Mi primer diario de vida me lo regaló mi papá cuando cumplí 7 el año 1991. Un cuadernito de colores del arcoíris y helados, con una traba para ponerle un candado chiquitito. Lo primero que sale al abrirlo es la palabra “PRIBADO”, con una B bien grande.

La segunda hoja dice textual: Hoy me desperte y fui al baño despues fuy a mi piesa a buscar unos libro y lo empese a leer. En la tarde fui al tabeli y me tome un elado y volvi a mi casa y me dormi.

Tuve ese diario durante 5 años, y pasé de contar que me había tomado una leche con Cola Cao y comido dos panes con mantequilla, a escribir que mi pololo de quinto básico me había pateado.

Me sorprende ver que intuitivamente, desde muy chica, mi cuaderno fue el lugar donde además de contar lo que hacía, podía escribir qué sentía, además de dejar ahí las cosas que me importaban en ese momento: calcomanías, teléfonos de mi gente cercana, una carta que me escribió mi hermana, recortes de mis horóscopos, fotos de mi animal favorito el tigre blanco (con un mensaje al lado escrito por mí que dice “ojalá que no se extinga”).

Con el tiempo, mi diario de vida se fue convirtiendo en un libro de reclamos. No tuve una adolescencia fácil. Mis cuadernos se convirtieron en ese lugar donde podía desahogarme de todas las tragedias que me pasaban, de lo rara que me sentía creciendo, de lo sola que en verdad estaba. Si lo miro con distancia, fue un muy lindo salvavidas, que me permitió en parte elaborar un contexto familiar muy difícil.

Leo a esa Elisa ahora con tanto cariño y compasión. Porque tener un cuaderno que haya registrado todos mis sentires desde tan chica me ha permitido entender todos los procesos que he ido viviendo a lo largo mi vida. Es como ver una película de uno mismo, con incluso más detalle e intimidad, porque en mi cuaderno están también mis sueños, mis dibujos, mis emociones.

No sé cómo, ni por qué, pero creo que uno de los grandes compromisos que he mantenido en mi vida ha sido el de trabajar en mi crecimiento personal. Probablemente fue a la fuerza, tuve que ir por primera vez la psicólogo a los 10 años porque me querían echar del colegio por mal comportamiento. Tal vez, en la línea más beliver, vine a esta vida a trabajar, a trabajar-me, a intentar por todos los medios superar mis trancas, mis miedos, mi familia, mis dolores. No sé. Lo que sí sé, es que ha sido un largo y lindo proceso, que tengo la suerte de tener registrado en más de 20 cuadernos y bitácoras.

Leo en mis cuadernos de los 2000′ frases como “Por qué estoy tan enojada, me muero de la rabia”, “Siento que estoy a pocos pasos de algo que no llega nunca”, “¿Será que este es el librito de los problemas? Porque cada vez que lo abro es porque tengo alguno?”. Pienso nuevamente en la suerte de haber tenido y tener ese espacio.

Si bien he tenido muchos guías y maestros en este camino de autoconocimiento (desde psicólogos a tarotistas, desde masajistas hasta canalizadores), creo que mi sistema de creencias lo que ido construyendo yo misma.

Vengo de un colegio y una educación católica. Si bien mi familia nunca enganchó (ni siquiera me bautizaron), mi único contacto con la espiritualidad fue la religión, las misas, el paseo a Punta de Tralca, los curas de mi colegio, la acción social. Como a los 20 años me fui metiendo en la meditación, tangencialmente en ideas más budistas. De a poco fui entendiendo que mi espiritualidad estaba en mi conexión con la naturaleza, en los rezos a mi angelito de la guarda, en todos los mensajes que me llegaban a través del arte. Más tarde el tarot, el reiki, y muchas otras disciplinas me han ayudado a conectar con eso otro que creo que hay más allá. Mis cuadernos son hoy un lindo reflejo de eso.

Una vez una terapeuta me invitó a “escuchar las sincronías”, es decir, leer ciertos mensajes o señales que están ahí disponibles para entender cosas profundas. Es estar disponible para leer la vida desde los símbolos: una canción que me dijo algo que necesitaba escuchar en ese momento. Una frase que leí en Instagram que me quedó resonando. Una imagen que me inspiró. Con una amiga les pusimos “los mensajes de diosito”, un lenguaje poético que si uno se abre a leer, comienza a tener sentido, a calzar pollo. Las coincidencias también valen: alguien te habló de algo, y después lo escuchaste de nuevo en la radio, y lo volviste a leer en otro lugar. Mi hermano me dice que es sobre interpretar, y yo le digo que yo ELIJO ver la vida de esa manera, porque me hace sentido, pero también porque me parece más divertido vivir así.

Mis cuadernos son eso: un lugar donde voy armando ese puzle de señales que voy recibiendo. Porque cuando lo escribo, lo pego o lo dibujo, empieza a verse la imagen general, y comienzo a entender qué me pasa, qué es lo que tengo que ver, qué tengo que trabajar o sanar.

