden sentirse más cómodas y pueden entrar en conversaciones más profundas de manera más orgánica.

También el “small talk” nos puede ayudar a sentirnos parte de un grupo o comunidad, pues compartiendo experiencias cotidianas y opiniones sobre temas comunes, se puede fortalecer el sentido de pertenencia. Ejemplo típico es el del grupo de apoderados del curso de un hijo que puede ser un infierno, pero también puede convertirse en una importante red de apoyo en una etapa de la vida.

Otra consecuencia posible tiene que ver con el fortalecimiento de las habilidades sociales, como dije más arriba, como detenerse a escuchar activamente a otra persona, hacer preguntas y mantener un ritmo de conversación que sea cómodo.

Por supuesto que la otra cara de la moneda es que el “small talk” puede perpetuar relaciones superficiales y llevar a la desconexión o falta de intimidad en las relaciones. Por ejemplo, tener esas conversaciones con personas con las que te topas frecuentemente, como en una actividad en común, pero nunca traspasas la barrera de lo “polite” (perdonen mis anglicismos de esta columna).

Otro efecto no tan cómodo es que puedes sentirte estresado por tener que compartir un espacio de conversación cuando, lisa y llanamente no tienes interés, pero tienes que quedarte en el espacio físico. Un claro ejemplo es compartir una eterna mañana de un sábado, viendo la competencia de un hijo y te toca al lado alguien que sólo desea conversar. Puede ser irritante y estresante, pero poner límites en ese espacio resulta complejo sin ser tildado de “pesado”. Sin embargo, es un buen ejercicio personal ser cortés y simplemente decir que en ese espacio quieres permanecer en silencio, observando la competencia.

De lo anterior, también el “small talk” puede llevarnos a sentirnos poco auténticos, sintiéndonos presionados a mantener una imagen socialmente aceptable en lugar de comportamos como lo deseamos en esa situación.

Sin duda, tanto la cultura como el contexto son claves, pues este tipo de conversaciones en nuestra sociedad, por ejemplo, no se dan de manera tan frecuente y podrían ser incluso consideradas inapropiadas y en otras, como el ejemplo que les di de mi madre, es algo esperable, frecuente y deseable.

¿Y tú? ¿Qué piensas de este tipo de conversaciones?