La idea de hacer talleres de cuadernos nació con mi sobrina Olivia cuando tenía como 13 años. Le regalé un cuaderno igual al mío, y le fui mostrando parte de lo que escribía, los dibujos que hacía, las cositas que pegaba. Como ella es muy artista, lo integró fácil. Hoy tiene 15 y me sorprende su gran universo interno y cómo lo va plasmando en su cuaderno: las frases que le llaman la atención, los dibujos, su espiritualidad, su sensibilidad y cómo es capaz de volcarla en ese espacio. Mi sobrino Emilio tiene 11 y al igual que su hermana, también quiso tener un cuaderno. Me enternece ver cómo dibuja, lo que escribe, la dedicación que le pone a cada cosa que hace en su librito celeste. Me alegra saber que hoy también es un espacio permitido para los hombres. En mi época mis compañeros no tenían diarios de vida.

La adolescencia y preadolescencia es justo el momento donde empezamos a construir nuestro mundito: todo lo que nos gusta, nuestra personalidad, lo que nos diferencia de los demás. Empiezan nuestros amores, se definen nuestros gustos por la música o el arte. Queremos “ser”. Sentimos millones de cosas que no tenemos idea cómo elaborar ni descifrar. Qué ganas de que alguien a mis 12 años me hubiera invitado a entender lo que estaba sintiendo, que me hubiera explicado que hay emociones, que tienen nombres, que uno puede identificarlas, y que puede también elaborarlas y soltarlas.

Para mí, tener un cuaderno fue una gran ayuda para ir formando mi identidad, pero sobre todo fue un gran apoyo terapéutico. Escribía y me sentía mejor. Escribía o dibujaba y ordenaba mis ideas. Escribía lo que sentía, después lo leía, después entendía.

Un día le mostré mi cuaderno a un amigo y lo primero que me dijo fue: me encantaría que mi hija de 12 pudiera hacer esto. ¿La meterías a un taller? Sin duda, me contestó. Soy periodista y por mucho tiempo me he dedicado a la comunicación estratégica, es decir, a asesorar empresas para que comuniquen mejor lo que son o lo que quieran mostrar.

Desde que empecé los talleres, me di cuenta que mi camino en las comunicaciones podía tomar otro rumbo, uno más íntimo, uno que conversara más con el que yo he hecho internamente, con el que he hecho calladita en mis terapias, mis búsquedas, mis cuadernos. Es aprender a comunicarse con uno mismo, a conversar, a preguntarle a uno qué le pasa. Yo tenía ese músculo, lo tengo. Por qué no entonces regalarle esa herramienta a niños, niñas y adolescentes. En un futuro también a adultos.

Siempre nos hemos quejado con mis amigas de las leseras que nos enseñan en el colegio. De qué me sirvieron las horas de física y química, si no sé nada de inteligencia emocional. Por qué pasé horas sentada en una silla mirando a un profesor hablando de raíces cuadradas (que obvio ya olvidé), y no me enseñaron a mirar y valorar mi propia historia. En mi lista de prioridades de las cosas que realmente importan, creo que pesa más conocerse a uno mismo que saber tantas otras cosas de afuera.

Reviso uno de mis últimos cuadernos para escribir esta columna. Leo una canción de Luz Casal, veo pegado un papel de galletita de la fortuna, leo una frase que dice: “respira, todo va a estar bien”. Todo me sabe un poco a autoayuda, pero siendo honesta, creo que tener un cuaderno sí es ayudarse a uno mismo. El año pasado viví una pena muy grande, y todos esos mensajes, todas esas frases, todo ese tiempo dedicado a escribir, conectarme y pensar, me permitieron ir sanando y superando ese dolor.

Por lo general ya no escribo mi día a día. No cuento que tomé desalluno, me labé los dientes y cómo se llama el que me gusta. Pero sigo permitiendo que mi cuaderno sea el lugar que yo quiero que sea: un lugar PRIBADO, un cuarto propio, un desahogo, una parte de lo que soy.

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Taller de cuadernos y mundo interno

Taller para desarrollar un cuaderno o bitácora, que refleje el mundo interno a través de la escritura, el dibujo, el collage y otras técnicas, para jóvenes entre 11 y 14 años

  • Grupo días martes: De 17:00 a 18:30 hrs, Galería NAC Vitacura, Vespucio Nte. 2878. Comienzo martes 21 de marzo.
  • Grupo días miércoles: De 16:30 a 18:00 hrs, Pedro de Valdivia Norte, El Cacique 0263. Comienzo miércoles 22 de marzo.
  • Incluye: Cuaderno Sketch Book 21 x 30 cm tapa dura, materiales, snack
  • Inscripciones y más información: Whatsapp +56972143754 o egarciahuidobro@gmail.com

** Sobre Elisa García Huidobro

Periodista, productora y relacionadora pública, ha trabajado en diferentes áreas de la comunicación a través de empresas y su agencia Territorio Comunicación. Ha trabajado además en televisión, cine, fotografía y prensa. Desde el año pasado se dedica hacer talleres de expresión, aplicando sus conocimientos y experiencias terapéuticas.